La bala
Tendr¨ªa yo unos diez a?os cuando conoc¨ª a Daniel. Era el hijo de una vecina de mi t¨ªa. Con relativa frecuencia, acompa?aba a mi madre hasta el piso de su hermana, un tercero sin ascensor, y all¨ª pas¨¢bamos las horas: ellas hablando sin l¨ªmite y yo aburrido, haciendo los deberes o escuchando en un comediscos los ¨¦xitos de Raphael. Hasta que conoc¨ª a Daniel y aprend¨ª muy pronto que la docilidad era un estado desnaturalizado y rid¨ªculo. Me ense?¨® a destripar juguetes y a golpear con sa?a las canciones de F¨®rmula V en su bater¨ªa de pl¨¢stico, a lanzar granitos de uva desde el balc¨®n contra los transe¨²ntes y otras tropel¨ªas que prefiero olvidar. Pero lo mejor de todo fue compartir aquel secreto: el de la pistola. Cuando nos dejaban solos, Daniel me llevaba hasta el cuarto de sus padres, abr¨ªa el caj¨®n de la c¨®moda y de all¨ª, de aquel fondo, oculta bajo la ropa, extra¨ªa un arma oscura y fr¨ªa que provocaba nuestra fascinaci¨®n. Yo trataba de disimular el terror con todas mis fuerzas, pero ¨¦l insist¨ªa en que estaba descargada y jugaba a dispararme y a imitar con extra?as onomatopeyas las detonaciones. A su padre lo vi un par de veces y siempre de uniforme. Era un guardia civil de aspecto seco y distante, bastante alto y algo parco en palabras. No s¨¦ cu¨¢ndo dej¨¦ de verme con Daniel ni lo que habr¨¢ sido de su vida, pero unos a?os m¨¢s tarde, mi madre me cont¨® que aquel hombre silencioso y hier¨¢tico, el padre de mi amigo, se hab¨ªa volado la cabeza con la misma pistola que emple¨¢bamos en nuestros juegos. La an¨¦cdota no es gratuita y me la trae a la memoria la muerte del joven magreb¨ª que la madrugada del domingo cay¨® abatido por un disparo en una playa de Tarifa. Al parecer, la bala se escap¨® accidentalmente del arma reglamentaria de un guardia civil, y todo por un inocente forcejeo entre el exhausto inmigrante y su perseguidor. Pero ?qu¨¦ pintaba una pistola en medio de todo esto? ?Ir indocumentado es suficiente argumento para desenfundar un arma? ?Las fuerzas de seguridad del Estado tienen claro su papel ante la inmigraci¨®n masiva de ilegales? Los nervios est¨¢n a flor de piel y el extranjero tambi¨¦n tiene derecho a la indocilidad y a no morir de irresponsabilidad y de miseria.
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