Bailando en el 'Titanic'
El choque fatal con el iceberg oculto est¨¢ a punto de ocurrir, o quiz¨¢ ya ocurri¨®, pero seguimos bailando despreocupadamente en el Titanic. En los inicios del siglo pasado, el s¨ªmbolo era un transatl¨¢ntico que cruzaba miles de toneladas a trav¨¦s del oc¨¦ano a velocidad desconocida; en el comienzo del nuevo siglo, el portento es la ubicua, ut¨®pica Internet. Ufanos por el prodigio de una tecnolog¨ªa que desaf¨ªa distancias, comprime el tiempo y ofrece transportarnos a la tierra promisoria de una nueva era -?la nueva econom¨ªa!-, seguimos adelante, rebasando todos los l¨ªmites que exige la navegaci¨®n y aconsejan la memoria y la prudencia. Tras el fin de la Historia y de las Ideolog¨ªas, las leyes de la vieja econom¨ªa ya no rigen, y las fronteras del viejo mundo se desvanecen. Es la met¨¢fora con la que un viejo fil¨®sofo polaco, Leszek Kolakowski, advierte a las sociedades avanzadas, despegadas del resto de la flota humana, de su alegre ceguera, de su infantil y exagerada fe en la magia de la globalizaci¨®n y en una Tecnolog¨ªa redentora, olvidando la Historia y desde?ando la Sociedad y la Pol¨ªtica, con sus fr¨¢giles tejidos y sus delicados equilibrios.
El entusiasmo desmedido por la nueva econom¨ªa y las nuevas tecnolog¨ªas, y por la apertura que ha globalizado y desregulado los mercados, acoge desde hace a?os con alborozo la velocidad a la que se suceden las oleadas de fusiones y adquisiciones empresariales dentro y fuera de nuestras fronteras, la ingravidez de las bolsas de valores y las cifras del empleo creado durante este ciclo expansivo. Los problemas medioambientales, la crisis sanitario-alimentaria, el deshilachamiento del contrato social -el marco social-laboral, fundamento de la cohesi¨®n social, que ha estabilizado y protegido la nave durante m¨¢s de medio siglo-, la fragmentaci¨®n social-familiar, la inmigraci¨®n que se nos mete en las bodegas, nos limpia los camarotes y hasta trabaja en la sala de m¨¢quinas, todos ¨¦stos no viajan con nosotros, son figuras del paisaje exterior, escollos a sortear, nada que ver con el grandioso dise?o ni con la impecable maquinaria. Heraldos de un mundo feliz donde la empresa, la econom¨ªa y el trabajo sin horas ni l¨ªmites son el centro de la sociedad y de la vida, tripulaci¨®n y pasaje -de primera, claro- de la nueva econom¨ªa se congratulan de que no hubo, no habr¨¢, el temido choque (recesi¨®n). ?Alguien se ha preguntado si hay botes salvavidas para todos? Da igual, ?esto va bien! ?E la nave va!, se oye, como una exclamaci¨®n satisfecha de un personaje de Fellini.
Si la Ilustraci¨®n y la revoluci¨®n democr¨¢tica burguesa, el Manifiesto Comunista y el proletariado acompa?aron y trataron de dar sentido a la primera Revoluci¨®n Industrial, la de la m¨¢quina de vapor y el ferrocarril, y la socialdemocracia y el socialcristianismo han guiado -al menos en Europa- la construcci¨®n del Estado del bienestar que dio sentido a la segunda revoluci¨®n tecnol¨®gica de la electricidad y el autom¨®vil, ?qu¨¦ pensamiento est¨¢ surgiendo para guiar la sociedad de la informaci¨®n, del trabajo en red y de la revoluci¨®n biotecnol¨®gica?
La receta m¨¢gica es flexibilidad y desregulaci¨®n para adaptarse a los imperativos de la Tecnolog¨ªa y la Globalizaci¨®n, verdaderos mantras a los que se f¨ªa la direcci¨®n del mundo. M¨¢xima flexibilidad para contratar y despedir, con costes m¨ªnimos; m¨¢xima flexibilidad funcional dentro de la empresa y geogr¨¢fica para acudir a donde dicte el mercado de trabajo (excepto para la inmigraci¨®n, claro); m¨ªnimos costes extra salariales -reducci¨®n de las cotizaciones sociales para mejor competir con los mercados globales- y d¨¦ficit p¨²blicos tendentes a cero o incluso super¨¢vit; m¨ªnima intervenci¨®n sindical y reguladora, para que la relaci¨®n laboral se individualice, liber¨¢ndose tanto de la negociaci¨®n colectiva como de leyes m¨ªnimas protectoras. La tabla reivindicativa del Mercado y sus exigencias de Flexibilidad y Competitividad es inagotable. Si algo no va bien es, sin duda, porque no hemos dejado suficientemente expedito y allanado el terreno al Deus ex machina (el dios que mueve la m¨¢quina) de nuestro tiempo.
