John Le Carr¨¦ critica en su nueva novela la ambici¨®n de las multinacionales farmac¨¦uticas
'The constant gardener' se publicar¨¢ en Espa?a en marzo del pr¨®ximo a?o
Creador de la novela de espionaje moderna, el autor brit¨¢nico John Le Carr¨¦ arranca su nueva obra, The constant gardener, sin piedad. La protagonista ha sido asesinada en Kenia y su marido, diplom¨¢tico destacado en la antigua colonia africana del Reino Unido, busca sin mucho convencimiento a los criminales para acabar chocando con el poder de las multinacionales farmac¨¦uticas. Escrita a un ritmo veloz, la obra compone a la vez una dura cr¨ªtica a la codicia de algunas industrias y un penoso viaje ¨ªntimo que lleva al viudo, un profesional del disimulo, a hurgar en su coraz¨®n y comprender por fin a su mujer. El libro se publicar¨¢ en Espa?a en marzo de 2001.
Visiones
Que John Le Carr¨¦, de 69 a?os, sabe mentir bien es algo que ¨¦l mismo admite. Miembro en su juventud de los servicios secretos brit¨¢nicos, ha dedicado unos 18 libros a sus huidizos personajes favoritos. Algunos tienen a estas alturas incluso un rostro cinematogr¨¢fico inseparable de su aspecto literario. George Smiley, su personaje m¨¢s famoso, ser¨¢ para siempre el actor Alec Guinness. Esta vez, el espionaje ha dado paso a la investigaci¨®n de un turbio crimen en apariencia pasional -la muerta era blanca y hab¨ªa pasado una noche en un remoto hotel con un m¨¦dico negro- que da un giro feroz e inesperado.Tessa es la joven, hermosa y honesta abogada metida de lleno en proyectos de ayuda al desarrollo; casada con Justin Quayle, el ep¨ªtome del diplom¨¢tico educado y elegante que, siendo brit¨¢nico, jam¨¢s deja traslucir sus sentimientos. Incluso cuando es informado por Sandy Woodrow, el jefe de la canciller¨ªa, de la tragedia y acuden juntos a identificar el cuerpo degollado de su mujer, es ¨¦l, viudo ya sin posibilidad de error, quien debe confortar a su colega cuando ¨¦ste vomita en un pasillo del dep¨®sito de cad¨¢veres.
?tica
A partir de ese momento, los hechos se suceden con la rapidez de un gui¨®n cinematogr¨¢fico bien escrito y mejor desarrollado. Las dificultades de Quayle para expresar sus emociones son un fiel retrato de la contenci¨®n atribuida a las clases altas brit¨¢nicas, pero con un toque humano. El diplom¨¢tico acostumbrado a ocultar informaciones relevantes est¨¢ en realidad solo, tiene el coraz¨®n roto y no le queda m¨¢s remedio que escarbar donde m¨¢s le duele para descubrir lo ocurrido.
Para Woodrow, secretamente enamorado de Tessa, las cosas son distintas. El af¨¢n con que ella trataba de ayudar a los d¨¦biles y el desprecio que sent¨ªa por las autoridades keniatas de la ficci¨®n complicaban mucho su trabajo. Cuando la muerta elabora un informe sobre los posibles peligros de un nuevo tratamiento contra la tuberculosis, estudio que no le ense?a a su marido para no comprometerle, Woodrow le llama la atenci¨®n y llega incluso a decirle que ve visiones. Su relaci¨®n con el m¨¦dico negro Arnold Bluhm, que perece tambi¨¦n, le parece un adulterio envidiable pero poco est¨¦tico. Una relaci¨®n extramarital a la que el marido parece no darle, sin embargo, importancia. Como si la vida ¨ªntima de su propia mujer no fuera de su incumbencia.Descritas a partes iguales con dulzura y rudeza, las distintas reacciones de estos personajes van deshaciendo una complicada madeja de conspiraci¨®n y desd¨¦n por los miserables, en este caso los habitantes m¨¢s pobres del planeta, que constituye una agria cr¨ªtica a la avaricia de una multinacional farmac¨¦utica literaria capaz de vender un peligroso medicamento contra la tuberculosis que no ha sido ensayado del todo en el laboratorio.
"Le Carr¨¦ no es un pol¨ªtico, de modo que su cr¨ªtica queda reducida a los libros, pero deja bien claro que la falta de responsabilidad colectiva permite a ciertas industrias aprovecharse de la gente en busca de mayores beneficios", se?alaban ayer en Hodder & Stoughton, editores de la versi¨®n en ingl¨¦s del libro -en Espa?a la novela ser¨¢ publicada por Aret¨¦ y constituir¨¢ la primera obra de literatura extranjera de la colecci¨®n-. ?A qui¨¦n corresponde entonces denunciar pr¨¢cticas industriales criminales?, se pregunta el lector al final. A los medios de comunicaci¨®n, parece responder el autor, decidido a darle a su cruzada particular el mayor eco posible.
En una entrevista concedida esta misma semana a The Times, Le Carr¨¦ aseguraba que su primera intenci¨®n fue escribir algo sobre Nigeria y la multinacional angloholandesa del petr¨®leo Shell. "Entonces alguien me sugiri¨® la idea de las empresas farmac¨¦uticas, lo mucho que esperamos de ellas porque se supone que pueden curarnos, y el componente ¨¦tico que atribuimos a su trabajo sin analizar bien las consecuencias de la b¨²squeda de beneficios. Lo que descubr¨ª fue la horrible realidad de su labor en Africa", asegura.La investigaci¨®n efectuada para acopiar datos le llev¨® m¨¢s de un a?o. Le Carr¨¦ pas¨® tambi¨¦n un mes en ?frica y ahora medita sobre los privilegios soterrados que algunas firmas brindan a m¨¦dicos e investigadores cuando quieren lanzar un producto: "La mayor¨ªa de la gente es honesta. Lo malo es que no tenemos tiempo de analizar la parte ¨¦tica de lo que hacen. El comportamiento empresarial, por as¨ª llamarlo, que nos ata?e a todos".
Ajeno a los c¨ªrculos literarios, el escritor ha reconocido que su ¨²ltima cita profesional tuvo lugar hace unos 33 a?os. La fama, una de las servidumbres m¨¢s apreciadas por muchos de sus colegas, es otra de las cosas que m¨¢s le molestan.
Como el resto de su producci¨®n, The constant gardener ha visto sus primeras luces a mano. Un detalle insignificante que no le roba el sue?o a su autor, consagrado hace tiempo y con un punto de misterio sobre su propia vida, que ha sabido elevar su antiguo oficio de guardi¨¢n de secretos a la categor¨ªa de literatura de esp¨ªas con los honores de las obras bien hechas.
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