La pesadilla de un nuevo ¨¦xodo
Mientras el presidente ucranio, Leonid Kuchma, ordenaba desde K¨ªev apagar el tercer reactor de la central nuclear de Chern¨®bil, Larisa Gusheva, directora del centro infantil del barrio armenio de Slav¨²tich, la ciudad dormitorio construida tras la cat¨¢strofe del 26 de abril de 1986, expresaba as¨ª sus sentimientos: "?nimo, muy bajo; presi¨®n, muy alta; esperanza, por los suelos". Eran la cara y la cruz de un d¨ªa hist¨®rico en el que, seg¨²n Kuchma, se desactiv¨® "una mina de acci¨®n retardada en el coraz¨®n de Europa". Para los 25.500 habitantes de Slav¨²tich, sin embargo, significaba un futuro de paro, salarios bajos y emigraci¨®n.Nina Kostalskaya, cocinera del centro, casada con un operario de Chern¨®bil, estaba embarazada el d¨ªa fat¨ªdico. Viv¨ªa en Pripiat, la ciudad de m¨¢s de 40.000 habitantes situada apenas a tres kil¨®metros de la central. El d¨ªa 27, m¨¢s de 1.000 autobuses la evacuaron en apenas unas horas. Les dijeron que se llevasen lo justo para tres d¨ªas. Nunca volvieron. La comida se pudri¨® en el frigor¨ªfico. Muebles, electrodom¨¦sticos, ropa y enseres fueron retirados despu¨¦s, y acabaron en un horno o bajo tierra.
La familia de Nina fue acogida en una aldea de la regi¨®n de Chern¨ªgov, compr¨® luego un apartamento en K¨ªev y, finalmente, en 1989, recibi¨® una preciosa casa en Slav¨²tich, de dos pisos, construida con piedra rosa tra¨ªda expresamente de Arme-nia. Cuadrillas de obreros de ocho rep¨²blicas sovi¨¦ticas se esmeraron en levantar una ciudad modelo, cada una de ellas un barrio que, en homenaje a aquella muestra de solidaridad, lleva hoy el nombre de la capital del pa¨ªs de origen: Vilnius, Tbilisi, Bak¨², Yerev¨¢n... All¨ª, Nina y los suyos han sido felices. La vida que llevaba en el vientre el d¨ªa del horror naci¨® sin problemas y hoy es un muchachote de 14 a?os de nombre Den¨ªs.
Entre Nina y su marido, al que conoci¨® en Pripiat, ganan 1.200 griv-nas (unas 40.000 pesetas), un privilegio en la empobrecida rep¨²blica ex sovi¨¦tica. Pero su futuro est¨¢ en el aire, y Nina, que sufri¨® una operaci¨®n de tiroides que debe al invisible veneno radiactivo, dice que no imagina la vida sin la central y arrastra incluso despierta la pesadilla de otro ¨¦xodo.
Slav¨²tich, un prodigio de planificaci¨®n urbana y de dotaciones sociales, depende por completo de la central. De una poblaci¨®n activa de 12.000 personas, 9.000 est¨¢n en la n¨®mina de Chern¨®bil, pero eso se acabar¨¢ probablemente en cuesti¨®n de meses, pese a las promesas de Kuchma.
Larisa, la directora, espera que su salario de 412 grivnas se reduzca a la tercera parte, y ni siquiera est¨¢ segura de que su marido, que trabaja en el reactor n¨²mero 3, vaya a conservar su empleo. Pero lo que parece preocuparle m¨¢s es el futuro de su centro, que impresiona por su pulcritud, por unas instalaciones que incluyen gabinete m¨¦dico y oftalmol¨®gico e incluso una piscina con paredes de m¨¢rmol, y por detalles como que una ni?a de tres a?os llore desconsolada en su segundo d¨ªa all¨ª porque su madre se la quiere llevar a casa.
Historias como ¨¦stas de Slav¨²tich marcaron ayer el fin oficial de Chern¨®bil, visto por la mayor¨ªa de los ucranios como un d¨ªa negro y una decisi¨®n estrictamente pol¨ªtica.
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