Correcci¨®n, valent¨ªa y caballerosidad
El juez Juan Guzm¨¢n procesa finalmente al general Augusto Pinochet despu¨¦s de tres a?os de compleja peripecia judicial. Este paso pod¨ªa darse por seguro desde que el juez consum¨® su interrogatorio del imputado, tras cuyo tr¨¢mite Guzm¨¢n fue a su vez interrogado por los periodistas. No se anduvo por las ramas al definir al general: 'Persona extraordinariamente normal, de gran correcci¨®n, de gran valent¨ªa, de gran caballerosidad'. No se puede mentir m¨¢s en tan pocas palabras. Pero, al mismo tiempo, no se puede bordar una jugada tan maquiav¨¦lica, de tan notable eficacia, como la realizada por el juez.
Presionado en todas direcciones, descalificado desde instancias oficiosas y tambi¨¦n oficiales, amenazado -as¨ª lo reconoci¨® en su momento- por las m¨¢s poderosas fuerzas f¨¢cticas de aquella sociedad, el juez Guzm¨¢n tiene que hilar muy fino. Y esta vez lo ha hecho con la m¨¢s refinada perfecci¨®n.
Calificaciones tan inauditas y tan absolutamente inveros¨ªmiles -gran correcci¨®n para el sujeto que le ha hecho entrar en su casa por la puerta de servicio; gran valent¨ªa para el individuo que, contra toda la masiva evidencia acumulada, niega haber mandado matar a nadie; gran caballerosidad para el jefe desalmado que ahora, desvergonzadamente, arroja la responsabilidad de sus cr¨ªmenes sobre sus inmediatos subordinados, aquellos mandos regionales que le obedecieron sin rechistar-, todo este conjunto de falsedades literales se dan por bien empleadas, pues tan mentirosos y melifluos calificativos sirven para arropar magn¨ªficamente a la ¨²nica definici¨®n que importa: la de un se?or 'extraordinariamente normal'. He aqu¨ª el quid de la cuesti¨®n, pues nadie podr¨¢ calificar de demente a un se?or tan normal. Y Pinochet no tiene m¨¢s escapatoria que una demencia de suficiente magnitud.
Con esta secuencia de mentiras -puro verbalismo oportunista, pero cargado de intenci¨®n-, el inteligent¨ªsimo Guzm¨¢n consigue matar varios p¨¢jaros de un solo tiro, aunque su meta principal consista, m¨¢s bien al contrario, en gastar todos los tiros que resulten necesarios para matar a un solo p¨¢jaro. Y qu¨¦ p¨¢jaro.
De hecho, esta t¨¢ctica de Guzm¨¢n merece la calificaci¨®n de jugada magistral, a la altura exigida por la entidad de su oponente y de las poderosas fuerzas que lo respaldan. En efecto, con su interrogatorio y declaraciones posteriores, el juez ha conseguido, como m¨ªnimo, los tres logros siguientes:
Primero: con esa serie de adjetivos encomi¨¢sticos, el juez se quitaba de encima las acusaciones de 'animadversi¨®n', 'obsesi¨®n persecutoria', etc¨¦tera, que se le atribuyeron en otros momentos del desarrollo procesal. Al mismo tiempo, la flexibilidad demostrada en los sucesivos aplazamientos de la fecha del interrogatorio y las concesiones efectuadas para mayor comodidad del viejo general hacen extremadamente dif¨ªcil que aquellos reproches puedan ser ya esgrimidos contra el juez.
Segundo: al someter a interrogatorio al imputado, el juez cubr¨ªa el requisito formal para su procesamiento posterior. De hecho, Guzm¨¢n no ha interrogado a Pinochet para averiguar los siniestros hechos de la caravana de la muerte, en octubre de 1973. Tales hechos est¨¢n ya sobradamente constatados y debidamente registrados por docenas de pruebas y testimonios que, desde hace tiempo, obran ya en poder del juez. As¨ª pues, importaba un r¨¢bano lo que el general pudiera decir en respuesta a las preguntas formuladas, y Pinochet pod¨ªa dedicarse, sin ning¨²n problema, a negar todas las evidencias que le se?alan como m¨¢ximo y directo responsable de aquellos cr¨ªmenes que se le imputan, sin que ello a?adiera o restara un mil¨ªmetro al conocimiento que la justicia chilena tiene ya sobre el particular. Jugada maestra, por tanto, la de interrogar al imputado, soportando -entre sonrisas, trato correct¨ªsimo y comentarios intrascendentes sobre el buen tiempo reinante- el conjunto de embustes alegados por el general.
