La democracia incompleta
A ra¨ªz del aniversario de la muerte del dictador general Franco y del nombramiento del rey Juan Carlos I por las Cortes franquistas en 1975, ha habido una movilizaci¨®n medi¨¢tica y pol¨ªtica del pa¨ªs que considero preocupante en una democracia. La causa de mi preocupaci¨®n es la unanimidad en tal movilizaci¨®n, presentando a la Monarqu¨ªa como una instituci¨®n de gran valor para la democracia espa?ola. En tal movilizaci¨®n no se ha podido leer u o¨ªr ninguna voz cr¨ªtica ni de la instituci¨®n ni del Monarca que la dirige, reproduciendo una cultura medi¨¢tica que afirma que a la Monarqu¨ªa y a la persona que la representa no se las critica. Si Espa?a hubiera alcanzado el nivel de democracia existente en los otros pa¨ªses de la UE, tal aniversario habr¨ªa visto una diversidad de opiniones que hubiera incluido voces aprobatorias junto a voces cr¨ªticas de la instituci¨®n Mon¨¢rquica y de la persona que la simboliza. Y puedo hablar con conocimiento de causa, puesto que, a ra¨ªz de tener que irme de Catalu?a y Espa?a en 1962 debido a mi participaci¨®n en la lucha contra el r¨¦gimen dictatorial, he vivido en Suecia (pa¨ªs democr¨¢tico cuyo jefe de Estado es un monarca), Gran Breta?a (pa¨ªs democr¨¢tico cuyo jefe de Estado es tambi¨¦n un monarca) y Estados Unidos (pa¨ªs democr¨¢tico cuyo jefe de Estado es un presidente elegido y cuyo origen social ha sido en ocasiones de origen muy humilde, como es el caso del presidente Clinton -uno de los presidentes m¨¢s populares en la historia de EE UU-, cuya madre era asistente de enfermer¨ªa de profesi¨®n, y su padre, un alcoh¨®lico que dej¨® la familia). En ninguno de estos pa¨ªses (o en cualquier otro pa¨ªs de la UE) el jefe del Estado era libre de escrutinio p¨²blico y debate cr¨ªtico. Antes al contrario, tanto en Suecia como en Gran Breta?a, el Monarca y su instituci¨®n han sido sujetos de gran cr¨ªtica. Lo mismo en EE UU, donde el jefe del Estado tampoco tiene ning¨²n tipo de blindaje medi¨¢tico o pol¨ªtico que le asegure ausencia de cr¨ªtica en la sociedad. En cambio, en Espa?a el jefe del Estado s¨ª que est¨¢ por encima de cualquier cr¨ªtica y hay un consenso un¨¢nime en los medios de informaci¨®n en aupar y no criticar ni al Monarca ni a la Monarqu¨ªa, consenso que se reproduce aun cuando hay casos y situaciones que crear¨ªan debates y cr¨ªticas en otro pa¨ªs democr¨¢tico. Ejemplos hay varios. Uno reciente es el regalo de un yate para uso personal del Rey por parte de un grupo de empresarios sin que ning¨²n medio de informaci¨®n editorializara cr¨ªticamente la aceptaci¨®n de tal transacci¨®n. En Suecia es probable que los medios conservadores lo aprobar¨ªan, los de simpat¨ªa socialdem¨®crata expresar¨ªan sus reservas y los liberales lo desaprobar¨ªan contundentemente. En Gran Breta?a es tambi¨¦n probable que en una situaci¨®n semejante el diario conservador The London Times lo aprobar¨ªa, mientras que el diario pr¨®ximo al Partido Laborista, The Guardian, as¨ª como el semanario liberal The Economist (que ha sido de los f¨®rums m¨¢s antimon¨¢rquicos en aquel pa¨ªs), lo criticar¨ªan. En EE UU es probable que tal regalo al presidente se hubiera presentado no como un regalo personal, sino como un pr¨¦stamo de inter¨¦s nulo y pago indefinido (defini¨¦ndolo como ayuda provisional), lo cual no hubiera sido suficiente para acallar un revuelo notable en todos los medios de informaci¨®n. Quisiera aclarar que con esta observaci¨®n no estoy refiri¨¦ndome a la bondad (o a su ausencia) del hecho de que jefes de Estado reciban regalos de yates para uso personal de grupos econ¨®micos o empresarios, sino de la bondad de un sistema democr¨¢tico que no incluya un debate y diversidad de opiniones sobre este hecho. ?ste es el hecho preocupante.Tal unanimidad acr¨ªtica apareci¨® tambi¨¦n en la celebraci¨®n un¨¢nime de la Monarqu¨ªa hace s¨®lo unos d¨ªas durante los festejos que se realizaron para conmemorar los 25 a?os de la Monarqu¨ªa, instituci¨®n que fue presentada err¨®neamente en varios art¨ªculos laudatorios como homologable a las monarqu¨ªas escandinavas. Ning¨²n monarca escandinavo (o de cualquier otro pa¨ªs de la UE) tiene el blindaje en contra del escrutinio democr¨¢tico que tiene el Monarca en Espa?a, en donde incluso en el C¨®digo Penal se penaliza a quien utilice la imagen del Rey de forma que pueda da?ar el prestigio de la Corona. Como contraste, en aquellos pa¨ªses de mayor madurez democr¨¢tica se puede ver, por ejemplo, la imagen de los jefes de Estado en programas