LOS CRIMINALES SE RINDEN
El pasado d¨ªa 10, la ex presidenta serbo-bosnia Biljana Plavsic, se entreg¨® voluntariamente al Tribunal Penal Internacional, en La Haya, encargado de juzgar a los criminales de guerra de la ex Yugoslavia
Biljana Plavsic tiene 70 a?os y es una mujer, en el peor sentido de la palabra, culta, dura y valiente. Gran personalidad en la Universidad de Sarajevo, catedr¨¢tica de bioqu¨ªmica, beca Fulbright y decana en su facultad, hizo amistad y fragu¨® complicidad con otro serbio menos dotado pero tambi¨¦n vinculado al mundo acad¨¦mico, el poeta Radovan Karadzic, conocido confidente de la UDBA. Eran ¨¦stos los servicios de informaci¨®n y de la polic¨ªa secreta del r¨¦gimen tito¨ªsta, nada escrupulosos en el trato con nacionalistas o dem¨®cratas, competidores con sus rivales estalinistas en el Pacto de Varsovia en la represi¨®n, vigilancia y tortura.
Como la mayor¨ªa de las grandes parejas en escenarios convulsos, la de Plavsic y Karadzic, aunque s¨®lo pol¨ªtica, acab¨® rompi¨¦ndose por la tensi¨®n y el desamor. La ruptura entre Plavsic y Karadzic se produjo hacia 1995, eso s¨ª, despu¨¦s de compartir la responsabilidad de cr¨ªmenes que no se hab¨ªan cometido en Europa desde la derrota del nazismo alem¨¢n.
Hace m¨¢s de una semana, Biljana Plavsic decidi¨® consumar la ruptura total de v¨ªnculos con el m¨¢s procaz de los asesinos de la guerra bosnia. Hab¨ªa recibido una citaci¨®n desde Holanda. Y opt¨® por secundarla. Cogi¨® voluntariamente un avi¨®n en Banja Luka con destino a La Haya. All¨ª se entreg¨® al Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia. Ahora todo el mundo espera a que diga al menos parte de lo que sabe. Podr¨ªa aportar las pruebas definitivas para que Karadzic, el general Ratko Mladic, pero tambi¨¦n Slobodan Milosevic, fueran condenados de por vida a prisi¨®n.
Ella acude a La Haya porque considera que ya no tiene posibilidad de hacer una vida m¨ªnimamente normal si no responde ante los jueces del Tribunal Internacional. Puede ayudar a muchos a llegar a la misma conclusi¨®n. Su situaci¨®n no es f¨¢cil. Ha sido acusada, entre otros cargos, de genocidio, complicidad en genocidio, cr¨ªmenes contra la Humanidad, asesinato,violaci¨®n grave del Convenio de Ginebra, cr¨ªmenes pol¨ªticos y raciales, actos inhumanos y desplazamiento forzoso de personas. Los cargos no son una novedad. Lo que es realmente espectacular y da un inmenso impulso a los esfuerzos por acabar por siempre con la impunidad de criminales de guerra en todo el mundo ha sido la disposici¨®n de Plavsic a entregarse obedeciendo una citaci¨®n del Tribunal de la Haya.
El reconocimiento de este tribunal por parte de uno de los dirigentes m¨¢s destacados del r¨¦gimen serbio-bosnio que aneg¨® en sangre aquella rep¨²blica es un hecho sin precedentes que pone m¨¢s cerca del banquillo a los acusados de cr¨ªmenes en Bosnia, a los matarifes de Srebrenica, por ejemplo, ciudad bosnia en la que bajo ¨®rdenes directas de Mladic fueron ejecutados 7.000 prisioneros bosnios en su mayor¨ªa musulmanes.
