Nadie supo ganar

El Athletic hab¨ªa encontrado su bellocino de oro en la pegada. A falta de f¨²tbol, buena es la punter¨¬a para salir del atolladero. Al Racing lo tumb¨® de tres empujones, prescindiendo del f¨²tbol y apelando al estado de ¨¢nimo y perfecci¨®n de algunos futbolistas. Pero el Deportivo es otra cosa, una empresa mayor que no se derrumb¨® cuando encaj¨® el rev¨¦s del gol de Larrainzar, un lateral derecho que agarra un zurdazo desde fuera del ¨¢rea que se cuela entre las piernas de Lacruz y se ajusta al palo izquierdo de Molina.

Aquello fue un accidente y como tal lo entendi¨® el Deportivo, que sigui¨® apelando a la posesi¨®n del bal¨®n, al juego sin prisas, sin m¨¢s preciosismo que el que otorga Fran al bal¨®n cada vez que se lo encuentra. Era el modelo tractor, del que gusta Javier Irureta en la comodidad y en la adversidad. En realidad, descontado el gol, el Athletic no hab¨ªa hecho nada inteligente ni nada positivo. Su tendencia natural a perder el bal¨®n y la distancia habitual de sus l¨ªneas favorecen el juego del rival, que sin demasiado esfuerzo se hace con el bal¨®n y con el partido. Donato, ayer un juvenil en carrera de m¨¦ritos, barri¨® el centro del campo y Fran, el de casi siempre, decidi¨® campar por sus respetos y rebuscar entre los vac¨ªos estruendosos del Athletic. De su bota sali¨® el centro que Makaay cabece¨® a la escuadra para firmar el empate. Fue un gol significativo. La indulgencia de la defensa rojiblanca resulta casi infantil: ?scar Vales, marcador de Makaay, ni siquiera lleg¨® a saltar cuando disputaba un mano a mano con el delantero holand¨¦s.

El segundo gol, m¨¢s que indulgente fue una limosna. Larrazabal ya hab¨ªa comprometido a Lafuente con una cesi¨®n imperdonable en el primer minuto, a la que Pandiani renunci¨® generosamente. Larrazabal reincidi¨®, pero en esta ocasi¨®n se encontr¨® con Makaay, m¨¢s ambicioso que su compa?ero, y que de un fuerte disparo convirti¨® la cesi¨®n en gol.

El Athletic hab¨ªa renunciado al bal¨®n y al partido con una avaricia que no se justifica por la escasa entidad de su juego. Un gol a los siete minutos es una renta demasiado fl¨¢ccida como para resistir las fluctuaciones del partido. El Athletic, m¨¢s que jugar, trabaja; m¨¢s que inventar, corre. Sus jugadores b¨¢sicos observan un estado de forma muy bajo: Guerrero y Joseba Etxeberria son dos sombras de s¨ª mismos. El f¨²tbol se reduce a Urzaiz, el futbolista m¨¢s adelantado del equipo, el m¨¢s lejano.

Por eso el Deportivo se hizo con el partido en un santiam¨¦n. Entreg¨® diez minutos del primer tiempo, y toda la segunda mitad a su rival, a sabiendas de que lo manejaba todo: el ritmo, el toque, el resultado, y de que su rival apenas pon¨ªa pundonor, voluntad y todo eso que acompa?a al juego, pero casi nunca lo protagoniza. As¨ª que el Athletic atacaba y el Deportivo remataba. Y en esto lleg¨® otra jugada circunstancial. Ramis y C¨¦sar hicieron un bocadillo a Guerrero que el ¨¢rbitro entendi¨® como penalti. Larrazabal enmend¨® su error anterior transformando la pena m¨¢xima El Athletic resucit¨®, pero ya era demasiado tarde..

En realidad, nadie supo ganar. El marcador polariz¨® el juego y ambos equipos quisieron gestionar los r¨¦ditos del marcador. El Deportivo lo tuvo m¨¢s m¨¢s f¨¢cil, pero le falt¨® ambici¨®n. Al Athletic, juego.