El adi¨®s al viejo tendero
El peque?o comercio conf¨ªa en la especializaci¨®n para competir con las grandes superficies
El hombre dice que da lo mismo su nombre, que lo que quiere es que se cuente que ya no aguanta m¨¢s. Que alguien cuente que los peque?os comercios se ahogan y que ¨¦l mismo tiene que ir a comprar a las grandes superficies porque los distribuidores ya ni se acercan al pueblo a llevarle la media docena de yogures, las dos cajas de leche, los diez paquetes de bimbo. El hombre dice que el peque?o comercio -¨¦se que da de comer a las familias de m¨¢s de 260.000 trabajadores- se muere, se muere, oiga usted.
El hombre es una de esas personas que regentan uno de los casi 100.000 establecimientos que, seg¨²n datos de Comisiones Obreras, existen en la Comunidad. El lunes, miles de ellos cerraban sus puertas para hacer o¨ªr su voz frente a la nueva normativa sobre horarios comerciales. Una protesta desesperada ante el rodillo de las grandes superficies. A la impotencia, a un futuro que cada vez les ahoga m¨¢s.
'No me compensa pedir los yogures al distribuidor. Me cuestan m¨¢s baratos en El Corte Ingl¨¦s'
Pedro Maldonado no cree ya en el futuro. Casi ha perdido cualquier esperanza. Tiene 62 a?os y desde 1957 mantiene abierta una jugueter¨ªa en la calle de Toledo.
-?Y qu¨¦ quiere que le diga? Mire usted: tengo dos hijos y ninguno de ellos seguir¨¢ mi profesi¨®n, ?para qu¨¦?Pedro apoya sus manos en el lustroso mostrador de madera. De la calle apenas llega el rumor de los coches. Todo est¨¢ en calma. Demasiada calma.
-La gente se va a los grandes almacenes. Nosotros no podemos competir con ellos, ni en precio ni en tiempo.
Dice Pedro que se siente Juan Palomo. Todo se lo hace ¨¦l. Todo. En la campa?a de Reyes viene alg¨²n familiar a ayudarle: los hijos, sobrinos. Cualquiera que pueda echar una mano. Y as¨ª aguantan. Aguantan porque ninguno de esos ayudantes cobra un duro.
Cuenta que no pueden competir. Que hay grandes almacenes que llenan los buzones con cat¨¢logos maravillosos, de brillantes colores. P¨¢ginas y p¨¢ginas con precios imposibles. Y que, luego, cuando la gente, maravillada por tanta oferta, acude a comprar, resulta que ese juguete, ese producto tan barato, est¨¢ agotado, no existe.
-Pero ya que est¨¢s ah¨ª, compras.
Tampoco pueden competir en tiempo. A ¨¦l s¨®lo le falta dormir en la tienda. Porque cuando cierra tiene que liarse a colocar, a limpiar. Tienen los peque?os comerciantes jornadas agotadoras que no les permiten abrir el domingo.
-As¨ª que, ya ve. Nosotros s¨®lo podemos competir en el trato.
Pedro Maldonado cree en el efecto de la huelga. Porque 'algo hay que hacer'. Pero apenas conf¨ªa en el futuro.
-En un a?o, cierro. Cierro y se acab¨®.
Justo al lado est¨¢ El Ferrocarril. Vende zapatos especiales. Eso les ha salvado. Es una de las 1.613 zapater¨ªas que, seg¨²n el Gobierno regional, contin¨²an abiertas en la regi¨®n.
-Nosotros, gracias a que somos una zapater¨ªa especializada. Si no...
Alfredo -uno de los 14.000 trabajadores que agrupa este ramo- cree que es la ¨²nica soluci¨®n, la ¨²nica salida que tiene el peque?o comercio. Pero lamenta que no todo el mundo comprenda que hay cosas que hay que buscar en tiendas de este tipo. ?l y su compa?ero Jaime aconsejan, recomiendan, estudian al cliente, se enteran de sus problemas de pies y le ofrecen el tipo de calzado que mejor les va.
-No sabe usted la cantidad de zapatos que se quedan en el armario porque no se adaptan al pie como deben.
Cuenta que la gente va a comprar unos zapatos. Y, a lo peor, le aprietan. Y va el empleado y le dice: 'Nada, nada, si el cuero cede mucho'. Y se va el hombre cojeando a su casa. Y termina por no utilizar ese par de zapatos que ha comprado de cualquier manera.
-?Sabe lo que pasa? Que en esos grandes almacenes venden zapatos, pero no los que necesita el cliente. Eso no les importa.
Coge Alfredo un zapato. Lo acaricia.
-Toque, toque. F¨ªjese qu¨¦ piel. ?A que no nota usted la costura?
