La narrativa espa?ola, de ayer y hoy
La prosa narrativa espa?ola ha vivido unas d¨¦cadas de auge, empa?ada quiz¨¢ por el algo menor nivel de calidad de los nuevos nombres, sin que falten algunas excepciones relevantes. Sus rasgos caracter¨ªsticos, casi todos los que voy a apuntar se han aducido en una u otra ocasi¨®n, son: la libertad est¨¦tica; la simultaneidad que no siempre la armoniosa convivencia de escritores de varias generaciones publicando obras de muy distinto alcance e inter¨¦s; la madurez, el reconocimiento definitivo, de unos cuantos nombres que empezaron a publicar durante los ¨²ltimos a?os de la dictadura franquista; la reciente aparici¨®n de una nueva hornada de autores que parecen -no todos, por fortuna- m¨¢s interesados y formados en los medios audiovisuales que en la tradici¨®n literaria y cuya prosa se encuentra m¨¢s emparentada con el esquematismo propio del gui¨®n cinematogr¨¢fico que con la musculatura de la prosa narrativa; y el renacimiento, la consolidaci¨®n o el surgimiento de g¨¦neros tratados a veces como menores, incluso por los propios escritores como el cuento y el microrrelato, el art¨ªculo literario, el diario, las memorias y los libros de viajes.Hasta no hace muchos a?os pod¨ªamos encarar las obras literarias inscritas en una tradici¨®n. Hoy, si queremos entender la narrativa actual, ya no basta con estar familiarizados con la historia literaria, sino que adem¨¢s es preciso conocer los mecanismos que utiliza el mercado, ese variopinto conglomerado en el que editores, agentes, medios de comunicaci¨®n (cr¨ªtica incluida) y p¨²blico lector dictan unas leyes que cada vez tienen menos que ver con lo literario.
El art¨ªculo de Fernando Valls titulado La narrativa espa?ola, de ayer y hoy publicado dentro de un volumen editado por el Ministerio de Educaci¨®n, Cultura y Deporte con motivo de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (M¨¦xico) traza un panorama de la novela aparecida en Espa?a en el ¨²ltimo medio siglo
Un total de 83 novelistas, que corresponden a generaciones, estilos y escuelas muy diferentes, aparecen citados en el mencionado art¨ªculo.
Todo ello ha hecho que la novela siga siendo el g¨¦nero por excelencia, el territorio de m¨¢s prestigio, tanto para los escritores como para los lectores. Pero, en cambio, no siempre es ya el territorio de libertad que hab¨ªa sido. Y en este sentido, el cuento (pero tambi¨¦n el art¨ªculo y el diario), menos condicionados por el mercado, se han convertido en el formato ideal para la experimentaci¨®n, lo que quiz¨¢s explique su auge.
Un d¨ªa s¨ª y otro tambi¨¦n nos topamos con el lamento de que no se lee. Debe ser cierto, pero resulta parad¨®jico que en un pa¨ªs en el que nadie parece tener ning¨²n inter¨¦s por la literatura haya tanta gente que desee ser novelista -no escribir, eso es otra cosa- y se publiquen tantos libros de ficci¨®n, hasta el punto de que algunos, incluso galardonados con premios suculentos, no pasar¨ªan del aprobado en el taller literario m¨¢s ben¨¦volo.
Y aunque quiz¨¢s en Espa?a no se lee lo que debiera, sin embargo existe -como nunca antes- un p¨²blico lector de literatura espa?ola. No en balde, las tiradas y las ventas crecen y cada vez hay m¨¢s escritores que pueden vivir de su obra. La conquista por los autores espa?oles de un p¨²blico lector propio, que antes sol¨ªa decantarse por la narrativa en otras lenguas o por la hispanoamericana, es una de las caracter¨ªsticas m¨¢s relevantes de este panorama.