El ¨¦xito de las cifras de empleo de EE UU ser¨ªa la prueba del nueve de esta milagrosa receta de los mercados libres (que no son libres porque en ellos se ejerza mejor la libertad y se consiga la igualdad, sino porque est¨¢n libres de constricci¨®n social y pol¨ªtica alguna). Soluci¨®n que se trata de exportar e imponer a Latinoam¨¦rica, al Sureste Asi¨¢tico, a Europa del Este, a la Uni¨®n Europea (si se deja) y al mundo entero. No porque represente el ¨²nico modelo posible, sino porque goza de la fuerza del momento y parece moverse con el esp¨ªritu de los tiempos: el de una utop¨ªa simple que, al desgajar la esfera de las relaciones econ¨®micas de todo contexto social y connotaci¨®n humana, ha creado una fuerza abstracta, un mecanismo aparentemente perfecto, autorregulado e impulsado por una din¨¢mica propia. Y, por supuesto, porque representa el modelo que interesa y promueve la naci¨®n m¨¢s rica y poderosa de la Tierra. El ¨¦xito -m¨¢s equilibrado y completo- de un modelo bien distinto, el de pa¨ªses como Holanda y Dinamarca (con altas tasas de trabajo a tiempo parcial, con reducidas jornadas de trabajo y redes completas y eficientes de servicios sociales, con pleno empleo y compitiendo bien en la econom¨ªa global), o los avances de la misma Francia en los ¨²ltimos a?os (con su experimentaci¨®n sociolaboral, que combina reducci¨®n de jornada y flexibilidad horaria, reorganizaci¨®n de la producci¨®n y competitividad), no existen porque no se quieren ver.
Nuestro pa¨ªs sufre estas tendencias acusadamente. El 32% de los trabajadores espa?oles son eventuales, y aunque el di¨¢logo social pretende reducir esa tasa, sabemos ya que la f¨®rmula de abaratar el despido fijo se experiment¨® en 1997 y no ha reducido la temporalidad. Pero al tiempo, contin¨²a imparable el proceso de externalizaci¨®n de la relaci¨®n laboral, un fen¨®meno asociado al nuevo capitalismo. Los bancos, las el¨¦ctricas, las grandes empresas, siguen prejubilando desde los 50 a?os y sustituyendo ese empleo fijo por contrataciones eventuales de j¨®venes que ganan tres veces menos, a trav¨¦s de ETT o subcontrataciones a empresas con empleo m¨¢s barato. Cada vez m¨¢s empresas transforman empleo fijo en falsos aut¨®nomos, a los que obligan a darse de alta como tales para poder trabajar, ya sea en una furgoneta de distribuci¨®n, ya sea en un peri¨®dico o en una obra de la construcci¨®n. Se mercantiliza as¨ª no s¨®lo el trabajo de los aut¨®nomos forzosos, muchas veces con la f¨®rmula del teletrabajo, sino tambi¨¦n el empleo de la peque?a empresa creada para atender a la grande, de la que, siendo su ¨²nico cliente, depende totalmente. Este nuevo entramado empresarial-laboral, cuyo crecimiento se ha disparado en los ¨²ltimos a?os, se ha estructurado as¨ª en aras de la flexibilidad, es m¨¢s suelto, pero tambi¨¦n m¨¢s fr¨¢gil que el modelo al que sustituye, y, por ello, m¨¢s susceptible de desmoronarse como un castillo de naipes ante el primer choque econ¨®mico serio.
