Ni?os
Dicen que Estados Unidos es el Imperio y que su influencia econ¨®mica y cultural en todo el mundo est¨¢ lejos de aflojar. Su enorme potencial de comunicaci¨®n puede imponer no s¨®lo modas y h¨¢bitos de consumo, sino pautas de comportamiento y actitudes que pueden resultar agresivas. Lo ha sido para nosotros, sin duda alguna, la invasi¨®n de la comida basura en un pa¨ªs como Espa?a, cuya exuberante riqueza gastron¨®mica convierte en incomprensible el poder de seducci¨®n de los deleznables productos que ofertan sus multinacionales de la ingesta. Si han logrado que su repugnante hamburguesa permanezca en el paladar de la chavaler¨ªa sobre la portentosa tortilla de patata, quiere decir que est¨¢n en condiciones de imponernos cualquier otro bodrio.Lo m¨¢s lamentable es que nos contagian enseguida lo peor de ellos, mientras nos mostramos reacios a aprender su sentido pr¨¢ctico de la vida y otras virtudes que les adornan. Temo, en consecuencia, que se nos pegue una actitud cada d¨ªa m¨¢s intensa en los Estados de la Uni¨®n. Me refiero a la obsesiva protecci¨®n de la infancia de las caricias supuestamente perversas de los mayores. Contaba hace unos meses Antonio Mu?oz Molina en El Pa¨ªs Semanal el episodio que protagoniz¨® en un restaurante de Baltimore cuando un amigo americano le alert¨® de que no volviera a acariciar a ning¨²n ni?o como acababa de hacer con un chaval¨ªn de dos a?os sucumbiendo al encanto de sus sonrosados carrillos. No, seg¨²n le explicaron, porque los puritanos imperantes en Norteam¨¦rica se han desatado a tal extremo que son juzgados por los tribunales hasta los gestos de cari?o de los propios padres por considerarlos abuso sexual. La paranoia inquisidora permite all¨ª, en las circunstancias actuales, que un juez siente en el banquillo de los acusados e interrogue morbosamente a un progenitor al que cualquier ciudadano afecto a la corriente represora crea haber observado una caricia pecaminosa.
All¨ª no van de broma. Recuerden que el a?o pasado un juez de Golden, Colorado, detuvo a un ni?o de nacionalidad suiza de s¨®lo 10 a?os porque una vecina le hab¨ªa visto "tocar" a su hermana, de 5. De nada sirvi¨® que el cr¨ªo les explicara que s¨®lo trataba de ayudarla a desabrocharse los pantalones porque no lograba quit¨¢rselos para poder ir al ba?o, ni los argumentos del padre a favor de la honestidad de su hijo. Entraron en su casa, abrieron la habitaci¨®n en que dorm¨ªa el peque?o y le sacaron esposado de pies y manos para meterle en un calabozo. Siete semanas estuvo detenido en un centro de menores del que s¨®lo sal¨ªa para acudir al tribunal cargado de grilletes. Siete semanas hasta que la presi¨®n internacional hizo recular al juez, que anul¨® el proceso "por un error procedimental".
Si la perniciosa influencia yanqui alcanza alg¨²n d¨ªa nuestro territorio hasta hacer posible semejante ceremonia de la estupidez, tendr¨¦ que considerarme irremediablemente reo de muerte. Los ni?os, aparte de ser un lujo caro de mantener, te condenan casi de por vida a una aut¨¦ntica esclavitud de compromisos y privaciones. De peque?os te quitan el sue?o cuando est¨¢n en su cama y de mayores cuando no lo est¨¢n. Una de las pocas compensaciones que tiene todo ese padecer es su capacidad ilimitada de generar ternura y afecto. Esa sensaci¨®n ¨²nica de achucharles y besarles hasta enrojecer su piel consigue que olvidemos lo cargantes y tiranos que pueden llegar a ser. Un sentimiento que no se limita a los ni?os propios, sino que se extiende a los ajenos. Siempre me sent¨ª halagado cuando alguien hac¨ªa una caranto?a a mis hijos y nunca cre¨ª ofender a nadie cuando yo hice lo propio con los de otros.
Fue precisamente en un orfanato de Estados Unidos cuando, a principios de siglo, comprobaron los saludables efectos del cari?o a trav¨¦s de la epidermis. All¨ª mor¨ªa el 90% de los intentos antes de alcanzar el primer a?o a pesar de tener cubiertas sus necesidades de alimentaci¨®n e higiene. Alguien pens¨® que el problema podr¨ªa derivarse de una posible falta de amor, por lo que solicitaron a los empleados que besaran y abrazaran a los internos como si fueran sus propios hijos. El resultado fue contundente, la tasa de mortalidad cay¨® al 10%. Un cr¨ªo sin caricias es como las hamburguesas, insulso e indigesto.
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