En estos momentos de confusi¨®n, en los que todo parece valer lo mismo, en los que la literatura se mide m¨¢s por la cuenta de resultados econ¨®micos que por su valor literario, la cr¨ªtica est¨¢ desaprovechando una oportunidad inmejorable para dignificarse y poner un cierto orden en tan turbio panorama, pero hoy no se dan en Espa?a las condiciones adecuadas, ni existen espacios de libertad suficiente para que el cr¨ªtico pueda desempe?ar con independencia su trabajo de an¨¢lisis y valoraci¨®n de las obras literarias.
Los cada vez m¨¢s numerosos premios literarios, muchos de ellos generosamente dotados, han contribuido, y no poco, a este alboroto. Y no me refiero a los institucionales que desempe?an otra funci¨®n. No existe ahora mismo, apenas, un premio que sea independiente y que, adem¨¢s, en los ultimos a?os haya servido como trampol¨ªn para descubrir a un autor o para consolidar una trayectoria iniciada. As¨ª, los premios se han convertido en un elemento m¨¢s de confusi¨®n, y su casi ¨²nico objetivo consiste en llamar la atenci¨®n, en conseguir que aumente el n¨²mero de ejemplares vendidos.
Y aunque el sistema est¨¢ perfectamente articulado, no por ello deja de generar los resquicios suficientes para que un autor pueda crear su obra al margen de sus condicionamientos m¨¢s perversos.
La consolidaci¨®n de la novela espa?ola contempor¨¢nea, tras la excelente d¨¦cada anterior, en la que se ponen unos s¨®lidos cimientos, se produce en los primeros a?os setenta, con las obras de Juan Benet (Una meditaci¨®n, 1970), Juan Goytisolo (Reivindicaci¨®n del conde don Juli¨¢n, 1970), Gonzalo Torrente Ballester (La saga/fuga de J. B., 1972), Luis Goytisolo (Recuento, 1973), Juan Mars¨¦ (Si te dicen que ca¨ª, 1973), Jos¨¦ Manuel Caballero Bonald (?gata ojo de gato, 1974) y Miguel Espinosa (Escuela de mandarines, 1974).
El ejemplo de los maestros hispanoamericanos (Juan Rulfo, Jorge Luis Borges, Juan Carlos Onetti, Jos¨¦ Lezama Lima y Alejo Carpentier), pero tambi¨¦n el de los autores m¨¢s j¨®venes (Julio Cort¨¢zar, Mario Vargas Llosa, Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez, Carlos Fuentes y Guillermo Cabrera Infante), nos liber¨® del realismo m¨¢s pobre y de un huero experimentalismo, aunque ¨¦ste -su mejor fruto, aunque tard¨ªo, fue Larva (1983), de Juli¨¢n R¨ªos- no fuera del todo in¨²til para el mejor desarrollo posterior del g¨¦nero. Todos ellos ensancharon el territorio de la prosa narrativa y mostraron, parece ser que era necesario, las posibilidades y los recursos latentes en nuestra lengua para novelar. Pero, adem¨¢s, sus obras eran una prueba fehaciente de que lo fant¨¢stico, en estilos tan distintos como los de Cort¨¢zar o Garc¨ªa M¨¢rquez, era un procedimiento tan v¨¢lido como cualquier otro para encarar la realidad de una manera cr¨ªtica. Y, por ¨²ltimo, el cultivo del cuento, la importancia que se le conced¨ªa al g¨¦nero, con una trayectoria guadianesca entre nosotros, fue capital para su renacer posterior en Espa?a. Un buen ejemplo es el de Julio Cort¨¢zar, pues pocas influencias tan constantes e intensas se han producido en Espa?a como las que generaron sus cuentos fant¨¢sticos. En los a?os posteriores quiz¨¢ hayan sido Alfredo Bryce Echenique, ?lvaro Mutis y, sobre todo, Augusto Monterroso los que m¨¢s han calado por estos pagos.