El crecimiento econ¨®mico y las cifras de creaci¨®n de empleo del ¨²ltimo lustro han contribuido a exorcizar el debate social en Espa?a. Es algo de lo que ya no se habla, como si fuera cuesti¨®n antigua y no fuera de buen gusto mentarla en el debate pol¨ªtico. Pero lo cierto es que el sortilegio de los n¨²meros de la bonanza econ¨®mica encubre la mayor polarizaci¨®n de la renta y fragmentaci¨®n de la sociedad espa?ola de los ¨²ltimos veinte a?os, pero sobre todo, su mayor inestabilidad. Ocho de cada diez de nuestros j¨®venes en activo son eventuales. Cobran bajos salarios, trabajan m¨¢s horas de las que cobran y como requisito previo para poder trabajar hasta renuncian a los convenios que les aseguran mejores condiciones laborales. Con el crecimiento de la subcontrataci¨®n y la temporalidad, crece dram¨¢ticamente la inseguridad laboral que hace de Espa?a -con 1.500 muertes al a?o en accidentes laborales- el pa¨ªs de Europa con m¨¢s altos ¨ªndices de siniestralidad. El dualismo se ha acentuado en todos los planos. En las cifras de paro y en las condiciones de trabajo de las mujeres respecto a hombres (a las que sometemos a la trampa de una jornada laboral pensada para los hombres con retaguardia dom¨¦stica femenina, mientras ellas siguen asumiendo en gran parte este papel), de eventuales respecto de fijos (el salario medio de los eventuales es aproximadamente la mitad que el de los fijos para id¨¦nticas tareas). Y en el abanico salarial de nuestras empresas (simbolizado por el esc¨¢ndalo de las stock options en Telef¨®nica, pero tambi¨¦n por las disparatadas remuneraciones de los profesionales estrella -futbolistas, periodistas y ejecutivos de renombre-), que se ha abierto a ritmo galopante y hasta proporciones in¨¦ditas y abusivas. La ratio entre la remuneraci¨®n de un alto directivo en una gran empresa y su empleado de menor salario es hoy superior a 30. Mientras, un mill¨®n y medio de asalariados cobran menos de 100.000 pesetas al mes, y se disputan los puntos porcentuales en las subidas a los funcionarios y a los pensionistas. Y debajo de la pir¨¢mide est¨¢ el submundo dickensiano de la explotaci¨®n masiva de inmigrantes en los talleres de sudor, cuyo prototipo son los invernaderos de la costa mediterr¨¢nea.
La flexibilidad que se predica como un b¨¢lsamo para la salud en la nueva econom¨ªa no es de igual aplicaci¨®n para los trabajadores del conocimiento, como los bautiz¨® Peter Drucker, ejecutivos y profesionales altamente m¨®viles -en todos los sentidos- que llevan consigo sus altas cualificaciones y su saber pr¨¢ctico como un capital portable, que para los empleados contingentes y, por lo tanto, prescindibles, que venden su capacidad manual y mental en tareas rutinarias y estandarizadas (servir comida r¨¢pida, limpiar habitaciones de hotel o de familias acomodadas, vigilar establecimientos, etc.). Para los primeros, flexibilidad significa oportunidad de cambio, nuevos retos y promoci¨®n profesional; para los segundos, una visita al Inem o a una ETT o buscarse la vida como aut¨®nomos -es decir, trabajar m¨¢s horas sin saber cu¨¢nto durar¨¢ el nuevo sustento-.
La tendencia a la desestructuraci¨®n laboral y la fragmentaci¨®n social esta bien documentada por soci¨®logos y economistas, a tres niveles: 1) la desigual distribuci¨®n de las ganancias de productividad que permiten las nuevas tecnolog¨ªas a favor del capital y de las nuevas ¨¦lites profesionales y financieras; 2) la concentraci¨®n empresarial y de procesos decisorios, creativos y generadores de alto valor a?adido, que incuba el germen de la desigualdad, y 3) su reverso, la desintegraci¨®n de los mercados laborales, la erosi¨®n de la protecci¨®n laboral y social y la dualizaci¨®n de los servicios p¨²blicos (sanidad y educaci¨®n) seg¨²n el nivel de renta. Pero estos an¨¢lisis de la econom¨ªa y la sociedad informacional, impregnados de un pathos de inevitabilidad sin matices, han sido hechos en la actual etapa de expansi¨®n econ¨®mica impulsada por la tecnolog¨ªa. No sabemos c¨®mo responder¨¢n esa econom¨ªa y esa sociedad nov¨ªsimas al primer choque serio: un bache econ¨®mico (recesi¨®n), un estancamiento o una crisis m¨¢s grave. Los sesudos diagn¨®sticos, tan esterilizados de juicios de valor, no vienen con manual de emergencia para el caso de aver¨ªa en el invento.
E la nave va. No sabemos si el choque ha ocurrido ya, si es inminente o si va a ocurrir siquiera, si la sala de m¨¢quinas se ha quedado sin combustible, o tan s¨®lo perdemos velocidad porque hay corriente de proa. Lo que es seguro es que la nave es inherentemente inestable, que su casco no es indestructible, que en el pasaje hay clases (de primera, de segunda y de tercera), que no hay botes para todos y que fuera hace mucho fr¨ªo. Mientras, en el puente de mando y los salones siguen sonando los valses de Strauss (hoy, con algo menos de distinci¨®n, ser¨ªa La vida loca).
Ram¨®n J¨¢uregui es diputado socialista. Javier de la Puerta es director de la Fundaci¨®n Andaluc¨ªa Ol¨ªmpica. Paco Egea es empresario. (Los tres son autores del libro El tiempo que vivimos y el reparto del trabajo, publicado por Paid¨®s)
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