El humor de los caballos
La dificultad mayor a la hora de montar este famoso texto de Kolt¨¦s para dos personajes es la atribuci¨®n del gesto y la significatividad de los desplazamientos espaciales de la pareja, problema que el montaje de Michel L¨®pez resuelve s¨®lo a medias, dej¨¢ndose llevar en ocasiones por lo arbitrario. En cualquier caso, tambi¨¦n es cierto que el montaje gana en intensidad a medida que se dirige hacia un final aqu¨ª modificado.
La poderosa palabra de Kolt¨¦s, que procede por cascadas de elocuciones que van desde la enumeraci¨®n ca¨®tica a la yuxtaposici¨®n de t¨¦rminos, otorga a numerosos pasajes del texto, sin duda los m¨¢s afortunados, una textura po¨¦tica de gran estilo que no s¨®lo resulta muy dif¨ªcil de decir en escena sino que alcanza momentos de tal envergadura que es problem¨¢tico, incluso para el texto mismo, regresar desde esa altura a la cotidianidad aparente de la situaci¨®n inicial (un automovilista se detiene una noche en un paraje de extrarradio, sin motivo aparente, ante la presencia de un hombre que lo mismo puede ser un camello que un iluminado o un mensajero de las cloacas o de los cielos), y lo que queda es un encuentro m¨¢s interrogativo que aseverativo, un tanto en la estela, aunque tal vez con otros prop¨®sitos, de las obras para dos personajes problem¨¢ticos y un tanto irreales que surgieron como hongos a ra¨ªz del Godot beckettiano.
En la soledad de los campos de algod¨®n
De Bernard Marie-Kolt¨¦s, en versi¨®n de Michel L¨®pez y Santiago S¨¢nchez. Int¨¦rpretes, Sandro Cordero, Carles Montoliu. Vestuario, Sue Plummer. Iluminaci¨®n, Rafael Mojas, F¨¦lix Garma. Escenograf¨ªa, Dino Ib¨¢?ez. Espacio sonoro, Joan Cerver¨®. Direcci¨®n, Michel L¨®pez. Teatro Rialto. Valencia.
Es, naturalmente, un texto que demanda el lucimiento de sus int¨¦rpretes, ya que a su dificultad de dicci¨®n, digamos, naturalista, se une la circunstancia de que no carece precisamente de emociones. No es el momento de explicitar c¨®mo consigue Kolt¨¦s una atm¨®sfera que es emotiva antes que otra cosa, por m¨¢s que no siempre lo sean las palabras que generan esa emoci¨®n. En ese sentido, el trabajo de Carles Montoliu es m¨¢s notable de voz que de gesto, ya que el ritual que introduce en su interpretaci¨®n no siempre recoge los matices de lo dicho, mientras que con Sandro Cordero ocurrir¨ªa un tanto lo contrario. Eso, dentro de un montaje de riesgo, m¨¢s bello de escuchar que de ver, y de factura notable.
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