Hoy, toda una serie de escritores, ya con una larga trayectoria, consagrados con su entrada en la Academia o con los premios m¨¢s prestigiosos (Premio Cervantes, Pr¨ªncipe de Asturias, Nacional de las Letras, Nacional de Literatura y el Premio de la Cr¨ªtica), pero -sobre todo- por el valor de unas obras singulares y ambiciosas, siguen publicando y obteniendo el favor del p¨²blico y el aprecio de la cr¨ªtica m¨¢s rigurosa e independiente. Pienso, y para no hacer la lista interminable voy a ce?irme a textos de la d¨¦cada pasada, en autores como Miguel Delibes (El hereje, 1998), Jos¨¦ Luis Sampedro (La vieja sirena, 1990), Jos¨¦ Jim¨¦nez Lozano (El mudejarillo, 1992), Francisco Nieva (Granada de las mil noches, 1994), Ana Mar¨ªa Matute (Olvidado rey Gud¨², 1996), Carmen Mart¨ªn Gaite (Nubosidad variable, 1992), Jos¨¦ Manuel Caballero Bonald (Campo de Agramante, 1992); Juan Goytisolo (Carajicomedia, 2000), Luis Goytisolo (Estatua con palomas, 1992), Juan Mars¨¦ (El embrujo de Shanghai, 1993), el ¨²nico autor espa?ol que ha obtenido el premio Juan Rulfo; Francisco Umbral (Leyenda del C¨¦sar Visionario, 1991), Manuel V¨¢zquez Montalb¨¢n (Gal¨ªndez, 1990), Jos¨¦ Mar¨ªa Guelbenzu (La tierra prometida, 1991) e Isaac Montero (Ladr¨®n de lunas, 1998).
Entre los autores consagrados, quiz¨¢s el m¨¢s controvertido haya sido Camilo Jos¨¦ Cela, cuyas ¨²ltimas obras han sido recibidas con divisi¨®n de opiniones, con escaso entusiasmo. En cambio, Juan Benet, fallecido en 1993, parece haberse consagrado definitivamente como la primera referencia de algunos de los m¨¢s brillantes escritores actuales. Su lecci¨®n, dig¨¢moslo as¨ª, ha sido la de la complejidad y la de la exigencia, la de la b¨²squeda de un estilo propio para plasmar a trav¨¦s de la ambig¨¹edad y la abstracci¨®n su visi¨®n m¨ªtica de Espa?a. Otro autor que se ha ido convirtiendo en imprescindible, el valor de su obra no para de crecer, es Miguel Espinosa (1926-1982). Escuela de mandarines (1974) o Tr¨ªbada (1980-1984) ya tienen el alto reconocimiento que merecen.
No quiero olvidar a tres escritores cuya obra, escrita al margen de la 'oportunidad' que tanto valora el mercado, respeto y aprecio no menos que la de los citados. Me refiero a Crist¨®bal Serra, Antonio Rabinad y Luciano G. Egido. El primero (en Ars quim¨¦rica, 1997, se recoge toda su obra), escritor siempre a contracorriente, es autor de una obra experimental que tiende a la subjetividad a trav¨¦s de la quintaesencia y el fragmento. El segundo (Memento mori, 1981 y 1997) ha reconstruido en sus relatos el mundo de la Barcelona derrotada por la guerra y la posguerra, con no menos furor y tristeza que af¨¢n testimonial. Y Egido (El cuarzo rojo de Salamanca, 1993, y El coraz¨®n inm¨®vil, 1995) ha sustentado sus novelas en el lenguaje, en el estilo, y en unas historias perfectamente trabadas, en las que se muestra la ambig¨¹edad y complejidad de las relaciones humanas, de las pasiones amorosas, a menudo llevadas a los l¨ªmites.
