Un hombre indignado
Es martes por la ma?ana -las once- y estoy caminando sin rumbo por un centro comercial. He escogido uno de esos complejos posol¨ªmpicos que imitan el lujo con luces, m¨¢rmol y flores artificiales en vitrinas de cristal. Como la mayor¨ªa de estos centros, el que estoy visitando fue inaugurado hace unos a?os, en plena etapa de consumismo voraz, y de momento resiste los rigores del mercado: s¨®lo un par de sus locales est¨¢n cerrados indefinidamente. A esta hora, el centro se encuentra casi vac¨ªo. En las distintas tiendas, las vendedoras maquilladas limpian los escaparates y el olor de ambientador se expande por esta isla interior. Las escaleras mec¨¢nicas dan vueltas para nadie, como si el hilo musical que se oye de fondo las hiciera funcionar, y s¨®lo en las cafeter¨ªas se nota un poco de movimiento. Me siento a tomar un cortado y espero. A eso de las doce aumenta un poco la afluencia de gente, especialmente en el supermercado, y poco a poco van llegando ya los jubilados. Con paso cansado buscan alguna de las ¨¢reas libres y se sientan. En silencio a?oran un televisor encendido en alguna parte. Hace unos a?os iban a ver las obras, ahora visitan la obra de las obras, su resultado.
El pasado lunes, Jos¨¦ Saramago present¨® 'La caverna', su ¨²ltimo libro, y defini¨® los centros comerciales como el ¨²nico lugar seguro en tiempos modernos
Estoy aqu¨ª por Jos¨¦ Saramago. Quiero comprobar si, como afirma el escritor, 'las grandes superficies son el ¨²nico lugar seguro que existe en las ciudades modernas'. Pronunci¨® estas palabras y muchas otras el lunes, ante cerca de mil personas (otras tantas se quedaron fuera), al presentar su nueva novela -La caverna (Alfaguara, Edicions 62)- en el Centro de Cultura Contempor¨¢nea de Barcelona. El acto se inici¨® con un peque?o recital de fados de la cantante Nevoa, acompa?ada de los guitarristas Eduard Iniesta y Joan Garrober, y esas cuatro o cinco canciones l¨¢nguidas, tristes, sirvieron sin duda para crear un clima, algo as¨ª como aprender a llorar sin l¨¢grimas. 'No soy nada y nunca ser¨¦ nada. No puedo querer ser nada', dec¨ªa uno de los temas interpretados. Poco despu¨¦s, cuando inici¨® su intervenci¨®n, Saramago nos record¨® que se trataba de unos versos de Fernando Pessoa, que prosegu¨ªan as¨ª: 'Adem¨¢s de eso, tengo en m¨ª todos los sue?os del mundo', y al recitar este ¨²ltimo verso los ojos le hac¨ªan chiribitas. Sentado en una silla negra en medio del escenario, como un cantautor sin guitarra, Saramago habl¨® durante m¨¢s de una hora. Empez¨® analizando su nueva novela, su voluntad de plantear una reflexi¨®n sobre el tiempo que estamos viviendo, y al hilo de lo que cuenta el libro -entre otras cosas, la nueva vida de un alfarero que pierde su trabajo y dice: 'Soy una especie en v¨ªas de extinci¨®n'-, teoriz¨® sobre el emergente dominio que los centros comerciales ejercer¨¢n en nuestra existencia presente y futura. Entonces, por si alguien no se hab¨ªa dado cuenta, nos advirti¨® de que en su caso es imposible separar al novelista del ciudadano.
Mientras desfilo ante los escaparates claros y brillantes con la sensaci¨®n de haber alunizado, intento fijar cual ser¨¢, si no le ponemos remedio, la escenograf¨ªa ¨²nica de los sue?os futuros: ropa de marca, lencer¨ªa, relojes caros, muebles de dise?o, agencias de viajes, delicatessen... extra?as distracciones para los jubilados sin nada que hacer. El ciudadano Saramago sigui¨® hablando de los centros comerciales: la imagen de la publicidad cada vez tiene m¨¢s fuerza, por eso las grandes superficies son las nuevas catedrales, cont¨®, la gente las visita con frenes¨ª y devoci¨®n, y para algunos j¨®venes se han convertido adem¨¢s en la universidad. La universidad de la vida, me digo, y pienso en esa pel¨ªcula del americano Kevin Smith, Mallrats, las ratas del centro comercial, la gente que ya no sale ni para ir a dormir. Algo parecido cont¨® el escritor portugu¨¦s: esa mujer que muri¨® dejando como ¨²ltima voluntad que esparcieran sus cenizas en un centro comercial.
Las palabras de Saramago, jalonadas a menudo por aplausos espont¨¢neos, siguieron encandilando al p¨²blico durante un buen rato. A mi lado, el escritor Biel Mesquida me susurr¨® al o¨ªdo: 'Habla como un patriarca', y es que el ciudadano Jos¨¦, a pesar de esa voz apenada, tiene una gran habilidad para esculpir contundentes titulares: 'La globalizaci¨®n es una forma de totalitarismo'; 'el miedo de hoy en d¨ªa es el miedo a perder el trabajo, y es un miedo paralizador'; 'cuanto m¨¢s viejo, m¨¢s libre, y cuanto m¨¢s libre, m¨¢s radical'. Este esp¨ªritu libre y radical es lo que le llev¨® a denunciar el verdadero peligro que hay tras los centros comerciales: las multinacionales, el gran poder. 'Se puede derrumbar un gobierno pero no se puede derrumbar una multinacional', afirm¨®, y acto seguido se pregunt¨®: '?Cu¨¢l es la soluci¨®n a todo esto?'. Un segundo de silencio, un gesto de dolor. 'No lo s¨¦, yo no tengo la soluci¨®n'.
Sin embargo, indirectamente, s¨ª ofreci¨® dos o tres soluciones: no resignarse, la primera; tener sue?os como en el poema de Pessoa, la segunda (lo intuyo en las chiribitas en sus ojos). ?Y la tercera? La tercera se me ocurre m¨¢s tarde, cuando me marcho del centro comercial, convencido de que es un lugar seguro porque en realidad es una especie de purgatorio as¨¦ptico. Antes de salir me doy la vuelta y veo esos m¨¢rmoles encerados, esos suelos pulidos como una l¨¢pida mortuoria, y entonces doy con ello: la tercera es indignarse. Saramago recuerda que naci¨® en un mundo injusto y que morir¨¢ en un mundo injusto. A este efecto, dice, s¨®lo cabr¨¢ un epitafio en su l¨¢pida: 'Aqu¨ª yace, indignado, Jos¨¦ Saramago'.
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