sat¨ªricos equivalentes a los Gui?ol en Espa?a. No as¨ª en nuestro pa¨ªs. Las diferencias entre las monarqu¨ªas del Norte (o del centro de Europa) y la de Espa?a, sin embargo, son incluso mayores que las diferencias en posibilidad de escrutinio cr¨ªtico por parte de los medios de informaci¨®n. La Monarqu¨ªa espa?ola, a diferencia de las monarqu¨ªas existentes en los otros pa¨ªses europeos, es percibida por amplios sectores de la sociedad como posible ¨¢rbitro en situaciones pol¨ªticas, como lo atestigua que varios presidentes de gobiernos auton¨®micos y varios medios de informaci¨®n han pedido al Monarca que intervenga arbitrando situaciones que rebasan claramente sus responsabilidades constitucionales. En este aspecto, es necesario subrayar que la Constituci¨®n Espa?ola no permite tal atribuci¨®n de funciones al Monarca ni tampoco exige este blindaje acr¨ªtico que se reproduce en la cultura medi¨¢tica del pa¨ªs.
Otro comportamiento medi¨¢tico que considero de escasa sensibilidad democr¨¢tica es la presentaci¨®n del Monarca espa?ol como la figura hist¨®rica que nos dio la democracia, interpretaci¨®n que apareci¨® en el programa de m¨¢xima audiencia sobre la Monarqu¨ªa que present¨® TV-1, seg¨²n el cual el franquismo era la dictadura de una persona y la democracia era la creaci¨®n de otra -del Rey-. Sin desmerecer el papel importante que el Rey y otras personalidades tuvieron en la transici¨®n, ¨¦sta fue, sobre todo, el resultado de la presi¨®n popular (en el periodo 1975-1977, Espa?a vio el mayor n¨²mero de huelgas pol¨ªticas en Europa) y de la presi¨®n internacional. De ah¨ª que la alternativa posible en aquellos a?os no fue, como constantemente se escribe en Espa?a, entre dictadura versus democracia, sino sobre qu¨¦ tipo de democracia. La vuelta a la dictadura como forma duradera y estable de gobierno era una alternativa con muy escasa posibilidad de realizaci¨®n: ni el pueblo espa?ol ni la presi¨®n internacional lo hubieran tolerado por mucho tiempo. Por lo tanto, es razonable pensar que las alternativas m¨¢s reales se configuraban dentro de la democracia, en la que, debido al poder que las derechas ten¨ªan durante la dictadura y durante la transici¨®n y la debilidad de las izquierdas, resultado de la gran represi¨®n a la que estuvieron sujetas durante todo el periodo de la dictadura (que continu¨® hasta el ¨²ltimo a?o de aquel r¨¦gimen), la transici¨®n se realiz¨® en t¨¦rminos favorables a las derechas, con lo cual las instituciones y reglas democr¨¢ticas en nuestro pa¨ªs est¨¢n sesgadas hacia la derecha. Aunque d¨¦biles, sin embargo, fueron las izquierdas las que presionaron para ir democratizando aquel proyecto, cuyos primeros pasos, durante los primeros a?os de la Monarqu¨ªa, ha-
b¨ªan sido a todas luces insuficientes. Las derechas se resistieron tanto como pudieron -como consta que el se?or Aznar, entre otros, no apoyara la Constituci¨®n cuando se hizo el refer¨¦ndum que la aprob¨®-, imponiendo condiciones y restricciones que limitaron su desarrollo democr¨¢tico, tal como las prerrogativas del jefe del Estado espa?ol -¨²nicas en la UE-, que incluy¨® un blindaje medi¨¢tico frente a la cr¨ªtica y escrutinio democr¨¢tico. Ahora bien, tales limitaciones, incluyendo las expresadas en el C¨®digo Penal, no derivan de la Constituci¨®n. Precisamente, una de las grandes victorias de la democracia y del documento constitucional es la de la libertad de expresi¨®n con pleno derecho a la cr¨ªtica a la Monarqu¨ªa y al Monarca, derecho que los medios de informaci¨®n, reproduciendo una actitud acr¨ªtica a la Monarqu¨ªa, han renunciado a ejercer, empobreciendo nuestra democracia. Es m¨¢s, la propia Constituci¨®n permite su modificaci¨®n a fin de alcanzar una mayor profundizaci¨®n democr¨¢tica, realidad ignorada por las derechas de nuestro pa¨ªs, que, mientras que ayer se opon¨ªan a ella, ahora se oponen a su modificaci¨®n, olvidando que la Constituci¨®n no es el punto de llegada, sino de partida hacia una sociedad aut¨¦nticamente democr¨¢tica. Apoyar la transici¨®n y la Constituci¨®n no quiere decir presentar la primera como mod¨¦lica y considerar la segunda como inmejorable. Antes al contrario. La Constituci¨®n da el derecho a la ciudadan¨ªa para, a trav¨¦s de los cauces democr¨¢ticos, permitir su mayor desarrollo democr¨¢tico, que puede incluir, por ejemplo, el posibilitar que en un d¨ªa futuro una hija de una asistente de enfermer¨ªa del barrio obrero de Nou Barris, en Barcelona, pueda ser elegida jefa del Estado, represent¨¢ndonos a todos.
