Tantos chicos, tantas chicas, tan elegantes
La gala de los Goya alcanza su mejor momento expresivo cuando mejor aplica las recetas del denostado Hollywood
La firmante no se siente objetiva al escribir acerca de los Goya. Sobre todo, este a?o, en que el premio a la mejor pel¨ªcula ha ido a parar a El Bola, de Achero Ma?as, tan considerable y tan prometedora (de futuros trabajos del equipo, espero), tan imbricada con y en la realidad, y que me gusta tanto, por su extrema sensibilidad y pericia en lo t¨¦cnico o mec¨¢nico; un trabajo profesional a la par que muy serio.
Este a?o, en que el mejor actor de reparto (los cielos me libren de llamarlo secundario) ha sido Emilio Guti¨¦rrez Caba, recordado protagonista de una de nuestras grandes pel¨ªculas olvidadas, Nueve cartas a Berta, de Basilio M. Patino, y que, literalmente, dio la vuelta a mi est¨®mago con su mon¨®logo de La comunidad, al incorporar al vecino mediocre, oscuro, frustrado y facha que todos conocemos alg¨²n d¨ªa.
A?o en que Carmen Maura, vers¨¢til y firme, tremenda actriz batalladora, se ha llevado su nuevo Goya a la mejor int¨¦rprete protagonista femenina por su espectacular y sostenido trabajo en la pel¨ªcula de ?lex de la Iglesia. A?o en que Borau es reconocido (el entra?able Borau) y en que Julia Guti¨¦rrez Caba recibe algo de lo que merece.
Puede que no fuera, el 2000, el mejor a?o del cine espa?ol. Pero el cine espa?ol que nos dio el 2000 vale por un pedazo de milenio. Y si llega a ser mejor, no s¨¦ qu¨¦ hacemos.
Los pliegues que el cine deja en la memoria est¨¢n plagados, a su vez, de dobleces asumidas en defensa propia. Quiz¨¢ la m¨¢s perdurable (y, a ratos, m¨¢s amarga) de nuestras duplicidades es aquella que nos hizo creer que ¨¦ramos hijos de Casablanca cuando lo ¨¦ramos de Alhucemas, siempre en el norte de ?frica: pero otra cosa.
Somos el resultado de aquellos detritus entra?ables (pero mierda al fin) que alimentaban nuestros fines de semana en los cines de barrio. ?ramos supervivientes de la miseria, aspirantes al lujo y, en el fondo, testigos de nosotros mismos. Alg¨²n d¨ªa, con suerte, ser¨ªamos mejores y tendr¨ªamos un cine y una vida. Como, m¨¢s o menos, ahora.
Por eso me parece simp¨¢tico, incluso conmovedor, que la gala de los Goya, de la Academia de Cine, alcance su mejor momento expresivo cuando mejor aplica las recetas del denostado Hollywood a su propia gala de los Oscar. Cuando nuestro cine se siente bien porque vendemos alguna pel¨ªcula fuera, hemos ganado varios Oscar y tenemos colocados a unos cuantos actores y actrices, benditos sean.
?ramos, en apariencia, ajenos a la pel¨ªcula telonera, la espa?ola (m¨¢s frecuentemente llamada espa?olada); pero a pesar de que acud¨ªamos a la sala convocados por el glamour de Hollywood o, en tiempos de conflictos franquistas con las productoras norteamericanas, sabemos quienes eran Luis Prendes, Lolita Sevilla o Paquita Rico, generosamente homenajeados anoche por un cine que no guarda rencor hacia el pasado, sea porque en palabras de Garci ('he intentado hacer una pel¨ªcula sin mala leche'), pretende creer que cualquier tiempo pasado pudo haber sido peor.
Y les debemos horas de felicidad y la verdad es que, a todos ellos, de un bando o de otro, les debemos felicidad.
En cuanto a anoche, el t¨ªmido homenaje que la gala de los Goya rindi¨® a nuestros predecesores en cine, as¨ª como el adi¨®s (en Hollywood lo llaman tribute) fue completo y emocionante, a tono con el resto de la fiesta, que no es m¨¢s que un: '?Chicos! ?Estamos aqu¨ª! Todav¨ªa vivos, pese a todo'.
Lo que me parece un milagro es que los c¨®micos premiados sobrevivan al p¨²blico de los Goya: esa gente tensa: los unos, por esperar los premios; los otros, por ser invitados oficiales. Helados, todos, en la platea, con sus tiesos trajes de fiesta.
Mientras, el escenario trata de dar lo mejor de s¨ª. Lo est¨¢ logrando (falta a¨²n el histri¨®n que conduzca la ceremonia sin olvidar al conjunto). S¨®lo falta que los invitados se enteren de que el cine somos todos.
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