La caja vac¨ªa
Seg¨²n la versi¨®n m¨¢s extendida (mis diccionarios de mitolog¨ªa la atribuyen a Hesiodo), Pandora, desobedeciendo la orden de su marido, abri¨® la vasija, otros traducen caja, y salieron todos los males. Seg¨²n otra redacci¨®n, el recipiente conten¨ªa bienes ¨²tiles y ben¨¦ficos, pero ¨¦stos, al salir del claustro que los encerraba, huyeron hacia el Olimpo; todos, salvo la esperanza. Pero cabe a¨²n otra venganza: que el recipiente est¨¦ vac¨ªo, porque nos hemos empe?ado en extraer su contenido. Esto est¨¢ ocurriendo con la pol¨ªtica en distintas latitudes. Si ¨¦sta como contienda radical entre visiones enfrentadas -como define Carl Schmith- es peligrosa; si lo ag¨®nico debe encauzarse en sus l¨ªmites, si es m¨¢s adecuado favorecer lo que los polem¨®logos denominan suma cero, y los economistas trade-offs, hay que tener cuidado en que los nuevos equilibrios se alcancen desde concepciones claras en una justa en que se mantengan m¨ªnimamente las identidades. No vaya a ser que tambi¨¦n la esperanza se encamine hacia la loma del Olimpo y que la caja o vasija encierre solamente aire o ceniza.Dos procesos pol¨ªticos y electorales recientes o en curso nos alertan: el uno, del riesgo de echar del campo delimitado para la justa a quien podr¨ªa en ella participar; el otro, de la fantasmagor¨ªa de enfrentarse los contendientes luciendo los mismos trajes y enarbolando id¨¦nticos estandartes.
Veamos, en primer lugar, lo que ha pasado en Dinamarca en el refer¨¦ndum sobre la participaci¨®n o no en el euro. Destaquemos de inmediato que la alta participaci¨®n y el desarrollo de la consulta fueron ejemplares. Un destacado integracionista, director del bruselense Foro Europeo, Giles Merrit, titul¨® su comentario en junio de 1992 (se trataba entonces de analizar el Tratado de Maastricht) Gracias, Dinamarca, y repiti¨® el titular este octubre al comentar la consulta sobre la moneda. Gracias por tomar las cosas en serio, y por hacer sensibles a la alarma a quienes est¨¢n en los circuitos de Bruselas y no deben omitir explicar, razonar, convencer.
La consulta no era sobre el euro, puesto que la corona danesa estaba y sigue estando vinculada a su valor. Era sobre la cultura pol¨ªtica que prevalece en la Uni¨®n, o en su clase dirigente con tropismos tecnocr¨¢ticos y lenguaje de iniciados (toda clase pol¨ªtica, como se sabe, crea su lenguaje). Partidos, gran prensa, parte de la sociedad civil danesa estaba por el euro, pero no hab¨ªan llegado sus mensajes al nivel popular. El caso dan¨¦s no es grave, porque, lo mismo que en 1992, volver¨¢n a decidir. Lo que es m¨¢s serio es que dentro de las fuerzas acreditadas para opinar o decidir no hay lugar para una oposici¨®n a elementos esenciales de la construcci¨®n. Por ejemplo, no hay suficiente exigencia de control pol¨ªtico de las decisiones del Banco Central Europeo, al que hemos transferido las competencias que, con las fiscales, ¨¦stas a¨²n en manos de los Estados, sirven para encauzar y corregir el ciclo econ¨®mico.
De manera que, por definici¨®n estricta del campo en que se desarrolla el certamen, los que objetan se colocan fuera de lo acotado. La izquierda en especial abandona la cr¨ªtica a los que niegan y tratan de demoler el sistema. Hay s¨ªntomas de que este abandono del an¨¢lisis desde una posici¨®n no nihilista puede favorecer al populismo autoritario. Ni socialdem¨®cratas ni democristianos realizaron una lectura cr¨ªtica suficiente en Austria, y ah¨ª est¨¢ Haider. Las encuestas prev¨¦n para el pr¨®ximo abril un triunfo en Noruega del partido populista de Carl Hagen. Algo as¨ª puede ocurrir en Flandes y en alguna menor medida en Holanda. La falta de definici¨®n de las posiciones ideol¨®gicas en lo que se refiere a la Uni¨®n Europea conduce a que la cr¨ªtica y las tensiones se coloquen fuera del recinto estrictamente democr¨¢tico.
Tenemos todos t¨ªtulos para interesarnos por la consulta electoral norteamericana, razones para alarmarnos, pero no motivos para descalificar, menos a¨²n para concluir que el sistema de Estados Unidos vaya a quedar afectado. El sistema constitucional est¨¢ en pie y en ¨¦l operan tantos contrapesos que, una vez restablecida la inc¨®gnita sobre el Ejecutivo y producida la legitimaci¨®n de su titular, funcionar¨¢ previsiblemente bien. Tampoco se puede atribuir la coyuntura a los defectos, desde hace d¨¦cadas denunciados, del sistema electoral y sobre todo de su gesti¨®n por funcionarios y delegados de los partidos mal escogidos, y, los primeros, mal pagados. Todo esto se sab¨ªa hace mucho y cada cuatro a?os y en las renovaciones de las C¨¢maras y en el r¨¦gimen local ha funcionado correctamente. La crisis, si hay tal, no es constitucional. Es cierto que la remisi¨®n, en ¨²ltima instancia, al Poder Judicial, o al legislativo -sea de Florida o federal- si se pusiesen en duda por el Tribunal Supremo aspectos sustanciales de los recuentos en el Estado Soleado, o por los miembros del legislativo, Congreso y Senado, se desafiase la propuesta del Colegio Electoral, se abrir¨¢n debates sobre la divisi¨®n de poderes o la capacidad de revisi¨®n, m¨¢s que supremac¨ªa, de un poder determinado.