Pero quisiera centrar mi comentario, sin obviar el valor de todos los autores citados, en aquellos otros que empezaron a publicar a lo largo de los setenta y que hoy est¨¢n en plena madurez, con una obra ya consolidada. Si algo los caracteriza es, tras un cierto experimentalismo en boga -en el paso de los a?os sesenta a los setenta- su vuelta al cultivo de una narrativa m¨¢s legible, producto quiz¨¢ del respeto por un lector familiarizado con la ficci¨®n que desea disfrutar con lo que lee. Creo que es tambi¨¦n en la obra de estos autores donde hallamos con mayor naturalidad la asimilaci¨®n de las aportaciones t¨¦cnicas y estil¨ªsticas de la novela estructural y del lenguaje po¨¦tico. Pero tambi¨¦n la asunci¨®n plena de la propia tradici¨®n narrativa, de los maestros de la literatura hispanoamericana a los espa?oles, Cervantes, Baroja, Valle-Incl¨¢n y Ram¨®n G¨®mez de la Serna. ?La obsesi¨®n de algunos personajes de Luis Mateo D¨ªez, Mu?oz Molina o Luis Landero (Juegos de la edad tard¨ªa, 1985) por vivir la vida en la ficci¨®n, dado lo insatisfactorio de la realidad, no es un resabio cervantino? ?Acaso no hay mucho de barojiano -Baroja es hoy un valor en alza- en las obras de Mendoza, Trapiello y S¨¢nchez-Ostiz, autor de un libro reciente sobre el autor vasco? ?No son Vila-Matas y Mill¨¢s nuestros escritores m¨¢s ramonianos? No en balde, G¨®mez de la Serna es otro de los prosistas contempor¨¢neos m¨¢s revalorizados. ?Y no son quiz¨¢ Mu?oz Molina y Almudena Grandes los m¨¢s galdosianos? ?Puede entenderse la obra de Luis Mateo D¨ªez sin la bien aprendida lecci¨®n de Gald¨®s y Valle-Incl¨¢n?
A los cl¨¢sicos debates sobre lo rural o lo urbano, sobre la necesidad de tratar una realidad inmediata, se a?ade ahora la disputa entre un narrativa sobre la literatura, sobre la creaci¨®n, o sobre la vida. Y aunque parece definitivamente decantado por la segunda opci¨®n, no por ello los narradores han dejado de tener una gran querencia por lo metaliterario, por lo que no es infrecuente la presencia de una cierta hibridez.
Los cr¨ªticos, sobre todo los hispanistas, vienen llamando la atenci¨®n sobre la influencia de los rasgos m¨¢s caracter¨ªsticos de la posmodernidad en la novela. Es muy posible que as¨ª sea, pero los escritores han permanecido mudos e indeferentes ante semejantes encasillamientos. En fin, de lo que no cabe duda es de que en numerosas novelas se han reutilizado ciertos procedimientos de la literatura de g¨¦nero. Los ejemplos m¨¢s evidentes (el pionero debi¨® ser el argentino Manuel Puig) son los de Eduardo Mendoza (La verdad sobre el caso Savolta, 1975) y Manuel Longares (La novela del cors¨¦, 1979). Y quiz¨¢s ello explique tambi¨¦n un cierto auge de la narrativa de g¨¦nero (policiaca, er¨®tica, hist¨®rica...), sobre todo durante los a?os de la transici¨®n democr¨¢tica. En este territorio, un nombre imprescindible es el de V¨¢zquez Montalb¨¢n (Los mares del sur, 1979) y su serie de narraciones protagonizadas por el detective Carvalho, aunque hay que recordar tambi¨¦n las obras de Andreu Mart¨ªn y Juan Madrid.
La normal incorporaci¨®n de la mujer a la vida laboral y cultural en Espa?a, su importante presencia en la producci¨®n literaria, ten¨ªa que traer consigo una relectura de la tradici¨®n y el consiguiente debate, que ya se hab¨ªa producido en otros pa¨ªses, sobre la posible existencia de unos rasgos diferenciadores en la literatura escrita por mujeres. Y aunque ¨¦ste no se ha producido con la complejidad y el rigor que era de esperar, pues la mayor¨ªa de las autoras se resisten a ser encasilladas, quisiera llamar la atenci¨®n sobre dos ¨²ltiles ensayos, uno hist¨®rico y el otro te¨®rico, que pueden valer como punto de partida para la reflexi¨®n. Me refiero a los libros de Birut¨¦ Ciplijauskait¨¦ (La novela femenina contempor¨¢nea, 1970-1985. Hac¨ªa una tipolog¨ªa de la narrativa en primera persona, 1988) y Laura Freixas (Literatura y mujeres, 2000), en el que la narradora y editora defiende la existencia de una literatura femenina con una tradici¨®n espec¨ªfica.
