La insistencia del Athletic se estrella contra su impotencia
Como en las mercader¨ªas, todo estaba previsto para el milagro. El Athletic hab¨ªa ganado en Anoeta por primera vez: la autoestima por las nubes; hab¨ªa recuperado al Etxeberria goleador: el sumo sacerdote; el Racing ofrec¨ªa de palabra la Copa en beneficio de la Liga por boca de su entrenador, Gregorio Manzano; Txetxu Rojo recuperaba a dos de sus buques insignia: Guerrero y Urrutia; el Racing alineaba a una buena porci¨®n de suplentes en San Mam¨¦s con la sana intenci¨®n de trabajar con honestidad, pero sin demasiada alegr¨ªa.
Todo previsto. Hasta la Renfe anunci¨® que sus trenes esperar¨ªan a la pr¨®rroga para devolver a los espectadores a sus casas. Y el Athletic rebaj¨® los precios de los fondos y adelant¨® el horario para engordar la caldera.
El problema fue elemental: ?y el f¨²tbol? A alguien se le olvid¨® este aspecto fundamental para ganar a un equipo que s¨®lo daba prueba de honradez y sacrificio y que degustaba ¨²nicamente el placer de estar sobre el campo. Nadie en el Athletic pens¨® en el f¨²tbol, en hacer circular el bal¨®n, en jugarse un mano a mano con el rival, en disparar a puerta, en arriesgar un servicio al compa?ero en condiciones ventajosas.
Nada de nada. El Athletic era pura insistencia, pura impotencia. Jugadas de manual, de ¨¦sas que la defensa adivina desde que salen de las botas del portero. Conclusi¨®n: las porter¨ªas eran objetos decorativos impuestos por el reglamento. Ni un remate a puerta, ni un intento de remate, ni una jugada para rematar. Y el Racing feliz, porque no hab¨ªa partido, sino un entrenamiento exigente.
Mucho desorden del rival, mucha impotencia. Hasta el punto de que, sin querer, Est¨¦vez cabece¨® al larguero en una indecisi¨®n de Aranzubia.
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