C¨®rdoba, abundosa de palabras
La semana pasada plante¨¦ unas cuestiones, viejas pero duraderas. Tendr¨ªamos que volver a la latinidad para ver c¨®mo el propio Lucano se hab¨ªa retratado de alg¨²n modo cuando en el canto IX de la Farsalia dice: 'No envidies, C¨¦sar, un sepulcro rudo, / que el nuevo canto de la musa ibera / puede lo excelso, que el de Grecia pudo / y en mi Farsalia el tiempo te venera'. Son esos atributos que, desde tan lejos, creemos encontrar m¨¢s all¨¢ de las culturas superpuestas.
El cordob¨¦s Lucano fue un poeta latino de gran fortuna. J¨¢uregui lo puso en verso castellano. Los cr¨ªticos no est¨¢n concordes. Hace bien poco, otro poeta cordob¨¦s, Mariano Rold¨¢n puso en alejandrinos los viejos hex¨¢metros. Aqu¨ª la primera cuesti¨®n: ?Por qu¨¦ los alejandrinos? El alejandrino tiene unas ventajas de las que carece el vers¨ªculo libre. Creo que el alejandrino va mejor a nuestra capacidad de leer poes¨ªa. La ahorma, le da un ritmo obligado, hace que la atenci¨®n del lector no se distienda.
Pero quisiera fijarme en otro fragmento latino que justamente es recordado en nuestra literatura. Me refiero a la imitaci¨®n que hace Juan de Mena, otro cordob¨¦s, del episodio de la maga de Ericto, como antecedente de los presagios que anuncian la muerte del Condestable don ?lvaro de Luna. Los versos del poeta romano son de una espantosa grandeza: ambiente, ritos, retrato, dan en la Farsalia una sobrecogedora visi¨®n del trasmundo y una desolada presencia de las tierras maldecidas. No puedo transcribir el pasaje, sino limitarme a una parva selecci¨®n de versos: 'Ni estar viva a¨²n, ni celestes le impiden / acudir a asambleas de muertos; las estigias / moradas conocer y el arcano submundo / de Plut¨®n. Desfigura la expresi¨®n de la imp¨ªa / horrible delgadez, y su rostro, ignorado / por la luz, socavado de estidias livideces, / se inclina bajo el peso del cabello en desorden (...) En cuanto ruega, dioses le conceden vilezas, / pues temen escuchar su segundo conjuro. / Almas vivas rigiendo todav¨ªa sus miembros, / enterr¨® en el sepulcro; y a quien a?os los hados aun deb¨ªan, la muerte, sin quererlo ella misma, / le lleg¨®; mancillando sus exequias, los muertos / en su ata¨²d a¨²n reviven y escapan los cad¨¢veres de la muerte' (traducci¨®n de Rold¨¢n).
El patetismo del poeta de hace dos mil a?os se encarn¨® en el cordob¨¦s de tiempos de Juan II. En las endechas judeo-espa?olas (?cu¨¢nta Andaluc¨ªa trasvasada?) me he enfrentado con el patetismo de la creaci¨®n eleg¨ªaca. Y estoy aqu¨ª, en el triste invierno madrile?o: quiero encontrar secuencias que nos llevan desde un cl¨¢sico latino hasta la emoci¨®n de un hombre de estos inicios del siglo XXI. Y la emoci¨®n vive de nuevo. No es la voz plena de un gran poeta de la latinidad, sino el sentir de unos plantos populares y de una versi¨®n ejemplar en nuestros d¨ªas. Y hay un hilo conductor de estos dos mil a?os de sentimiento: lo llamo Andaluc¨ªa.
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