Instrumentalizaci¨®n pol¨ªtica
En algunas de sus siempre inspiradas e inspiradoras p¨¢ginas, Hanna Arendt observ¨® que la paradoja de los m¨¢s reputados pensadores pol¨ªticos occidentales estriba en que, la mayor parte de las veces, no teorizan sobre c¨®mo hacer mejor pol¨ªtica, sino sobre c¨®mo acabar de una vez con la pol¨ªtica: ll¨¢mase a ese exaltante desenlace la perfecta Rep¨²blica, Utop¨ªa, el final de la historia o el paso revolucionarios del gobierno de los hombres a la administraci¨®n de las cosas. La pol¨ªtica es un pugilato envilecedor, mezquino y est¨¦ril, donde s¨®lo prospera lo peor de los peores; el anhelo m¨¢s racional y m¨¢s moral es prescindir definitivamente de ella, para que los humanos podamos por fin funcionar al un¨ªsono sin rencillas partidistas. Y sin rechistar.
En el Pa¨ªs Vasco, cr¨¦anlo o no, tenemos una pl¨¦tora de pensadores pol¨ªticos respetuosos con esa venerable tradici¨®n (y tambi¨¦n con la mayor¨ªa de las dem¨¢s, qu¨¦ se le va a hacer). De modo que prefieren cualquier bald¨®n, desde la malversaci¨®n de fondos hasta la complicidad con el terrorismo, antes de que se les acuse de estar haciendo pol¨ªtica. Nada puede ser m¨¢s detestable a los ojos de la ciudadan¨ªa. Cuando aqu¨ª un responsable pol¨ªtico quiere sacudirse de encima una cr¨ªtica sin dar mayores explicaciones, le basta con decir que los que se la hacen est¨¢n movidos por ambiciones pol¨ªticas. El gobierno con mando en plaza desde eras inmemoriales denuncia constantemente el perverso compl¨® de la oposici¨®n parlamentaria: ?todo lo que dicen y lo que hacen va encaminado... a ganar las pr¨®ximas elecciones! No se puede ser m¨¢s canalla. ?C¨®mo no les dar¨¢ verg¨¹enza! Denuncian abusos, se?alan manipulaciones, protestan ante la ineficacia o la complicidad respecto a la violencia, pero no lo hacen por m¨®viles altruistas como el amor a la humanidad o la piedad por los maltratados, sino por sucia concupiscencia de poder. ?Con el pretexto de que los otros gobiernan mal, lo que en realidad quieren es llegar a gobernar ellos!
Me sonrojo al admitirlo, pero a m¨ª no me parece del todo mal que los pol¨ªticos denuncien la pol¨ªtica equivocada de sus adversarios a fin de convencer as¨ª a los electores de que ellos podr¨ªan hacerlo mejor. Seguro que luego les toca sufrir el mismo trato, pero estoy resignado a vivir en tal perpetua discordia, que incluso considero democr¨¢tica. De modo que la acusaci¨®n grav¨ªsima de 'instrumentalizaci¨®n pol¨ªtica electoral' no me convence como refutaci¨®n definitiva de ning¨²n reproche contra iniciativas pol¨ªticas. Ni mucho menos estoy dispuesto a creerme que el lehendakari, los alcaldes o pol¨ªticos de cualquier laya s¨®lo propongan empe?os 'morales o ¨¦ticos' a la ciudadan¨ªa, tarea edificante para la que no se les ha elegido ni se les paga, y para la que dudo que tengan especiales calificaciones. Lo que tales pr¨®ceres llevan a cabo es siempre pol¨ªtica, a mucha honra, y como tal -sin caer en lo deshonroso- puede ser pol¨ªticamente discutido. Que a veces moralmente tambi¨¦n admita elogio o reproche me parece secundario, por lo menos en el nivel m¨¢s p¨²blico del debate.
Consideremos el caso del concierto en homenaje a Ernest Lluch organizado por el alcalde de San Sebasti¨¢n y el Gobierno vasco. Quienes hemos criticado los modos y el planteamiento de esta iniciativa nos vimos inmediatamente acusados de 'instrumentalizaci¨®n pol¨ªtica', derogaci¨®n proclamada tanto por los organizadores como por todo tipo de voluntarios, sea IU, Elkarri o, ay, Gesto por la Paz. Ya comprendo que poner objeciones al homenaje a una v¨ªctima del terrorismo no es tarea simp¨¢tica y a m¨ª me encanta caer simp¨¢tico, como a ustedes o a cualquiera, pero no siempre es posible. De modo que seamos un poquito antip¨¢ticos, aunque espero que con buena causa. Lo que hemos cuestionado no son los m¨¦ritos del homenajeado, sino la inoportuna estrechez personalizadora con la que se ha planteado el homenaje: quiero pensar que ni siquiera al propio Lluch le hubiese agradado. Se dice que existen precedentes, como el que se dedic¨® a Ord¨®?ez o a Miguel ?ngel Blanco. Yo asist¨ª al de Ord¨®?ez y no recuerdo haber visto all¨ª a pol¨ªticos que no fuesen del PP, salvo B¨¢rbara D¨¹rkhop y Kepa Aulestia; despu¨¦s del evento, hubo amigos socialistas que me reprocharon amistosamente haber asistido a lo que no pod¨ªa ser m¨¢s que un acto 'electoral' del PP. ?Les extra?ar¨ªa ahora que otros vean en el concierto dedicado a Lluch un acto electoral de Od¨®n Elorza? Ya que para la ocasi¨®n se cuenta con la colaboraci¨®n de nuestro admirable Orfe¨®n Donostiarra, que va a compensar los minutos de silencio no guardados por otras v¨ªctimas cantando en recuerdo de ¨¦sta, y la a¨²n m¨¢s ins¨®lita del Gobierno vasco -cuyas reticencias en el reconocimiento a v¨ªctimas que fuesen cr¨ªticas con su gesti¨®n es de sobra conocida, tanto en el Pa¨ªs Vasco como en Estrasburgo-, ?no deb¨ªa haberse aprovechado la convocatoria para dejar claro que no pretenden celebrarse en el Kursaal las respetables ideas de un asesinado, sino algo mucho m¨¢s fundamentalmente respetable, el derecho a defender ¨¦sas o cualesquiera otras sin ser asesinado? ?Es oportuna -o simplemente decente- hoy una discriminaci¨®n semejante, sobre todo por parte de un alcalde tan pol¨¦micamente selectivo en sus ausencias y presencias?