Tambi¨¦n Jos¨¦ G¨¢mez piensa que la especializaci¨®n es el camino. ?l lleva casi 30 a?os trabajando en el textil, un sector que agrupa a m¨¢s de 2.000 comercios y 4.000 trabajadores. Empez¨® a los 14, en Palao, al lado de El Corte Ingl¨¦s. Ahora est¨¢ en Rosan Textil, en la calle de la Bolsa. Unas mujeres le preguntan por una pieza de tela para s¨¢banas. Hablan en una clave particular. Dicen n¨²meros, medidas. Hacen c¨¢lculos mentales. Citan marcas, calidades. Jos¨¦ G¨¢mez aconseja, saca piezas de tela que extiende suavemente en el mostrador. Ense?a su textura. Acaricia la tela.
-Trabajamos con clientes de toda la vida. A nosotros no nos da?a que los domingos abran los grandes almacenes. F¨ªjese que ni siquiera abrimos los s¨¢bados por la tarde. No hace falta.
Cree que este tipo de comercio resiste bien porque ofrece calidad y trato diferenciado. Y paciencia. A unos metros hay otros establecimientos que aguantan bien el empuj¨®n de las grandes superficies. La gente, sin ir m¨¢s lejos -vamos, al lado, en la plaza Mayor-, entra en El Gato Negro, compra las lanas al peso. Se deja aconsejar por las dependientas, calculan los kilos necesarios para el jersey, para la bufanda.
-?D¨®nde va a encontrar usted algo as¨ª?
Peor dice que lo tiene Rafael Aguilar. Regenta una peque?a tienda de alimentaci¨®n. En la Comunidad hay m¨¢s de 20.000, que dan trabajo a 60.000 personas, seg¨²n aseguran las estad¨ªsticas del Ejecutivo regional. Se puede tener peor, pero nunca perder el humor. As¨ª que Rafael Aguilar empieza diciendo que a ¨¦l no le preocupa que los grandes almacenes -m¨¢s de 30 en la regi¨®n- ampl¨ªen los d¨ªas de venta. Total.
-Yo he llegado a un acuerdo con don Isidoro, el de El Corte Ingl¨¦s. Yo no me meto con ¨¦l y ¨¦l me deja vivir en paz.
Y se r¨ªe. Pero reconoce que tiene, en el fondo, relaciones comerciales con El Corte Ingl¨¦s.
-?Ve usted estos yogures? No me compensa pedirlos al distribuidor. Me cuestan m¨¢s baratos en El Corte Ingl¨¦s. Conque, cuando necesito m¨¢s, me acerco y los compro. Un poco absurdo, ?no?, que me cuesten menos en un comercio que en un distribuidor. Pero es as¨ª.
Entra una mujer. Compra un s¨¢ndwich de jam¨®n y queso y, mientras espera que la cobren, escoge algunas golosinas.
-Vendo bocadillos, latas, botellas de agua. Cada vez menos productos cl¨¢sicos de una mantequer¨ªa, como es este comercio.
Ni siquiera cree que estos peque?os establecimientos suplan ese olvido de ¨²ltima hora. S¨®lo los matrimonios mayores siguen bajando a la compra casi todos los d¨ªas. Y van desapareciendo.
-Es una cuesti¨®n de precios. Tendr¨ªa que haber precios fijos en la venta. Pero eso de que el proveedor se lo venda m¨¢s barato a El Corte Ingl¨¦s o al Carrefour...
A Vicente no le ha afectado la huelga. ?l tiene un peque?o taller de reparaci¨®n de autom¨®viles en el Alto de Extremadura. En la regi¨®n hay unos 3.500 establecimientos como el suyo, que dan de comer a un par de empleados. Pero se siente solidario con los peque?os comerciantes.
-Porque nos pasa a nosotros igual. Esto es como lo de Bertolt Brecht, ?lo conoce usted? Eso de primero vinieron a por los comunistas, pero yo no lo era y no hice nada... Y as¨ª hasta que te toca a ti. Y cuando quieres reaccionar ya es tarde. Te ofrecen los neum¨¢ticos m¨¢s baratos en los grandes centros y, encima, te los colocan gratis. Y las bater¨ªas... y todo. Terminar¨¢n por asfixiarnos. Hay que unirse.
En el bar Polo, Alfonso pega la hebra mientras sirve un caf¨¦. Llueve en la calle. No pasa un alma.
-Esto no tiene remedio. Se lo digo yo. Y eso que a nosotros la huelga ¨¦sa no nos afecta. Pero, ?c¨®mo luchar contra un gigante? Las cosas han cambiado mucho. Y todos queremos ir a los sitios cuando nos convenga. Coger el carrito y cargar. Es la vida. La vida que nos lo cambia todo. Y eso que a m¨ª me gustan las tiendas. Me gusta el barrio.
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