M¨¢s de 3.000 escoltas act¨²an en Euskadi y Navarra
La extensi¨®n de las amenazas de ETA obliga a m¨¢s de 700 personas a vivir en libertad vigilada
En la penumbra que envuelve su casa por aquello de que hay vecinos que pueden desear su muerte, la concejal del PP espera todas las noches la llamada de sus escoltas para poder salir a trabajar. 'OK, el camino est¨¢ despejado, puede salir'. Las sombras que cubren sus movimientos, que le marcan el camino, siempre distinto, y los horarios, siempre diferentes e intempestivos, le conducen, entrada la madrugada, hacia una serie de establecimientos donde trabaja como se?ora de la limpieza. La espera se repite cada vez que entra y sale del trabajo y del ayuntamiento. Mientras ella limpia bares y oficinas, los guardias civiles que la protegen inspeccionan los alrededores y vigilan las entradas. A veces, alguno de ellos echa una mano con los cubos por aquello de aliviarle la carga, acelerar la faena y retirarse cuanto antes. Act¨²an con mucha discreci¨®n, fieles a la regla de observar sin ser vistos, pero no s¨®lo por seguridad, tambi¨¦n porque los due?os de los locales ignoran que su mujer de la limpieza es concejal y que, por lo tanto, est¨¢ amenazada de muerte. 'Ya perd¨ª un trabajo de d¨ªa', dice, 'porque a los propietarios, no les culpo, les parec¨ªa fatal que hubiera dos polic¨ªas apostados a la puerta del local'.
El universo de los m¨¢s de 700 vascos que viven escoltados, condenados a la pena de libertad limitada y vigilada, no se reduce, en absoluto, a los cargos relevantes de los partidos, a los profesionales prestigiados, a los empresarios con recursos. Aunque el veredicto es el mismo para todos y el miedo cuando se desata no hace distingos, la sentencia lleva una carga a?adida para muchos concejales del PP y del PSE-PSOE, en raz¨®n de las caracter¨ªsticas de sus trabajos, de sus disponibilidades financieras, de su situaci¨®n personal y familiar. La estrategia de 'socializaci¨®n del sufrimiento' aplicada por la organizaci¨®n terrorista moviliza permanentemente en Euskadi y Navarra a no menos de 3.000 escoltas armados y eso que el 40% de los concejales socialistas carece de protecci¨®n. Algo m¨¢s de un millar de estos guardaespaldas son empleados de las empresas privadas y el resto se reparten entre el Cuerpo Nacional de Polic¨ªa, la Ertzaintza, la Guardia Civil y las polic¨ªas locales. Por supuesto, el n¨²mero de objetivos potenciales de ETA alcanza cifras tan alucinantes que, pese al esfuerzo policial desplegado, hace imposible garantizarles la seguridad. El asesinato, el pasado viernes, de Ram¨®n D¨ªaz, cocinero de la Comandancia de Marina de San Sebasti¨¢n, demuestra el alcance de la amenaza que pesa sobre amplios sectores de la sociedad vasca.