En estas d¨¦cadas que nos ocupan han surgido autoras tan singulares, y tan distintas en sus concepciones literarias, como Esther Tusquets (Para no volver, 1985), cuya primera novela, El mismo mar de todos los veranos (1978), puede considerarse pionera en una determinada manera de encarar la realidad, ins¨®lita entre nosotros; Ana Mar¨ªa Moix (Vals negro, 1994), Rosa Montero (Temblor, 1990), Paloma D¨ªaz-Mas (La tierra f¨¦rtil, 1999), Mercedes Soriano (Historia de no, 1989), Almudena Grandes (Malena es un nombre de tango, 1994) o Clara S¨¢nchez (?ltimas noticias del para¨ªso, 2000). La calidad y el rigor de estas obras, en las que se cultiva el realismo y lo fant¨¢stico, la novela hist¨®rica y la futurista, entre el culturalismo y la visi¨®n cr¨ªtica de la historia y del presente, han ensanchado el imaginario de los lectores.
El fin de la transici¨®n pol¨ªtica, si es que se ha producido, lo que no acaba de poner de acuerdo a los historiadores, trajo tambi¨¦n una importante cantidad de obras en las que la cr¨ªtica generacional, las ilusiones perdidas de unos j¨®venes que creyeron en la revoluci¨®n, en un mundo m¨¢s justo y mejor, y la cr¨ªtica a la corrupci¨®n durante los a?os de gobierno socialista, desempe?aba un papel protagonista. En la obra de Mill¨¢s, Merino y Rafael Chirbes contamos numerosos ejemplos. En Visi¨®n del ahogado, 1977), del primero; y en Imposibilidad de la memoria, o en El centro del aire (1991), un cuento y una novela, del segundo. Chirbes vienen narrando, como ning¨²n otro autor, las peripecias vitales de una generaci¨®n, la suya, que apoy¨®, junto a la necesidad de olvidar, una mal entendida modernizaci¨®n. Sus tres primeras obras (Mimoun, 1988, En la lucha final, 1991, y La buena letra, 1992) son -ha escrito- el "retrato de una generaci¨®n" de impostores que "ha pasado de la rebeld¨ªa al poder y ha sido vampirizada por ¨¦l, sin, en apariencia, darse cuenta". Tambi¨¦n se plantean estas cuestiones en algunos de los memorables art¨ªculos de A favor del placer (1993), de Manuel Vicent. Y entre los escritores m¨¢s j¨®venes, en la excelente novela de Bel¨¦n Gopequi, La conquista del aire (1998). Lo curioso, al respecto, es que frente a la visi¨®n -en general- complaciente de los historiadores, los autores de ficci¨®n, con casi unanimidad absoluta, han dado una visi¨®n muy cr¨ªtica de este periodo.
En fin, si alguien quiere saber que ha sido la nueva novela espa?ola en estos ¨²ltimos a?os tiene un amplio n¨²mero de t¨ªtulos en los que detenerse, donde sorprender¨¢ la variedad tem¨¢tica y estil¨ªstica. Es imposible citar siquiera aqu¨ª todos esos t¨ªtulos, pero s¨ª me gustar¨ªa llamar la atenci¨®n sobre unos autores y unas obras que considero imprescindibles. En esta necesariamente incompleta lista habr¨ªa que incluir en primer lugar a Eduardo Mendoza (La verdad sobre el caso Savolta, 1975, y La ciudad de los prodigios, 1986), porque -aparte de su indiscutible valor literario- su primera novela ha sido considerada como el paradigma de un nuevo periodo literario. Juan Jos¨¦ Mill¨¢s (El jard¨ªn vac¨ªo, 1981, El desorden de tu nombre, 1988, y El orden alfab¨¦tico, 1998) es un autor cuyo estilo ha ido transform¨¢ndose, siempre en busca de nuevas v¨ªas de exploraci¨®n de ese mundo fant¨¢stico que es la realidad. Javier Tomeo (El castillo de la carta cifrada, 1980, Amado monstruo, 1985) ha publicado una ya abundante y singular¨ªsima obra narrativa, en un estilo que se caracteriza por lo sint¨¦tico, en la que el di¨¢logo es siempre el motor de una delgada trama.
