Lluvia de queroseno
?lvarez del Manzano se va a Guinea a entregar unos camiones de la basura viejos, porque dice que aqu¨ª hacen mucho ruido. El mensaje subliminal es que esta ciudad podr¨ªa ser a¨²n m¨¢s ensordecedora, lo que resulta de todo punto inveros¨ªmil. Sales a la calle y ves ruidos por todas partes. Los ruidos son tan grandes, tan espesos, que se han corporeizado. Corren, como las ratas, por entre los autom¨®viles; se esconden detr¨¢s de los ¨¢rboles y salen cuando vienes tranquilamente del mercado arrastrando el carrito de la compra. El otro d¨ªa pis¨¦ un ruido cuyo cuerpo ten¨ªa la flacidez de una rata muerta. Record¨¦ aquella novela de Camus, La peste, que empieza precisamente cuando las ratas brotan a la superficie. Los personajes del libro tropiezan con ellas en los portales, en el mercado, en las escaleras de la propia casa. Son la primera se?al del apocalipsis.
El otro d¨ªa vi una rata muerta en el parque de Juan Carlos I. Me impresion¨®, claro, aunque menos que cuando las encuentro vivas, que tambi¨¦n. Entonces, un paseante al que no ten¨ªa el gusto se acerc¨® con expresi¨®n interrogante:
-?A que huele? -dijo.
Y es que ol¨ªa fatal. De s¨²bito, el aire se hab¨ªa llenado de unos efluvios espantosos que pusieron al borde del desmayo al paseante que digo, un hombre algo mayor. Le ayud¨¦ a sentarse en un banco, cerca de la rata muerta, que apart¨¦ con el pie para que no la viera, y al poco se par¨® a hablar con nosotros un joven con aspecto de haber ido al parque a correr, aunque estaba asfixiado.
-No se puede respirar con esta peste -dijo.
-?Pero a qu¨¦ huele? -pregunt¨¦, pues no lograba identificar el hedor.
-A queroseno. Han vaciado un avi¨®n de queroseno sobre nuestras cabezas.
Efectivamente, ol¨ªa a queroseno. El chico me explic¨® que no era raro que los aviones soltaran combustible sobre el parque. En ese instante, est¨¢bamos siendo envenenados concienzudamente sin que nadie lo advirtiera. La noticia no saldr¨ªa en la prensa, nadie la dar¨ªa por la radio, ni siquiera se comentar¨ªa en los bares. La gente se encontrar¨ªa mal durante los siguientes d¨ªas sin saber a qu¨¦ atribuirlo. Y aunque se llegara a saber, las autoridades dir¨ªan que no hab¨ªa relaci¨®n directa entre el queroseno y las migra?as. Tampoco la hay entre el uranio empobrecido y los linfomas. Pero ah¨ª est¨¢n, ah¨ª est¨¢n, m¨ªrala, m¨ªrala. El queroseno, arrojado desde alturas muy grandes, se atomiza, as¨ª que no podemos demostrar su existencia. Pero aun sin existir, se cuela por las narices y provoca mareos y v¨®mitos. Y aunque te laves la cabeza siete veces, se te queda atrapado en el pelo un olor caracter¨ªstico.
Entre el chico joven y yo llevamos al anciano a su domicilio. Menos mal que le impedimos encender un cigarro, porque habr¨ªa ardido, habr¨ªamos ardido todos a lo bonzo. Al regresar a casa, mi mujer dijo que de d¨®nde ven¨ªa porque me ol¨ªa la ropa a gasolina. Le dije que un avi¨®n me hab¨ªa descargado el tanque sobre la cabeza, pero no me crey¨®. Tampoco nos cre¨ªamos lo de los piensos can¨ªbales y ah¨ª est¨¢ toda la industria c¨¢rnica hecha una braga, m¨ªrala, m¨ªrala.
Pero est¨¢bamos hablando de ?lvarez del Manzano, que se va a Guinea el hombre para ver a su amigo Obiang y hacerle entrega de unos coches viejos y unos uniformes usados. Tambi¨¦n le lleva unos libros de segunda mano, aunque los portavoces municipales han tenido el buen gusto de no relacionar sus t¨ªtulos. Muchas gracias, portavoces municipales, son ustedes muy considerados. Tampoco nos han dicho si lleva tambi¨¦n al pueblo de Guinea esas toneladas de harinas animales que Arias Ca?ete hab¨ªa pensado enviar al Tercer Mundo. Tiene esta gente una pasi¨®n envenenadora que le hiela a uno la sangre en las venas.
La oposici¨®n ha puesto el grito en el cielo. Dice la oposici¨®n que un pol¨ªtico europeo no puede legitimar de forma tan grotesca un r¨¦gimen dictatorial. Sin embargo, tiene sus ventajas. Primero, porque se advierte una coherencia entre las cosas que lleva y quien las lleva, ya que todo el paquete es de segunda mano. Y segundo, porque es un modo de tenerle alejado de Madrid. Cuatro d¨ªas sin ?lvarez del Manzano son como cuatro d¨ªas sin lluvia de queroseno. Un chollo. Adem¨¢s, en una de ¨¦sas resulta que se encuentra a gusto con Obiang, que es un hombre de comuni¨®n diaria, y decide quedarse para siempre. Uno comprende que la oposici¨®n tiene que decir lo que dice, pero esta vez podr¨ªa hacer una excepci¨®n. Mil gracias.
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