La infracci¨®n al orden
Seguimos de enhorabuena. Vamos a cambiar de siglo y de milenio sin que en las im¨¢genes de las exposiciones de nuestra 'historia oficial' hayamos perdido la guerra de Cuba. En la m¨¢s reciente, Sagasta y el liberalismo, y dentro de un subapartado de 'guerras coloniales' (sic), unos barcos de guerra surcan el mar hacia lo desconocido, los de la escuadra de Cervera, y en el cuadrito de al lado, unos infantes disparan, es la defensa de Manila. ?Cu¨¢l ser¨¢ el desenlace? El espectador tiene que adivinarlo, lo mismo que la causa de tales acciones, porque nada indica en el programa iconogr¨¢fico de la vistosa exposici¨®n que los cubanos se hayan sublevado ni que los Estados Unidos forzaran la guerra. Tampoco hay, l¨®gicamente, im¨¢genes de la paz de Par¨ªs. El 'historiador de confianza', en la muestra patrocinada por la Fundaci¨®n BBV y el Ministerio de Cultura -de hecho el mismo v¨¦rtice de los ¨²ltimos tiempos con otras siglas-, nos libera por lo menos esta vez del penoso espect¨¢culo que en la de Espa?a fin de siglo ofrec¨ªa la imagen de la victoria de un barquito espa?ol sobre uno norteamericano en la ¨²nica alusi¨®n a la guerra naval con los Estados Unidos. En ambos casos, claro, nada de catastrofismos.
Ciertamente, despu¨¦s de la prolongada etapa de condena de la memoria sufrida por los espa?oles bajo el franquismo, todo lo que contribuya a rehacer la memoria hist¨®rica de nuestra sociedad en su conjunto, y no s¨®lo de una minor¨ªa de especialistas, ha de ser en principio bien venido. Pero precisamente por eso resulta exigible que las im¨¢genes sean suficientemente explicadas en su sentido hist¨®rico, conforme sucede con precisi¨®n creciente en las exposiciones de este tipo, tanto en Europa como en Norteam¨¦rica, y que se eviten sesgos ideol¨®gicos tan visibles como los que afectan a la ¨²ltima oleada de muestras, en enlace directo con la imagen de Espa?a que intenta transmitir el gabinete conservador que nos gobierna. Unas veces son injustificables ausencias como las arriba mencionadas (similares a las que en el reportaje de La 2 el d¨ªa 30 sobre el famoso Carolus se salta el Saco de Roma, para recrearse en el glorioso encuentro de Papa y Emperador en Bolonia); otras, huida del compromiso, con el silencio en torno al simp¨¢tico pa?ito con las aparentemente inofensivas banderas vascas de Sabino Arana; otras en fin, frases que se deslizan en el v¨ªdeo de la exposici¨®n: por ejemplo, el pronunciamiento de 1854 'pronto degenera en una revoluci¨®n' (sic). As¨ª que si desde el poder se propone una memoria hist¨®rica donde el conflicto es sistem¨¢ticamente borrado y el rosa de entonces prefigura el de hoy, no parece il¨ªcito, sino todo lo contrario, poner de manifiesto lo que ocurre y su significaci¨®n ideol¨®gica.
