La Paquera arm¨® el taco

La Paquera sigue siendo quien siempre fue. Sale con sus andares aguerridos, encara al p¨²blico y, antes de abrir la boca, una marea de admiraciones la bendice. Es esa clase de artistas cuyo solo nombre provoca turbulencias. Las justifica con su cante a grito pelado, arrojando los tercios como si fueran proyectiles. Deja con frecuencia el micr¨®fono, confiada y segura en su poder¨ªo. La Paquera es la sublimaci¨®n del grito, con un Parrilla que la mima en el toque, hace de su sola presencia un espect¨¢culo.

Juan Moneo, El Torta, otro espect¨¢culo. Sali¨® como enfadado, no s¨¦ si con ganas de pelearse con alguien. O pelearse con el cante. Y cant¨® por alegr¨ªas como herido de una pena honda, herida que nos transmit¨ªa en sus quiebros de voz, en su queja sin consuelo. Cant¨® a borbotones, a golpes de coraz¨®n, pero transmitiendo emoci¨®n, y congoja, y desesperanza.

El Zambo puso el cante en su sitio. Fue quien cant¨® con m¨¢s sentido, con una admirable comprensi¨®n de lo que son los cantes y el desarrollo que cada uno merece. Con grandeza sin aspavientos, con dignidad. Espl¨¦ndido cantaor. Y atenci¨®n al toque acompa?ante de Higuero, exquisito. Quien no encontr¨® su sitio fue Antonio Agujetas. Con una voz destemplada, distorsionando los cantes, me temo que no va a a?adir gloria a su famosa dinast¨ªa.