Pero adem¨¢s, la entrega de Plasic, por mucho que algunos de los nuevos dirigentes serbios se revuelvan contra las evidencias y teman a¨²n las consecuencias de actos necesarios, suministrar¨¢ m¨¢s y muy s¨®lidos argumentos al nuevo Gobierno democr¨¢tico en Belgrado para asumir su deber ante la comunidad internacional de entregar para su procesamiento y enjuiciamiento al m¨¢ximo responsable de toda una d¨¦cada de tragedia balc¨¢nica, al ex presidente Milosevic.
Pero si Milosevic est¨¢ cada vez m¨¢s cerca del banquillo de los acusados, son Krajisnik, ya preso en La Haya tras ser detenido el pasado a?o en Bosnia por fuerzas especiales de las Naciones Unidas, y Karadzic a¨²n libre, aunque cada vez menos, los que m¨¢s han de temer la reciente entrega voluntaria de Plavsic y sus largas charlas ante la implacable fiscal suiza Carla del Ponte.
Krajisnik ya est¨¢ en una celda en La Haya. Karadzic ha cre¨ªdo en su impunidad hasta hace bien poco, dicen algunos. Pero tras el vuelo de su ex amiga Biljana a La Haya, el psiquiatra y poeta tiene ya que sentir el aliento de la justicia internacional en la nuca. Como Augusto Pinochet, como el torturador argentino Cavallo, a la espera en M¨¦xico a encontrarse en Madrid con el juez Baltasar Garz¨®n, son muchos ya en los Balcanes los que han dejado de creer que sus cr¨ªmenes quedar¨ªan impunes y que gozar¨ªan el resto de su vida del bot¨ªn de guerra logrado por medio de la muerte, la tortura, el saqueo y la extorsi¨®n. Otro tanto les est¨¢ pasando a criminales de ETA que llegan esposados en vuelos desde Mexico o Par¨ªs, desde B¨¦lgica o Miami. El mundo es cada vez m¨¢s peque?o para quien cree que es gratis matar.
Uno de los personajes simb¨®licos de la oleada criminal de la pasada d¨¦cada es Karadzic. Notorio resentido por las afrentas de las que hab¨ªa sido objeto por los intelectuales urbanos de Sarajevo en los sesenta y setenta, todos ellos cosmopolitas, exquisitos en sus gustos, desde?osos hacia los llegados de los riscos a la urbe y gozosos de una sofisticaci¨®n que el montaraz montenegrino Karadzic era incapaz de alcanzar.
Cuando Yugoslavia empieza a estallar all¨¢ en 1991, Karadzic ve llegada la hora de la venganza y del despliegue total del rencor en ¨¦l acumulado. Asume, gracias a Belgrado, el liderazgo entre los serbios bosnios como pensador y trovador del etnicismo redentor serbio. Y las armas para imponerlo. Biljana Plavsic le sigue entusiasta. La limpieza ¨¦tnica es un hecho natural y necesario para la redenci¨®n de los serbios. Y se lanzan a ella. La organizan y ejecutan. Con considerable ¨¦xito. Durante cierto tiempo al menos.
Llegan as¨ª, entre 1991 y 1993, las decenas de miles de muertos musulmanes y croatas bajo un ej¨¦rcito yugoslavo que segu¨ªa las ¨®rdenes y estrategias dise?adas en Belgrado por el Estado Mayor, por el aparato nacionalcomunista serbio, por Milosevic al fin y al cabo.
El desprecio que muestran hacia la vida de los dem¨¢s la intelectual y su entonces amigo y hoy encarnizado enemigo, Momcilo Krajisnik, traductor de Shakespeare, estremecen a quienes los conoc¨ªan de la Universidad. La sensibilidad que se les supon¨ªa se torna crueldad. El traductor del dramaturgo total se convierte en director de escena de una de las peores carnicer¨ªas reales habidas en este siglo. Y la mayor¨ªa de la decenas de condenados en el Tribunal de La Haya por violaciones, por obligar a padres a arrancar los test¨ªculos a su hijo, por mutilar y ejecutar a civiles postrados ante ellos, han sido sus obedientes pero en gran parte entusiastas instrumentos en semejante org¨ªa. El sensible anglicista Krajisnik justificaba y alentaba la muerte, como el m¨¢s t¨¦cnico Mladic la dise?aba. Plavsic, la 'Dama de hierro' serbio-bosnia amenazaba por radio a la ciudad con peores castigos y mayores vilezas si no se rend¨ªan.
