Docencia
Protestar de la actualidad a?orando un pasado que se fue constituye uno de los pasatiempos favoritos de la humanidad. Cualquier tiempo pasado fue mejor, afirma un famoso verso espa?ol haci¨¦ndose eco de otros muchos en otros idiomas, y yo recuerdo que esa sentencia aparece ya insinuada en una an¨®nima anatema egipcia del tercer milenio antes de Cristo, en que un profesor se lamenta de la educaci¨®n de sus alumnos. A aquel remoto docente le tocaron, como a todos, malas ¨¦pocas para vivir: se quejaba de que la juventud era ruidosa y desvergonzada, de que echaba por tierra los preceptos que con tanto amor los viejos hab¨ªan acumulado para ella; notaba que las nuevas generaciones eran sensiblemente m¨¢s degeneradas y est¨²pidas que cuantas las hab¨ªan precedido en el curso del mundo, lo que le llevaba a concluir que ¨¦ste se aproximaba sin duda a su fin.Dec¨ªa Le¨®n Felipe que hab¨ªa dejado de leer libros de Historia despu¨¦s de descubrir que los mismos hechos se repet¨ªan una vez y otra con distintas fechas. Yo leo las jeremiadas del desconocido escriba egipcio y busco consolarme dici¨¦ndome que todo ha sido como siempre, que la situaci¨®n no es ahora peor que antes por mucho que a todos nos parezca que se va al diablo, que la vajilla est¨¢ al filo de la mesa y la falta de equilibrio va a precipitarla muy pronto contra la moqueta y las pelusas. La labor de maestro siempre ha sido ingrata porque se ha visto obligada a combatir contra varias renuencias: la de las mentes herm¨¦ticas de los alumnos, la del optimismo de los planes de estudio, la de las paup¨¦rrimas posibilidades del material escolar. Tradicionalmente el maestro ha sido ese funcionario de poca monta ante el que hemos conducido a nuestros hijos para encargarle la engorrosa tarea de inculcarle cosas en las que no tenemos tiempo de detenernos: la composici¨®n de los gases, el r¨¦gimen de los verbos, la elevaci¨®n y declive de los imperios. Y en muchas ocasiones jam¨¢s import¨® tanto el contenido de sus lecciones como el hecho de que las impartiera, de que obligara a los ni?os a pasar siete horas diarias sentado en un banco meti¨¦ndose el dedo en las narices en vez de corretear por los solares entre edificios en construcci¨®n.
Ya los egipcios se quejaban, y he visto manuales medievales en donde las ilustraciones muestran a maestros recurriendo a garrotes de baraja para obligar a sus disc¨ªpulos a prestar atenci¨®n. Todo paree haber ido siempre igual de mal porque el mundo es malo, ciertamente, pero en los ¨²ltimos a?os, con la implantaci¨®n de la sorprendente LOGSE, uno sospecha que los acontecimientos se aproximan peligrosamente al ideal de lo insoportable. En lo que va de semana, he sabido que un profesor sufri¨® un shock en Granada al ser encerrado con treinta salvajes armados en una clase de Tecnolog¨ªa, que otro fue apaleado a la salida de un centro de Sevilla por conocidos de aquel otro ganado cuyos cerebros trataba de curtir. El espacio para el optimismo es escaso, por mucho que los pluscuamperfectos cerebros de los pedagogos se gasten millones en dise?ar nuevos sistemas educativos. Adorno reflexionaba que la poes¨ªa era imposible despu¨¦s de Auschwitz; a todos los docentes de este pa¨ªs se nos hace verdaderamente imposible reabrir los libros y tomar la palabra despu¨¦s de hechos como ¨¦stos.
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