Y tercero: el hecho de introducir entre sus calificativos ditir¨¢mbicos el de 'extraordinariamente normal' fue no s¨®lo el ¨²nico calificativo suficientemente cierto, sino tambi¨¦n un supremo detalle de habilidad y lucidez por parte del juez. A pesar de la evidente contradicci¨®n terminol¨®gica -pues lo muy normal nunca puede ser extraordinario-, al deslizar ese simp¨¢tico calificativo sobre la normalidad extraordinaria del imputado, el juez le met¨ªa otra fina pu?alada trapera, al descartar con ello toda posibilidad de una supuesta demencia incapacitante, incompatible con tal normalidad.
Por a?adidura, el general Joaqu¨ªn Lagos Osorio, jefe en 1973 de la norte?a regi¨®n militar de Antofagasta, ha desmentido a Pinochet, su antiguo comandante en jefe, explicando la forma en que las ¨®rdenes de ¨¦ste obligaron a los jefes regionales a eliminar a 75 militantes izquierdistas arrestados a ra¨ªz del golpe militar. Para ello, Pinochet se vali¨® de la delegaci¨®n especial que otorg¨® al general Sergio Arellano Starck, quien, al mando de un grupo de altos oficiales, dirigi¨® la llamada caravana de la muerte, forzando a los jefes regionales a cometer aquellos cr¨ªmenes y en ocasiones actuando a sus espaldas para cumplir el macabro encargo del dictador.
El procedimiento oscil¨®, seg¨²n los lugares, desde el simulacro de juicio sumar¨ªsimo seguido de fusilamiento hasta la brutal tortura, la mutilaci¨®n y la muerte a cuchilladas de las v¨ªctimas. La descripci¨®n del general Lagos sobre el estado de algunos de los cad¨¢veres -'les hab¨ªan sacado los ojos, destrozado las mand¨ªbulas, quebrado las piernas, etc¨¦tera'- da la medida de las atroces actuaciones derivadas de aquella criminal caravana.
Cuando el general Lagos inform¨® a Pinochet de los intolerables excesos cometidos en su regi¨®n por los hombres de Arellano, el dictador le forz¨® a modificar la redacci¨®n de su informe, como si Arellano y el propio Pinochet no hubieran tenido parte alguna en la operaci¨®n. Pero Lagos conserv¨® su original, con las correcciones impuestas de pu?o y letra por el mismo Pinochet, documento que hoy se convierte en grave prueba de cargo contra el ex dictador. 'Tarde o temprano seremos juzgados por esto, y usted el primero como comandante en jefe', profetiz¨® Lagos ante el dictador. Han pasado 27 a?os y la profec¨ªa planea ya como un buitre amenazador, a pocos metros por encima de la cabeza de Pinochet.
Ahora, el viejo general dice que ¨¦l no mand¨® hacer nada de aquello y que fueron los jefes regionales -como el general Lagos- los que tomaron aquellas iniciativas tan inhumanas. Inconmensurable cinismo del mismo hombre que en aquellos a?os alardeaba de un pleno conocimiento de todo lo que ocurr¨ªa bajo su mando y que, por a?adidura, premi¨® despu¨¦s con condecoraciones, ascensos y destinos de relieve a los miembros de la famosa delegaci¨®n.
A la desverg¨¹enza de Pinochet, alegando argumentos rid¨ªculamente falsos e insostenibles, ha respondido el juez Guzm¨¢n -con an¨¢logo cinismo- aplic¨¢ndole una serie de extravagantes calificativos de falsedad similar. Curioso espect¨¢culo la confrontaci¨®n de dos individuos de colmillo retorcido, endurecidos ambos por sus a?os de brega respectiva. La diferencia radica en que uno de ellos representa a la justicia y la dignidad del hombre, mientras el otro representa la vieja barbarie aniquiladora de los derechos humanos, al amparo de una pretendida impunidad que se consideraba absoluta y definitiva. Como vemos, ya no es ni absoluta ni definitiva, y ello -entre tantos desastres- constituye una noticia esperanzadora para la humanidad.
Prudencio Garc¨ªa es investigador y consultor internacional del INACS.
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