El "equidistante"
Ernest Lluch era, en el buen sentido de la palabra, bueno, cordial, inteligente, muy buen profesor e investigador, una persona por completo carente de la mezcla entre pedanter¨ªa campanuda y megaloman¨ªa pretenciosa que muy a menudo pulula en las aulas universitarias. Como hombre p¨²blico tambi¨¦n brillaba por algunos rasgos infrecuentes: por ejemplo, sab¨ªa perfectamente que la pol¨ªtica es una parte de la vida pero s¨®lo una parte. Y eso le permiti¨® gozar de muchas otras cosas: de la conversaci¨®n, de la m¨²sica, del contacto con los empresarios, de las amistades con la generaci¨®n de sus maestros y con los m¨¢s j¨®venes profesores, del f¨²tbol y de la comida.Tres rasgos le convert¨ªan por completo en excepcional. El primero es que fue siempre un constructor de puentes, un "pont¨ªfice" en el etimol¨®gico sentido de una palabra que, quiz¨¢, no debe ser usada por el tufillo clerical que exhala. Lo habitual en nuestra forma de vida espa?ola son las bander¨ªas, el encastillarse en posiciones de grupo y aficionarse a una maledicencia envenenada con respecto a los dem¨¢s. Quienes por una actitud ¨¦tica, por instinto o por pura curiosidad tratan de entender e incluso apreciar al otro constituyen una minor¨ªa ¨ªnfima, tanto que pueden resultar rid¨ªculos. Lluch, en cambio, tend¨ªa puentes. Agn¨®stico, siendo rector de la Universidad Men¨¦ndez Pelayo mantuvo unos cursos sobre materias teol¨®gicas de excepcional calidad. Situado de forma inequ¨ªvoca en la izquierda, muy a menudo sus mejores afinidades intelectuales las ten¨ªa en esa derecha cultivada e inteligente que con frecuencia consigue en Espa?a la unanimidad en contra. Cuando dejaba la Universidad Men¨¦ndez Pelayo y era previsible la victoria del PP quiso pasar el testigo, sin conseguirlo finalmente, a quien luego result¨® demasiado rojo para unos y demasiado azul para otros.
Lluch fue tambi¨¦n siempre, aunque contracorriente durante muchos a?os, un socialdem¨®crata. Javier Pradera ha recordado hace poco que lo habitual en la cultura pol¨ªtica de la oposici¨®n izquierdista al franquismo no era la actitud democr¨¢tica propiamente dicha. Quiz¨¢ resulta cierto pero hubo sus excepciones y la m¨¢s patente fue la suya. Lluch nunca tuvo que rectificar porque en esta materia en el PSOE fue un precursor y no por talante vital o por pensamiento en exclusiva sino por las dos cosas a la vez (basta recordar su obsesi¨®n con la tragedia de los GAL). Recuerdo que tras la lectura de una tesis doctoral en Valencia durante las postrimer¨ªas del franquismo se suscit¨® una pol¨¦mica entre los miembros del tribunal sobre el grado de libertad existente en Cuba y en Estados Unidos. ?l, como yo, no ten¨ªa la menor duda de que era mucho mayor en el segundo pa¨ªs pero entonces era pol¨ªticamente incorrecto afirmarlo entre izquierdistas. Muchos a?os despu¨¦s, hace tan s¨®lo unos meses, le vi recibiendo en la propia Cuba id¨¦nticos reproches que un cuarto de siglo antes se acumulaban sobre sus espaldas en Espa?a. Pero tuvo el buen ¨¢nimo de sugerir que escribi¨¦ramos desde all¨ª a uno de nuestros contradictores de entonces.
Lluch, en fin, en estos ¨²ltimos a?os fue un "equidistante". Es ¨¦sta una denominaci¨®n muy equ¨ªvoca pero aceptada por aquellos a quien se les endilga: agrupa a unos pocos que, en absoluto situados en un punto medio entre democracia y terrorismo, siempre han tenido una conciencia muy clara de la pluralidad espa?ola. Opinan, adem¨¢s, que poco se gana satanizando a todo el nacionalismo perif¨¦rico y que se debe dejar abierta la posibilidad de que una parte del terrorismo evolucione hacia otra postura. Esta actitud, a menudo calificada de meliflua o ilusa, le hizo a Lluch sentirse, aparte de espa?ol y catal¨¢n, vasco de adopci¨®n. Sus investigaciones hist¨®ricas se dirigieron hacia el "austracismo", la memoria colectiva que pensadores espa?oles y catalanes tuvieron del pasado inmediato tras el establecimiento del centralismo borb¨®nico en el XVIII. Pero, como testimonian sus art¨ªculos, su dedicaci¨®n estaba relacionada con otras cuestiones que le preocupaban m¨¢s. Su ¨²ltima carta conten¨ªa la copia de un art¨ªculo suyo en que descubr¨ªa que la primera muerte producida por ETA no se produjo en 1968 sino en unos a?os antes, como consecuencia de un b¨¢rbaro descarrilamiento de un tren. No habr¨¢ tenido tiempo de leer mi respuesta.
Resulta muy f¨¢cil en un d¨ªa como hoy recordar que la postura de Lluch en este tema no era t¨¢ctica, ni necia, ni ten¨ªa como origen un deseo de obtener ventajas propias. Pero creo que como mejor se rinde un homenaje a Ernest es insistiendo en lo que ¨¦l procur¨® defender una y otra vez, la unidad de las fuerzas democr¨¢ticas y la actitud de intentar comprender. Aunque todo sea tan incomprensible como hoy nos parece.
Javier Tusell es historiador.
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