El Gobierno central tiene contabilizadas a unas 430 personas con custodia permanente en la Comunidad Aut¨®noma Vasca, pero a esa cifra hay que sumarle la correspondiente a Navarra, un centenar largo en todo caso, y la de numerosos empresarios, directivos y empleados de los medios de comunicaci¨®n que han tenido que recurrir a las compa?¨ªas privadas. Tambi¨¦n el PP se garantiza la custodia de la mayor parte de sus concejales a trav¨¦s de las empresas de seguridad que se encuentran en momentos de extraordinaria expansi¨®n. 'Se ha desatado una psicosis general en la sociedad y el problema es que no tenemos tiempo material para seleccionar, reclutar y preparar al personal adecuado', indica el director de una de esas empresas. A la amenaza que pesa sobre el conjunto de los cargos pol¨ªticos no nacionalistas -tambi¨¦n la direcci¨®n del PNV ha adoptado sus medidas de protecci¨®n tras el ¨²ltimo comunicado de ETA- se suma, particularmente, el temor extendido entre el empresariado con las recientes campa?as de extorsi¨®n. 'Los que deciden no pagar y pueden permit¨ªrselo acuden directamente a nosotros', afirma ese directivo, que cifra en m¨¢s de dos centenares el n¨²mero de empresarios vascos con protecci¨®n. Desbordado por la situaci¨®n, el Gobierno vasco ha reforzado el dispositivo de escoltas de la Ertzaintza, contratando a 200 guardias privados. De una u otra manera, todos est¨¢n atrapados en el engranaje de seguridad que encarrila sus movimientos, que decide por ellos, que les conduce por la vida como por un entramado fantasmal de t¨²neles que s¨®lo deja a la vista retazos de la realidad exterior. Hay gentes que durante el pasado a?o no han pisado pr¨¢cticamente otra acera que la que discurre entre el portal de su casa y el coche de sus escoltas. Y, desde luego, no todos pueden escaparse los fines de semana para oxigenarse y sustraerse a la atm¨®sfera ominosa, opresiva, que les rodea en Euskadi. Algunos viven la amenaza a la intemperie, sin el cobijo de los despachos, sin el calor solidario de los compa?eros de trabajo. Porque entre los amenazados vascos, hay tambi¨¦n carteros que reparten el correo escoltados, jardineros que hacen su trabajo bajo la vigilancia permanente de sus guardaespaldas, empleados de la OTA que revisan el tiempo de estacionamiento de los coches, temerosos siempre de que uno de esos veh¨ªculos pueda contener la bomba que lleva sus nombres, gentes que han dejado sus empleos ante la imposibilidad policial de protegerles en sus particulares circunstancias laborales.
La infinita mayor¨ªa, sin embargo, necesita conservar sus trabajos ya que la remuneraci¨®n que perciben por su tarea en los ayuntamientos medianos y peque?os casi nunca supera las 60.000 pesetas. Desde la ruptura de la tregua, hace ya 14 meses, sus vidas han cambiado radicalmente. Radical y dram¨¢ticamente en el caso de aqu¨¦llos que no soportan la presi¨®n, que viven an¨ªmicamente deshechos, sintiendo que se deslizan por un agujero negro sin fondo.
'Lo que estoy pasando no se lo deseo ni a mis enemigos. A estos de HB, EH, o como quieran que se llamen ahora, les pondr¨ªa en mi situaci¨®n aunque s¨®lo fuera por un mes', dice un agricultor que, despu¨¦s de haber visto las l¨¢grimas en casa, baraja seriamente abandonar el cargo. Es lo que hizo su antecesor despu¨¦s de una campa?a de amenazas coronada con un par de bombas. Este hombre, que trabaja el campo y cuida el ganado, sale de casa con las primeras luces del alba y no vuelve hasta entrada la noche. 'No te acostumbras nunca; los escoltas no me dejan ni a sol ni sombra. Est¨¦ sembrando, sacando patatas o moviendo el ganado, siempre tengo a un ertzaina a menos de 10 metros. Me ayudan a veces y son majos, s¨ª, pero lo llevo mal, la verdad; estoy nervioso y me temo que quienes pagan mis nervios son mi mujer y mis hijos', se?ala, con gesto abatido.
Sin considerarse un hombre de bares, dice que soporta mal el aislamiento a que conduce la situaci¨®n, el corte brutal en su libertad de movimientos, la reducci¨®n de los c¨ªrculos de amistades y de relaci¨®n, el estrechamiento de la vida. 'Pr¨¢cticamente he renunciado a mis amigos. Ellos no me lo dicen claramente para no herirme, pero me han dado a entender que prefieren que no les acompa?e si voy con gente armada. Es lo que m¨¢s me duele', asegura.