Si de 'instrumentalizaciones pol¨ªticas' se trata, me temo que pocas v¨ªctimas del terrorismo han sido instrumentalizadas con tanto entusiasmo y desde el primer d¨ªa como Ernest Lluch. No me quejo de que algunos hayan aprovechado el momento luctuoso para proclamar su adhesi¨®n a las opiniones del finado -aunque no acierto a ver de qu¨¦ manera su crimen contribuye a verificarlas en lugar de comprometerlas-, pero me extra?a que luego se indignen porque otros, condenando de todo coraz¨®n la atrocidad cometida, sigan mostrando radical discrepancia con ellas. La palabra que el caso ha convertido en fetiche pol¨ªtico es 'di¨¢logo'. A mi juicio, instar al di¨¢logo en un sistema democr¨¢tico parlamentario es algo tan irrefutable y ocioso como encomiar a los peces las ventajas la nataci¨®n. Incluso tiene mucho de ofensivo que, tras veinte a?os de democracia, se nos venga a recomendar el di¨¢logo como algo in¨¦dito por los mismos que gracias a ¨¦l tanto han obtenido y tanto tiempo hace que gobiernan a los vascos. Una de dos: o bien con 'di¨¢logo' no se quiere expresar sino un piadoso deseo de concordia y un algo m¨¢s imp¨ªo pero muy comprensible hartazgo ('que se sienten a una mesa a ponerse de acuerdo y nos dejen a los dem¨¢s en paz'), o bien se trata de insinuar que ser¨ªa aconsejable pactar con el PNV alguna concesi¨®n semejante a lo exigido por ETA, de tal modo que se contentase un poco a la fiera sin ceder directamente en apariencia a sus imposiciones. No s¨¦ si el di¨¢logo as¨ª entendido, junto a la convicci¨®n de que los opuestos al nacionalismo vasco s¨®lo pueden ser herederos putativos de Mill¨¢n Astray y de que los atentados contra el pluralismo en este pa¨ªs siempre vienen de Madrid y nunca de Vitoria o Barcelona, son parte del 'esp¨ªritu de Lluch': pero estoy seguro de que se trata de disparates mejor o peor intencionados.
Cuando los antip¨¢ticos nos quejamos de alguna instancia p¨²blicamente relevante, sea un distinguido periodista radiof¨®nico, la enciclopedia Au?amendi o el acalde donostiarra, nos llueven las protestas: '?Pretenden homologarme con los simpatizantes del terrorismo! ?A m¨ª, que tantas veces he formulado condenas a la violencia!'. Pero si un navajero me apu?ala en el metro (de Bilbao, claro) y el m¨¦dico que me atiende en urgencias me provoca luego una septicemia fatal -sea por negligencia o torpeza-, no considero injusto protestar contra ¨¦l, pese a que su intenci¨®n fuese mejor que la del navajero y no se le pueda acusar de complicidad con ¨¦l. Lo cierto es que entre el uno y el otro me han hecho la pascua..., pero el segundo adem¨¢s me rega?a por ponerle en cuesti¨®n.
Mientras escribo estas l¨ªneas, en ETB-1 pasan una antolog¨ªa de los mejores momentos del programa infantil Betizu, con p¨²blico de diversos pueblos de Euskadi. En un escenario con la ikurri?a al fondo, tres adolescentes improvisan una especie de rap. Todos llevan puesta la capucha del anorak y gafas oscuras (?a qu¨¦ me recuerda este atuendo?). El primero canta: 'Ez da batere erosoa espa?oleen artean bizi izaeta...' ('No es c¨®modo tener que vivir entre los espa?oles'). El segundo proclama que 'el castellano sube y aumenta, el euskera baja; no puede ser, en Euskadi s¨®lo se debe hablar euskera'. El p¨²blico, formado por ni?os de 10 a 12 a?os, asiste a la actuaci¨®n con atenci¨®n, pero sin demasiado j¨²bilo, salvo una monja que en primera fila baila al ritmo de la copla y anima a los peque?os que debe de haber tra¨ªdo con ella. Me pregunto si ser¨¦ la ¨²nica persona en el Pa¨ªs Vasco que est¨¢ viendo el programa con alarma: ?no habr¨¢ alguien en nuestras instituciones culturales, entre los nacionalistas, en Elkarri o quien sea que manifieste desagrado ante espect¨¢culos inducidos como ¨¦ste? Claro que, si lo hicieran, inmediatamente ser¨ªan incluidos en la pr¨®xima lista de agresores contra el euskera. M¨¢s vale no arriesgarse. A la monja se le empieza a torcer ya un poco la toca con tanta agitaci¨®n, pero un par de cr¨ªos parecen m¨¢s motivados y largan un berrido de apoyo al show. En fin, la formaci¨®n de la nueva generaci¨®n de dialogantes para el siglo XXI va por buen camino.
Fernando Savater es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa de la Universidad Complutense de Madrid.
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