No nos mover¨¢n
Con ¨¦l, no aprend¨ª econom¨ªa convencional. En aquella facultad valenciana de los setenta, hegemonizada por la personalidad de Lluch, se ense?aba otra cosa. A pensar, a razonar en t¨¦rminos econ¨®micos, a buscar respuestas en lo que hab¨ªan pensado antes los grandes economistas cl¨¢sicos, a no ceder ante criterios de autoridad sino ante la raz¨®n de los argumentos, a entender la econom¨ªa como una rama del entramado social. Como econom¨ªa pol¨ªtica cuya caja anal¨ªtica de herramientas hab¨ªa que dominar, pero sin olvidar su car¨¢cter instrumental.Nos conocimos en las reuniones preparatorias del Consell Democratic del Pais Valenci¨¤ pero no me dio clases hasta dos a?os m¨¢s tarde, en el curso 1977/78. ?l acababa de ser elegido diputado y el tr¨¢nsito desde la pol¨ªtica clandestina al Parlamento le pill¨®, como a tantos otros, mal equipado. Recuerdo su obsesi¨®n por entender el funcionamiento de los mecanismos monetarios en la lucha contra la elevada inflaci¨®n de la ¨¦poca, cuando ya no se trataba de discusiones ideol¨®gicas, sino de decidir si se estaba a favor o en contra de, por ejemplo, la cifra de crecimiento de las disponibilidades l¨ªquidas fijada por el Banco de Espa?a. Para ello, mont¨® un seminario con algunos alumnos en el que todos, ¨¦l y nosotros, empezamos a aprender pol¨ªtica monetaria con los papeles que su amigo ?ngel Rojo le enviaba desde el Banco. Para m¨ª, fue todo un ejemplo de pol¨ªtica real ante tanto empacho te¨®rico como acumulamos en la dictadura y de una actitud humilde por parte de un profesor al que no le dol¨ªan prendas el ponerse a estudiar con sus alumnos.
Dirigi¨®, de verdad, mi tesis de licenciatura y facilit¨® mis primeras publicaciones en revistas especializadas. A ¨¦l le debo no haber hecho carrera acad¨¦mica y siempre le estar¨¦ agradecido por ello. Fue una especie de apuesta. Al acabar la carrera quise quedarme en su departamento. Me dijo que el mundo no se terminaba ah¨ª. Que explorase otras posibilidades, conociese otras cosas que me podr¨ªan resultar m¨¢s interesantes y que si en un a?o segu¨ªa pensando lo mismo, me contratar¨ªa. Le dije que volver¨ªa y ¨¦l susurr¨® que no. Acert¨®. Pero la inquietud intelectual y acad¨¦mica que me inculc¨®, nunca me ha abandonado.
Como tampoco lo hizo ¨¦l mismo, a quien a trav¨¦s de los a?os he ido encontrando y reencontrando de manera espor¨¢dica, pero siempre estimulante. En persona, por sus libros, sus art¨ªculos o sus intervenciones radiof¨®nicas. La ¨²ltima, hace escasas semanas. Al calor de las discusiones provocadas por la definici¨®n de socialismo liberal que propugnamos algunos, se puso en contacto conmigo para hacerme llegar la referencia de varios escritos de pensadores cl¨¢sicos de la izquierda que avalar¨ªan nuestras tesis. Incluso me se?al¨® el inter¨¦s de un libro editado en 1936 precisamente con ese t¨ªtulo: Socialismo liberal.
De esa actitud tolerante, de esa curiosidad intelectual, del valor del debate sincero y abierto en busca de algo parecido a la verdad, de ese no doblegarse ante nada ni ante nadie por criterios autoritarios o por la fuerza bruta, he aprendido mucho de Ernest Lluch. Y de ah¨ª, no me mover¨¢n. No nos mover¨¢n. Ni la anterior dictadura, ni la que quieren imponer ahora algunos indocumentados que s¨®lo esgrimen como argumento el tiro en la nuca y el coche bomba. No convencen. Pero tampoco van a vencer. ?Entonces?
Jordi Sevilla es economista y diputado del PSOE por Castell¨®n.
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