En las obras de Luis Mateo D¨ªez (La fuente de la edad, 1986, Camino de perdici¨®n, 1995, y La ruina del cielo, 1999) adquiere relevante importancia la memoria, lugar de confluencia entre lo imaginario y lo real; el di¨¢logo, pues sus personajes se muestran hablando; el humor como v¨ªa de distanciamiento y de lucidez, y esas atm¨®sferas fantasmag¨®ricas en las que casi siempre se desenvuelven sus protagonistas. Jos¨¦ Mar¨ªa Merino (La orilla oscura, 1985), autor tambi¨¦n de importantes libros de literatura juvenil, ha narrado la b¨²squeda de la identidad de unos personajes que se debaten entre lo cotidiano y lo sorpresivo e inveros¨ªmil. Pero si hay un autor que haya transitado entre los g¨¦neros hasta dar con uno propio ¨¦se es Enrique Vila-Matas. Entre su plural producci¨®n ha cultivado con fortuna el cuento, la novela y el art¨ªculo, es necesario destacar la Historia abreviada de la literatura port¨¢til (1985), El viaje vertical (1999) y Bartleby y compa?¨ªa (2000).
Javier Mar¨ªas (Coraz¨®n tan blanco, 1992, y Ma?ana en la batalla piensa en m¨ª, 1994) es el autor que ha tenido un mayor reconocimiento internacional. Su obra surge como producto de la insatisfacci¨®n ante su propia tradici¨®n novel¨ªstica, que no narrativa. Y se ha ido decantando hacia el tratamiento literario de toda una serie de asuntos de la vida cotidiana, de la vida real, trastocando los g¨¦neros tradicionales, y llamando la atenci¨®n sobre la insuficiencia de los moldes narrativos cl¨¢sicos para contar ciertos asuntos, as¨ª como sobre la dificultad que entra?a compaginar con credibilidad biograf¨ªa y ficci¨®n.
Cultiva Julio Llamazares (La lluvia amarilla, 1988, y Escenas de cine mudo, 1994) un estilo l¨ªrico, reflexivo, pero escueto, que se sustenta sobre todo en la precisi¨®n y cuyo principal objetivo consiste en indagar sobre el paso del tiempo y la naturaleza de la memoria. Las historias que relata Gustavo Mart¨ªn Garzo (El lenguaje de las fuentes, 1993, y El peque?o heredero, 1997) provienen de un sentimiento de asombro ante la vida, pero tambi¨¦n de los mitos, de las historias b¨ªblicas, de las leyendas y de los cuentos populares. Toda su obra es una manera de mostrar lo universal e intemporal, la complejidad de sentimientos que se dan en esos peque?os mundos, pero sobre todo tratan de la imposibilidad de conseguir ese anhelo b¨¢sico que es la felicidad.
La obra de Justo Navarro (Accidentes int¨ªmos, 1990, y La casa del padre, 1994) se construye como una indagaci¨®n en el pasado como una manera de entender el presente, de que el lector ponga en cuesti¨®n sus certezas. En la obra de Eduardo Mendicutti (Una mala noche la tiene cualquiera, 1982, y El palomo cojo, 1991) conviven en perfecta armon¨ªa la trascendencia y el humor, en unas historias de apariencia banal en el tratamiento de la sexualidad, de la homosexualidad, pero con una hondura soterrada y una sorprendente creatividad verbal.
