Entre el rumor y el silencio
Me resultan rid¨ªculas esas personas de exhibida categor¨ªa social y cultural que protestan aparatosamente contra cualquier rumor en un concierto de m¨²sica cl¨¢sica o en una representaci¨®n de ¨®pera. Se indignan porque una tos, un estornudo, o un ligero cuchicheo desbarata su sensibilidad y no pueden apreciar un pian¨ªsimo de Bach o las altas frecuencias de una aria de Verdi desembuchada desde la potencia pectoral de cualquier diva. Incluso en los programas de un prestigioso ciclo de conciertos de Barcelona se recomiendan ciertas manipulaciones bucales para reducir en un 50% los decibelios de la tos y los estornudos. Y una eminente pianista ha pedido la supresi¨®n de los aplausos en sus conciertos para no frenar la continuidad del ¨¦xtasis.
La mejor manera de disfrutar la arquitectura no es vivirla seg¨²n pautas ce?idas a referencias hist¨®ricas y compositivas, sino ocup¨¢ndola con desparpajo. Lo mismo cabr¨ªa decir de la pintura y la m¨²sica, que, sin embargo, se reverencian en exceso
Me parece que se lo le¨ª a Joan Oliver: todas las artes, excepto la poes¨ªa, se pueden utilizar como estructuras de 'fondo' a las que es posible superponer otras sensaciones y otras actividades. La mejor manera de disfrutar la arquitectura es vivirla seg¨²n unas pautas que no se ci?an a su composici¨®n o incluso a sus referencias hist¨®ricas. Es decir, ocuparla con desparpajo.
Lo mismo ocurre con la pintura y la escultura que pueden estar presentes en cualquier actividad p¨²blica o privada participando como testimonios cr¨ªticos, aunque sin asumir protagonismo. Oliver exclu¨ªa a la poes¨ªa de las 'artes de fondo' y no creo que lo hiciera porque ¨¦sta era su disciplina, sino porque, en efecto, no parece que el entendimiento de una lectura o una audici¨®n de textos pueda ser sometida al entendimiento de otra actividad como se practicaba con p¨¦simos resultados intelectuales en los refectorios religiosos y en los comedores escolares.
La m¨²sica, en cambio, ha sido durante buena parte de su historia 'm¨²sica de fondo', auxiliar indispensable de un baile, un discurso lit¨²rgico o popular, una poes¨ªa, una procesi¨®n y un desfile, una pel¨ªcula, una algarada patri¨®tica y hasta -si se me permite el exabrupto- un concierto. Porque los conciertos no son experiencias anal¨ªticas y valorativas para sensibilidades individuales. Son, fundamentalmente, fiestas colectivas con rituales muy establecidos y bien transferidos. Si no lo fueran ya habr¨ªan dejado de existir porque para hacer llegar una interpretaci¨®n a cada mel¨®mano tenemos hoy medios m¨¢s eficientes que el engorro de las grandes salas de concierto. Si un concierto es una fiesta, los remilgos de los que exigen el silencio de la absoluta austeridad se equivocan de escenario. No aceptan la popularizaci¨®n de la fiesta y se empe?an en crear un nuevo elitismo que les distinga de lo que hoy es realmente la m¨²sica viva. En las discotecas, en los conciertos de rock, en los musicales nadie reclama silencios estrictos. Al contrario, el ¨¦xito se mide por el volumen de intervenci¨®n del auditorio y por el desbarajuste participativo con sus correspondientes decibelios.
Si extrapolamos el caso de la m¨²sica hasta las artes pl¨¢sticas, el equivalente al silencio ser¨ªa el espacio neutro y vac¨ªo. Los pintores contempor¨¢neos se empe?an en exponer sus obras en inmensos ¨¢mbitos inexpresivos, con grandes lagunas de muros blancos, temiendo que la mezcla y la yuxtaposici¨®n no permita apreciar su presuntuosa autonom¨ªa o esperando que la impresi¨®n del vac¨ªo valore su dudosa identidad. Los museos de arte antiguo -sobre todo los que no han sufrido modernizaciones extempor¨¢neas- no tem¨ªan las proximidades y las acumulaciones, incluso con los peligros de la contradicci¨®n. Pero un museo de arte contempor¨¢neo suele ser un ¨¢mbito vac¨ªo s¨®lo salpicado estrat¨¦gicamente por obras de arte en un aislamiento ret¨®rico, porque para ser valoradas requieren aislarse del 'ruido' de las dem¨¢s. ?Es que, tanto la m¨²sica cl¨¢sica como el arte contempor¨¢neo est¨¢n tan lejos de la sensibilidad com¨²n que s¨®lo se pueden enaltecer en un ambiente rigurosamente elitista, en una momificaci¨®n as¨¦ptica, sin proximidades contaminantes, es decir, sin atreverse a ser el fondo de una participaci¨®n colectiva y festiva? O, al contrario, ?es que ambos son fen¨®menos culturales tan importantes que no pueden ser considerados ni ocasionalmente como 'arte de fondo' y hay que apoyarlos con la escenograf¨ªa del silencio y del vac¨ªo?
Es curioso que hoy en d¨ªa la aceptaci¨®n popular se incline hacia dos temas cronol¨®gicamente tan distantes: la m¨²sica actual y la pl¨¢stica antigua, en detrimento de la m¨²sica cl¨¢sica y de la pl¨¢stica moderna. De todas maneras, los t¨¦rminos m¨²sica y pl¨¢stica modernas son demasiado generales y engloban especialidades contradictorias. No toda la m¨²sica actual es popular, porque hay que dejar entre par¨¦ntesis lo que suele llamarse m¨²sica culta o, quiz¨¢, m¨²sica experimental y cr¨ªptica. Y no toda la pl¨¢stica actual es incomprendida, porque no lo son las derivaciones hacia el dise?o, la reproducibilidad y los nuevos retos nacidos con la fotograf¨ªa y el ordenador. Y, por lo tanto, parece l¨®gico sospechar que la m¨²sica actual es popular porque ha logrado expresarse como 'fondo' de los ruidos de la fiesta y que la pl¨¢stica lo es cuando deriva hacia otras producciones funcionales comprometidas en el uso y el ruido de la sociedad. Y, como consecuencia, cabe preguntarse cu¨¢l es la perspectiva social del arte contempor¨¢neo en sus gestos m¨¢s tradicionalmente muse¨ªsticos. ?Seguir¨¢ en su cripticismo y en un aislamiento que se compensa con un consumo elitista en el que la identidad se somete a un tinglado prioritariamente mercantil?
Oriol Bohigas es arquitecto.
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