En otro punto de la geograf¨ªa vasca, una concejal mantiene fija la vista mientras habla en los grandes ventanales de su casa, ahora cegados con las cortinas y las persianas echadas. 'Esto se ha convertido en un b¨²nker; yo era', dice, 'una persona sumamente sociable que frecuentaba los cines, las exposiciones, los teatros y los bares y que ten¨ªa un amplio c¨ªrculo de relaciones. Mis amigas me siguen queriendo, pero ya no salen conmigo y tampoco se lo reprocho', indica. 'Desde que se acab¨® la tregua, mi vida ha cambiado completamente. Antes, ya hab¨ªa tenido problemas, claro: nos lanzaron un c¨®ctel m¨®lotov y mi hijo dorm¨ªa con un extintor junto a la cama, pero ahora', subraya, 'es otra cosa, mucho peor. He dejado de ir al euskaltegi [centro de ense?anza de euskera] y al gimnasio y aunque te propongas no encerrarte en casa, la inercia y las exigencias de la seguridad te van poco a poco arrinconando. Ya s¨®lo salgo con mis escoltas, con mis hijos y con una compa?ero del partido que est¨¢ en mi misma situaci¨®n', a?ade esta mujer, que acept¨® el cargo tras quedarse viuda. Cualquier movimiento resulta un problema y toda espontaneidad est¨¢ proscrita. 'No puedes hacer nada dentro de lo que los polic¨ªas llaman el c¨ªrculo caliente, el entorno de tu domicilio, no puedes sacar la basura a los contenedores pr¨®ximos por si te han preparado una sorpresa, as¨ª que me llevo la bolsa en el coche para echarla en un sitio alejado'.
Es una mujer animosa. 'Supongo que los creyentes tenemos menos miedo a la muerte. Mi familia lo aguanta peor. Alguno de mis hijos ya me dice: '?Y qu¨¦ pasa si en lugar de matarte te dejan in¨²til para siempre?'. Les contesto que es mi vida, que me met¨ª en esto voluntariamente y que no voy a renunciar aunque tampoco le vea a esto un final. Es terrible que tengamos que aliviarnos con la idea de que, como somos tantos los objetivos, es m¨¢s dif¨ªcil que nos toque'.
Abuela y ama de casa, otra concejal con escolta apunta lo que m¨¢s le duele: 'No poder sacar a pasear a mi nieta reci¨¦n nacida'. 'Poco a poco vas renunciando a muchas cosas, en parte porque tambi¨¦n tienes que pensar que ellos, los escoltas, tienen derecho a descansar. Sabes muy bien que tu vida puede depender de ellos y que ellos tambi¨¦n se la juegan'. 'Al principio', comenta, 'lloraba de tristeza viendo pasar a la gente por la calle desde mi ventana pero ahora me he dicho que tengo que darle la vuelta al asunto y que, sobre todo, que no quiero que ellos, los de HB, me vean abatida'.
De acuerdo con ¨¦ste y otros testimonios, las gentes del pueblo reaccionan de manera bien diferente. 'Algunos te saludan con un afecto especial para mostrarte su solidaridad y tengo vecinos que se preocupan de comprarme el pan y el peri¨®dico, otros se sienten intimidados por los escoltas y tampoco faltan los que comentan, tiene gracia: 'Mira esa chula con sus escoltas'.
Como tantos otros protegidos, esta mujer no ha podido evitar la tentaci¨®n de burlar la custodia policial en un momento determinado. 'S¨ª, pero s¨®lo fueron tres minutos y a dos metros de casa para comprar una cosa que necesitaba urgentemente. No se lo he dicho a ellos para ahorrarme una bronca, pero le puedo asegurar que no lo repetir¨¦ f¨¢cilmente. Estuve esos tres minutos con la carne de gallina y no disfrut¨¦ en absoluto de la escapada', subraya.
'Lo que pasa', dice la concejal del Partido Popular que trabaja de mujer de la limpieza a ra¨ªz de su separaci¨®n matrimonial, 'es que necesitamos tambi¨¦n una esperanza, algo que nos haga la vida m¨¢s llevadera, no podemos vivir as¨ª permanentemente, temiendo lo peor y pensando que si la cosa est¨¢ mal, est¨¢ mal, y que si hay calma es porque preparan algo gordo'.
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