Antonio Mu?oz Molina (Beatus ille, 1986, y El jinete polaco, 1991) empez¨® cultivando una literatura sustentada en la ficci¨®n, en la cultura, construy¨® despu¨¦s unas obras fundamentadas en lo autobiogr¨¢fico hasta decantarse por un tratamiento moral de la realidad del presente, de algunas de sus mayores lacras, como la violencia. ?lvaro Pombo (El metro de platino irid¨ªado, 1990, y Donde las mujeres, 1996) es autor de una obra con muy distintos registros, en la que se compagina a la perfecci¨®n el pensamiento, la iron¨ªa y el humor, el tratamiento realista y el simb¨®lico.
La f¨®rmula para triunfar de Arturo P¨¦rez Reverte (La tabla de Flandes, 1990, y Territorio comanche, 1994) es bien sencilla: novelas dirigidas a un p¨²blico amplio, bien escritas y mejor armadas, que se leen de un tir¨®n por lo atractivo de sus temas y lo inteligente de sus planteamientos. Nada m¨¢s y nada menos.
Pero quiz¨¢s uno de los fen¨®menos m¨¢s enriquecedores ha sido el cultivo y la dignificaci¨®n de otros g¨¦neros narrativos, como el cuento, el microrrelato, el art¨ªculo literario, la literatura de viajes y los libros de memorias. Y todo ello creo que puede estar estrechamente unido a lo que podr¨ªa llamarse la disoluci¨®n de los g¨¦neros narrativos.
El cuento ha vivido en estas tres ¨²ltimas d¨¦cadas un periodo de esplendor, como en ning¨²n otro momento de nuestra historia literia. A la reciente revalorizaci¨®n de autores como Medardo Fraile y Antonio Pereira, o al incuestionable magisterio de Juan Eduardo Z¨²?iga (Largo noviembre de Madr¨ªd, 1980, y Flores de plomo, 1999), se han unido las obras de autores como ?lvaro Pombo (Relatos sobre la falta de sustancia, 1977), Jos¨¦ Mar¨ªa Merino (Cuentos del reino secreto, 1982, y Cuentos del Barrio del Refugio, 1994), Luis Mateo D¨ªez (Brasas de agosto, 1989), Cristina Fern¨¢ndez Cubas (Mi hermana Elba, 1980, y Con Agatha en Estambul, 1994), Juan Jos¨¦ Mill¨¢s (Primavera de luto y otros cuentos, 1992), Enrique Vila-Matas (Suicidios ejemplares, 1991, e Hijos sin hijos, 1993) y Javier Mar¨ªas (Mientras ellas duermen, 1990, y Cuando fui mortal, 1996).
Tampoco quiero olvidar el surgimiento de un fen¨®meno tan interesante como el del microrrelato que tanto y con tanta fortuna se ha cultivado en Hispanoam¨¦rica. Tras el libro pionero, y magn¨ªfico, de Max Aub, Cr¨ªmenes ejemplares (1957), publicado en M¨¦xico, ha cuajado en otros tan atractivos como las Historias m¨ªn¨ªmas (1988), de Javier Tomeo; Misterios de las noches y los d¨ªas (1992), de Z¨²?iga; La sombra del obelisco (1993) y El domador (1995), de Rafael P¨¦rez Estrada; El cogedor de acianos (1993) y Un dedo en los labios (1996), de Jos¨¦ Jim¨¦nez Lozano, o Los males menores (1993), de Luis Mateo D¨ªez.
