Una s¨¢tira feroz

La notable facilidad de George Tabori para introducir matices de envergadura en un texto siempre en riesgo de desflecarse por su enorme poder verbal ha sido muy bien vista por la puesta en escena de Carme Portaceli, que subraya con pausas de actuaci¨®n los momentos m¨¢s delicados de la obra, sobre todo en lo que respecta a la figura del jud¨ªo -representada con todos sus atributos por Jordi Costa. Este encuentro entre un joven y ya fracasado Hitler, que derivar¨¢ hacia el histrionismo pol¨ªtico la venganza de su resentimiento, y un jud¨ªo que ser¨¢ obsequioso con un estrafalario enemigo al que se resiste a tomar en serio, que sucede en un albergue vien¨¦s de menesterosos, podr¨ªa ser todav¨ªa de m¨¢s envergadura si Tabori no se hubiera dejado llevar en cierto modo por alg¨²n que otro clich¨¦, ya que, sin duda, de los miles de austriacos que sufrieron parecidos desenga?os en el periodo de entreguerras, no todos se entregaron alegremente a la rid¨ªcula pasi¨®n del genocidio. Que en la versi¨®n ofrecida en Espai Moma se incluya alg¨²n que otro chiste sobre Eduardo Zaplana, no hace sino subrayar los aspectos m¨¢s d¨¦biles de un texto que no deber¨ªa permitir alegr¨ªas semejantes.

Aparte de la peligrosa man¨ªa que se va desarrollando en el Hitler joven, el sujeto real de la obra es Herzl, un jud¨ªo culto y resabiado, ir¨®nico en su sabidur¨ªa, que no encontrar¨¢ el modo de evitar el servilismo hacia quien habr¨¢ de ser su verdugo simb¨®lico. Es ¨¦ste el aspecto m¨¢s interesante de un autor que conoce bien a los suyos y que tal vez sospecha que actitudes de esa clase tambi¨¦n contribuyeron a la consumaci¨®n del Holocausto.