El problema es de cultura pol¨ªtica, y en concreto, de las lecturas que del electorado han realizado los estados mayores de los partidos y los candidatos. Tambi¨¦n de la realidad inocultable que no han sido ¨¦stos, sino el clima creado por una sociedad tan medi¨¢tica, quienes ha predominado en la campa?a.
Ambos candidatos han perseguido un grado de difuminaci¨®n de sus propuestas ideol¨®gicas y pol¨ªticas que no pod¨ªa conducir m¨¢s que a la confusi¨®n o al dominio de las inercias. Un conservador l¨²cido, William Kristol, admit¨ªa hace a?os que la exclusiva o predominante persecuci¨®n del centro y el olvido de todo mensaje que pudiere ser diferenciador, y por lo tanto crear reacciones en contra, convert¨ªa toda opci¨®n electoral en prisionera de una zona sociol¨®gica y pol¨ªtica fluctuante por definici¨®n. Favorec¨ªa a una minor¨ªa estrat¨¦gica que los polit¨®logos no alcanzaban a definir desde las ideas, y por lo tanto, ajena al discurso. Ni la sociolog¨ªa pol¨ªtica ni la geograf¨ªa electoral est¨¢n a¨²n lo suficientemente desarrolladas como para que los datos, sin la mediaci¨®n de las ideas, decidan.
Parecer¨ªa como si una vez m¨¢s conceptos originados en otros campos -en ¨¦ste en la ciencia del conflicto- se aplicasen sin adaptaci¨®n a otra realidad. Han, en efecto, aplicado el concepto de los juegos de la suma cero, en los cuales toda nueva ganancia en adhesi¨®n corresponde a una p¨¦rdida de las lealtades tradicionales.
Evitando las diferencias en las plataformas o centr¨¢ndolas en dos o tres (rebaja lineal de los impuestos o graduaci¨®n de las disminuciones en base a datos sociol¨®gicos, sistema de seguridad social ni universal ni
decisivo, m¨¢s presupuesto en escuelas p¨²blicas o vales para facilitar el acceso a la escuela privada elegida; casi nada o muy poco sobre el lugar de Estados Unidos en el mundo y su responsabilidad internacional). El clima y desarrollo de la campa?a ha sido definido no por los actores pol¨ªticos, sino por la densidad informativa. Densidad informativa que supone la persecuci¨®n de las subvenciones (soft money) privadas y, sobre todo, de las corporaciones industriales y financieras.
Como se?alaba ese analista que se lee siempre con provecho, William Pfaff, ya al comienzo de la carrera se elimin¨® a quienes pod¨ªan decir algo distinto y no ocultar que quer¨ªan avanzar opciones: Bill Bradley en los dem¨®cratas y John McCain en los republicanos, mientras que "los ide¨®logos" de terceras lecturas -si bien no terceros partidos- Ralph Nader y aun Patrick Buchanan terminaron en el campo de la Am¨¦rica alternativa o de la ret¨®rica negadora.
Sin ideas ofrecidas expl¨ªcitamente, como la campa?a es larga y complicada y como la naturaleza rechaza el vac¨ªo, han sido los medios los que han marcado la agenda (los prop¨®sitos, calendario) y la imagen de los candidatos. Ambos se han ocupado m¨¢s de combatir los estereotipos sobre ellos creados que de otra cosa. Bush, tratando de compensar la idea de hijo de pap¨¢, de disl¨¦xico y de un pasado de alegre juventud, superada por el matrimonio con una bibliotecaria y por el redescubrimiento de Cristo. Gore, obsesionado por ser popular, comunicador y no aparecer como excesivamente estudioso y t¨¦cnico, y sobre todo heredero de la tradici¨®n liberal y del New Deal. Han dejado de ser opciones para ser estrellas, o celebridades. Pero parece que esto no basta. El electorado nos deja en la duda de si en realidad ha decidido: ni uno, ni otro. Son intercambiables; por lo menos no son suficientemente diferentes. Si prosperase esta lectura -que con prudencia ha aparecido en alg¨²n gran diario- estar¨ªamos en un momento importante de la evoluci¨®n de la cultura pol¨ªtica de EE UU.
Uno u otro, Gore y Bush se han dejado dirigir por los polit¨®logos y por los consejeros electorales que predicaban que hab¨ªa que difuminar las diferencias. Aquel que no gane, y el otro, que durante un tiempo mirar¨¢ por encima de su hombro a sombras que se ir¨¢n desvaneciendo poco a poco, quiz¨¢s se pregunten si no era posible ganar parte del centro sin tener que abandonar los temas y los principios que, ellos pretend¨ªan, los diferenciaban y los defin¨ªan.
Fernando Mor¨¢n es concejal socialista del Ayuntamiento de Madrid y ex ministro de Exteriores.
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