Quisiera a?adir otra reflexi¨®n generada por la unanimidad en el aplauso a la Monarqu¨ªa que vimos hace unos d¨ªas, lo cual es tambi¨¦n un indicador de la falta de confianza por parte de los medios de informaci¨®n hacia la cultura democr¨¢tica de la ciudadan¨ªa espa?ola, reproduciendo una actitud un tanto elitista que valoro como injusta e inmerecida hacia el pueblo espa?ol. Tal actitud se reflejaba, por ejemplo, en el art¨ªculo escrito por John Carlin, con el que conclu¨ªa el n¨²mero especial que este diario dedic¨® al Rey (22 de noviembre de 2000), en el cual, el autor, con un tono condescendiente para el pueblo espa?ol, conclu¨ªa que la ausencia de actitud cr¨ªtica hacia el Monarca y hacia la Monarqu¨ªa en los medios de informaci¨®n reflejaba una falta de preparaci¨®n de la poblaci¨®n espa?ola para gozar de plena democracia, definiendo "la autocensura (de los medios de informaci¨®n) como una demostraci¨®n de responsabilidad c¨ªvica", a fin de no da?ar la democracia. Quisiera concluir este art¨ªculo expresando mi desacuerdo con esta postura, indicando que, al contrario de lo que John Carlin escribe, la unanimidad acr¨ªtica existente es un s¨ªntoma de irresponsabilidad c¨ªvica y democr¨¢tica de los medios de informaci¨®n, que ofende la conciencia y cultura democr¨¢ticas que la ciudadan¨ªa espa?ola se merece. La Monarqu¨ªa no puede ser resultado de una imposici¨®n medi¨¢tica ejercida sobre la ciudadan¨ªa espa?ola, sino que debe ser la consecuencia de su popularidad ganada a pulso, sin cajas de resonancia, contrast¨¢ndola con otras alternativas, como la forma republicana de gobierno, cuyos promotores deben gozar de la misma accesibilidad a los medios, lo cual no est¨¢ ocurriendo en nuestra democracia incompleta. Esta escasa sensibilidad democr¨¢tica mostrada por los medios de informaci¨®n en su un¨¢nime aplauso a la Monarqu¨ªa con ausencia de cr¨ªtica hacia tal instituci¨®n y al Monarca est¨¢ da?ando a la democracia espa?ola al reproducir una cultura cortesana que enfatiza un orden jer¨¢rquico en el que el jefe del Estado y su corte est¨¢n por encima de toda cr¨ªtica, estimulando una aceptaci¨®n pasiva por parte de la ciudadan¨ªa de un sistema jer¨¢rquico en el que el Monarca est¨¢ arriba, mientras que todos los dem¨¢s estamos abajo, con un gradiente de importancia dependiendo de la distancia existente entre cada ciudadano y el Monarca. No hay que olvidar que una de las consecuencias m¨¢s positivas de la transici¨®n fue precisamente el transformar la figura del jefe de Estado que pas¨® de serlo "por la Gracia de Dios" a serlo por la gracia del pueblo espa?ol, convirti¨¦ndolo en su representante y servidor. Es de gran urgencia democr¨¢tica que los medios de informaci¨®n modifiquen sus h¨¢bitos heredados del r¨¦gimen anterior y que sometan al jefe del Estado al mismo nivel de escrutinio y debate que ocurre en otros pa¨ªses democr¨¢ticos, para as¨ª alcanzar el nivel de madurez democr¨¢tica que nuestra ciudadan¨ªa se merece.
Vicen? Navarro es catedr¨¢tico de Ciencias Pol¨ªticas en la Universidad Pompeu Fabra.
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