Quienes como Plavsic se plegaron despu¨¦s a la fuerza, cuando la intervenci¨®n internacional llev¨® a los acuerdos de Dayton, no mostraron arrepentimiento. Las carreteras flanqueadas por interminables hileras de cad¨¢veres en Bosnia oriental en 1992 no eran problema para ninguno de ellos.
Ya no son dos ni tres los que han de rendir cuentas en La Haya. Jefes de campos de concentraci¨®n serbios, croatas como el general Tihomir Blaskic entregado por Zagreb o Dragoljub Kunarac, que tambi¨¦n acudi¨® voluntariamente a La Haya, cumplen condena o esperan veredicto. El Tribunal gana constantemente autoridad. Tambi¨¦n a ojos de sus perseguidos.
Es ¨¦ste el principal ¨¦xito de un Tribunal, el de La Haya, para cr¨ªmenes sucedidos en la ex Yugoslavia, en el que muy pocos cre¨ªan al principio y que ahora, desafiantes enemigos de esa supuesta 'corte pol¨ªtica de la OTAN', buscan como ¨²nica forma viable de retornar a la vida como persona aunque sea en prisi¨®n, como ¨²ltima oportunidad de acabar con su vida de fugitivos despreciados ya no s¨®lo fuera sino tambi¨¦n, crecientemente, en su propio pa¨ªs. Este Tribunal no s¨®lo es ya un precedente hist¨®rico que todos los genocidas y asesinos con pretextos pol¨ªticos o ¨¦tnicos habr¨¢n de tener en cuenta, sino una magn¨ªfica advertencia a todos quienes se vean tentados a utilizar medios criminales para obtener o conservar el poder.
Pa¨ªses que lo ignoraban, como Croacia, han asumido su obligaci¨®n de colaborar con este tribunal. Otros, como Serbia, son cada vez m¨¢s conscientes de que no lograr¨¢n pleno reconocimiento internacional ni la ayuda necesaria para salir de la sima econ¨®mica, pol¨ªtica y moral, si no otorgan su plena cooperaci¨®n a esta corte. Este tribunal, al principio despreciado, es uno de los grandes logros de la conciencia de una Comunidad Internacional, pero ante todo de una Europa que, despu¨¦s de a?os de debilidad y dubitaci¨®n, est¨¢ m¨¢s convencida que nunca de que no puede olvidarse de la terrible lecci¨®n del siglo XX si no quiere que el ahora entrante vuelva a anegarse en sangre. Nuremberg, La Haya, el tribunal en Tanzania que juzga los cr¨ªmenes de Ruanda, son los pilares de lo que habr¨¢ de ser el Tribunal Internacional Penal que hace dos a?os se constituy¨® en Roma. La responsabilidad de quienes se oponen al TPI es grave. Washington especialmente. Bill Clinton lo firm¨® antes de dejar la presidencia. George Bush dice querer sabotearlo. El Congreso norteamericano tambi¨¦n. Bush debiera saber que la seguridad de EE UU y del mundo en general depende m¨¢s del respeto de sus aliados que de arrogancias gratuitas. El mundo no es Tejas. A la larga, el desprecio al imperativo moral que es el TPI amenaza la cohesi¨®n de las democracias. Su ¨¦xito, por el contrario, es la mejor arma de los Estados que creen en la dignidad del individuo, en los derechos humanos y en su defensa a ultranza. La rendici¨®n de Plavsic es una prueba de ello y un hito en la lucha contra la impunidad de criminales y s¨¢trapas modernos.
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