En el art¨ªculo literario, un g¨¦nero en el que el pensamiento se compagina con la voluntad de estilo, hay cuatro maestros indiscutibles: Rafael S¨¢nchez Ferlosio, Manuel Alc¨¢ntara, Francisco Umbral y Manuel Vicent (su A favor del placer, 1993, es un libro imprescindible para entender estos nuevos tiempos). A ellos habr¨ªa que a?adir los nombres de F¨¦lix de Az¨²a (quiz¨¢ sea en el art¨ªculo breve donde su prosa sea m¨¢s acerada), Javier Mar¨ªas, Andr¨¦s Trapiello, Antonio Mu?oz Molina, Miguel S¨¢nchez-Ostiz, Fernando Ortiz, Julio Llamazares, Gustavo Mart¨ªn Garzo, Manuel Rivas y Enrique Vila-Matas. Pero querr¨ªa llamar la atenci¨®n sobre los articuentos de Mill¨¢s (Algo que te concierne, 1995, y Cuerpo y pr¨®tesis, 2000), unos textos que -m¨¢s all¨¢ de su propio valor- se han convertido en campo de experimentaci¨®n est¨¦tica de sus ¨²ltimas novelas.
Un auge similar se ha producido en la literatura de viajes, los diarios y los libros de memorias. Buena prueba del primer g¨¦nero son los vol¨²menes de Jos¨¦ Mar¨ªa Merino y Juan Pedro Aparicio, Julio Llamazares o Javier Reverte. En el cultivo del diario han destacado Jos¨¦ Jim¨¦nez Lozano, Andr¨¦s Trapiello y Miguel S¨¢nchez-Ostiz. Y en la literatura memorial¨ªstica, a los ya cl¨¢sicos vol¨²menes de Carlos Barral, Francisco Ayala y Juan Goytisolo hay que a?adir los de Caballero Bonald, Jes¨²s Pardo, Antonio Mart¨ªnez Sarri¨®n, Carlos Castilla del Pino, Adolfo Marsillach, Antonio Rabinad y Arcadi Espada, seguramente uno de los periodistas (articulista, cronista, reportero, ensayista...) m¨¢s independiente y brillante de estos ¨²ltimos a?os.
Entre los escritores m¨¢s j¨®venes quiero destacar la obra de Bel¨¦n Gopegu¨ª, ya citada, que junto a Juan Mi?ana, Antonio Soler, Luis Magriny¨¢, Fernando Aramburu, Javier Cercas y Andr¨¦s Ib¨¢?ez, quiz¨¢ sean los nombres nuevos m¨¢s prometedores. Sus libros no son, sin embargo, ni los m¨¢s vendidos, ni -en la l¨®gica falaz del sistema- los m¨¢s conocidos, aunque s¨ª los m¨¢s apreciados por los lectores exigentes y por la cr¨ªtica m¨¢s atenta. Ninguno cultiva esa narrativa de usar y tirar (kleenex, tetrabrick, se le ha llamado) tan en boga hoy. Ellos son, en cambio, algunos de los nombres de los que m¨¢s se espera, de hecho ya son autores de novelas y cuentos de sumo inter¨¦s.
Si algo, en fin, caracteriza a la mejor narrativa espa?ola hoy (siempre ha sido as¨ª, por otra parte) es la b¨²squeda incesante de nuevos caminos, de nuevos procedimientos para mostrar una realidad, la del momento, cada vez m¨¢s compleja y fluctuante. As¨ª, realismo cr¨ªtico y fantas¨ªa, cosmopolitismo y enraizamiento, e hibridez gen¨¦rica, son algunas de las peculiaridades m¨¢s llamativas de la narrativa de estas dos ¨²ltimas d¨¦cadas. Algunas de sus virtudes, pero tambi¨¦n varios de sus defectos, provienen de la asimilaci¨®n de la narrativa inglesa, norteamericana y centroeuropea que tanta repercusi¨®n ha tenido en Espa?a.
Creo que no es pecar de optimista si afirmo que nunca, en la historia literaria espa?ola contempor¨¢nea, se hab¨ªa producido un tan alto nivel medio de calidad. Para el lector quiz¨¢s el problema estribe en elegir entre tantas opciones, en no dejarse deslumbrar siempre por los escritores medi¨¢ticos, por aquellos que obtienen los premios comerciales. Por todo ello, la cuesti¨®n palpitante quiz¨¢ estribe hoy en distinguir, entre tantas novedades, el grano de la paja, lo sustancial de lo perecedero.
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