Nonagenarios y en activo
Dos centenares de ascensores que funcionan con m¨¢s de 90 a?os conservan sus cabinas hist¨®ricas gracias a un convenio
Penden de gruesos cables, siempre pares. Obedecen a potentes motores. Y, a veces, roncan. Pero sorprenden por su belleza transparente. Exhiben una vitalidad retadora que les permite proseguir desempe?ando, de modo eficaz, la tarea para la que fueron creados: son los ascensores m¨¢s veteranos de Madrid.
De los aproximadamente 105.000 elevadores con que cuenta la regi¨®n, estos veteranos no superan los dos centenares y les queda apenas una d¨¦cada para cumplir el siglo. Gracias a la fortaleza de su hechura han sobrevivido a mil avatares mec¨¢nicos, as¨ª como a normativas sever¨ªsimas, a numerosas trastadas est¨¦ticas y a algunos caprichos reglamentarios.
En su salvaci¨®n desempe?¨® un papel crucial un convenio firmado hace un lustro entre las entonces Delegaci¨®n de Industria y la Direcci¨®n General de Patrimonio de la Comunidad de Madrid. Esta norma, una venia fundamentada en criterios generalmente est¨¦ticos invocados por arquitectos, ha conseguido salvar las cabinas de buena parte de los ascensores hist¨®ricos. Y ello pese a que muchos otros miles de los m¨¢s bellos de Madrid fueran sacrificados por la aplicaci¨®n de una normativa que algunos arquitectos creen implacable.
La Academia de la Historia posee un ejemplar que data de 1913 y trabaja a pleno rendimiento
Casi todos los ascensores hist¨®ricos madrile?os muestran cabinas labradas en maderas nobles, sobre todo caoba, acristaladas con lunas y espejos biselados, y perfiladas por molduras y adornos. En su techo, el engarce nudoso con los cables. A sus pies, placas de bronce dorado donde suele constar su nacionalidad, casi siempre extranjera: los primeros en llegar fueron suizos. Adentro, su concavidad bru?ida procura un c¨¢lido cobijo y permite contemplar a sus pasajeros, entre brillos y destellos, envueltos en un aura de comodidad y distinci¨®n.
Sus decanos se encuentran, sobre todo, en el distrito Centro. Uno de los m¨¢s bellos y antiguos se halla en la calle del Le¨®n, 21, en la sede de la Real Academia de la Historia, se?ala Mart¨ªn Almagro, directivo y anticuario de esta instituci¨®n. Es un ascensor Schlinder de cuatro plazas, como reza un cartel dorado a los pies de su entrada, que informa de que fue fabricado en la ciudad suiza de Lucerna en el a?o 1913. Fue enviado a Madrid en aquella fecha, explica Rodolfo Alfonso, de la firma helv¨¦tica. Era un regalo del embajador de Suiza en Madrid a la sede acad¨¦mica que, hasta un a?o antes, regentaba Marcelino Men¨¦ndez Pelayo.
Por cierto, esta instituci¨®n cultural carece de elevador, rara excepci¨®n en un Madrid c¨¦ntrico donde los viejos ascensores siguen constituyendo florones ornamentales de sus principales edificios: es el caso del Banco de Espa?a y de la Telef¨®nica; de los palacetes supervivientes de la Castellana, de las mejores manzanas del Prado y los Jer¨®nimos, y de las suntuosas casonas del barrio de Salamanca.
Precisamente en una de ellas, en la calle de Marqu¨¦s de Villamejor, otro ascensor, que data de 1907, muestra su porte magn¨ªfico y funciona sin interrupci¨®n desde entonces. En su origen era hidr¨¢ulico.
En el Palacio Real hay uno fabricado en madera de limoncillo que, tres cuartos de siglo despu¨¦s de entrar en funcionamiento, a¨²n envuelve a sus viajeros con una atm¨®sfera c¨¢lida y grata.
Uno de los instaladores pioneros fue Jacobo Schneider, quien estableci¨® su firma en Madrid en 1919. Una placa en la factor¨ªa de la firma Otis, de M¨¦ndez ?lvaro, 73, recuerda su memoria: 21-X-1884.Schlinder, que envi¨® a Madrid algunos de sus primeros ascensores, no se estableci¨® aqu¨ª hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial, en 1946. Desde entonces instal¨®, entre otros, el del faro de Moncloa, modelo acristalado de tipo panor¨¢mico.
De toda la ciudad, los considerados como m¨¢s r¨¢pidos son los de la torre Picasso, que se desplazan a una velocidad de entre cuatro y seis metros por segundo, seg¨²n fuentes t¨¦cnicas. La m¨¢xima capacidad ronda la de 25 pasajeros.
El aparato que desciende a una cota m¨¢s profunda es el del Teatro Real: se adentra hasta ocho plantas bajo tierra.
El m¨¢s impresionante es el de la Cruz de los Ca¨ªdos, de cuya reparaci¨®n se encarga Patrimonio Nacional.
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