Conviene, pues, rasgar la cortina para descubrir qu¨¦ se esconde detr¨¢s, y para ello el estilete m¨¢s eficaz es la aplicaci¨®n del concepto de infracci¨®n al orden, que Tzvetan Todorov propusiera ya hace tiempo en Literatura y significaci¨®n. Todorov lo empleaba para dar con el significado de la narraci¨®n literaria, pero nada impide la extensi¨®n de su uso al relato cinematogr¨¢fico, a la iconograf¨ªa y a cualquier tipo de manifestaci¨®n ideol¨®gica. Lo esencial es ahondar en las infracciones observables en la estructura de significaci¨®n, profundizando en los vac¨ªos o silencios, en las fracturas entre los comportamientos o las formas en la ficci¨®n y los conocidos en el mundo real, en los desenlaces radicalmente contradictorios con la l¨®gica de la acci¨®n. Con gran frecuencia, la infracci¨®n al orden en este ¨²ltimo sentido permite que un determinado relato sea aceptable para su destinatario. Todorov pone el ejemplo del happy end en las novelas de Dickens. El novelista no rehu¨ªa mostrar al p¨²blico victoriano la miseria de una sociedad hecha en beneficio de los econ¨®micamente fuertes, pero ¨¦stos pueden aceptar el mensaje porque siempre al final del relato alguien de su clase saca al protagonista desgraciado de la sima social y le eleva al nivel de los happy few. De paso, tambi¨¦n las capas populares se miran satisfechas en el espejo de esa movilidad ascendente que les presenta la supuesta novela social. Es la estrategia de consolaci¨®n que para el caso muy pr¨®ximo de la novela por entregas, precedente directo del culebr¨®n de hoy, diseccion¨® Umberto Eco. Y la regla de oro gracias a la cual una sociedad muy conservadora pudo consumir sin problemas los m¨¢s duros argumentos del cine de Hollywood. Nadie hubiera soportado, empezando por el productor, que la t¨ªpica familia americana, cuyos valores morales triunfan al fin a costa del urbanista sin escr¨²pulos, fuese devorada por los fantasmas de Poltergeist. Ni que en el telefilme nuestro de cada d¨ªa el malvado s¨¢dico acabe asesinando a la atractiva madre de familia, tal y como pide a gritos la l¨®gica del gui¨®n. A mayor tensi¨®n entre l¨®gica de la acci¨®n y final feliz, mayor ¨¦xito: v¨¦ase Spielberg. Quienes como Orson Welles, Peckinpah, Ford Coppola, infringieron la norma pagaron un alto precio por ello.
La infracci¨®n al orden conformista encuentra su terreno privilegiado en ¨¦pocas hist¨®ricas marcadas por acontecimientos sociales y pol¨ªticos muy desfavorables, incluso tr¨¢gicos, cuya visibilidad no resulta posible eludir del todo, por lo cual se hace necesario, en inter¨¦s del orden establecido, su reconstrucci¨®n falseada. El ejemplo cl¨¢sico en la historia de la pintura lo constituyen los hermanos Le Nain, tan apreciados en su d¨ªa por los defensores del realismo socialista. Otro tanto sucede con el relato policiaco, Dashiell Hammett y su gente excluidos. En unas sociedades urbanas donde impera la violencia, la inseguridad se vuelve espect¨¢culo bajo la m¨¢xima de que 'el criminal nunca gana'. En el l¨ªmite, el mensaje es que siendo grande la violencia de los transgresores, mayor debe ser la de unos polic¨ªas del tipo Clint Eastwood. Moraleja cargada de ideolog¨ªa: podemos vivir tranquilos si dejamos a los servidores del Estado que violen cuanto quieran los derechos individuales, tal y como vienen haci¨¦ndolo los 'Harry el sucio' de turno o los verdugos legales del tipo Bush.
La memoria tambi¨¦n cuenta. Hace unos a?os tuvimos entre nosotros un buen ejemplo en las novelas de Eduardo de Mendoza, donde el argumento integraba el tema de las luchas sociales en la Barcelona del primer tercio de siglo: La verdad sobre el caso Savolta (sensiblemente mejorada en la pel¨ªcula de Drove) y La ciudad de los prodigios. Sobre todo la segunda fue un best-seller fabuloso, y bien merecido por su calidad narrativa. El contenido era otra cosa. Mendoza escrib¨ªa sobre algo de que todos los catalanes hab¨ªan o¨ªdo hablar, el anarcosindicalismo de la CNT y el pistolerismo, y acumulaba circunstancias irreales y simplificaciones sobre el tema -en realidad, su informaci¨®n ver¨ªdica se limitaba a unas fichas policiales-, pero gracias a esa manipulaci¨®n integraba el protagonismo inc¨®modo del pasado de luchas obreras en un relato donde los culpables ven¨ªan de fuera (como el Lepprince de Savolta) o los acontecimientos se elevaban a un orden fe¨¦rico. Quedaba de este modo garantizado el consumo de los temas por la sociedad
Antonio Elorza es catedr¨¢tico de Pensamiento Pol¨ªtico de la Universdad Complutense.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.