La Guerra de las Galaxias o el desequilibrio del terror
La decisi¨®n americana de desarrollar el escudo espacial antimisiles fue una iniciativa anunciada por Reagan y ahora reiterada por Bush reci¨¦n iniciado su mandato. Sus implicaciones ser¨¢n de enorme magnitud para el equilibrio nuclear, y desencadenar¨¢, inexorablemente, una nueva carrera de armamentos. Pese a las reacciones de rusos y chinos, el plan ir¨¢ adelante. Europa, desde el final de la II Guerra Mundial, pesa poco en el proceso de toma de decisiones en materia de seguridad internacional. Los pasos dados por la Uni¨®n Europea en la PESC son claramente insuficientes.
La flecha y el escudo han determinado las relaciones de poder entre los seres humanos durante toda su historia conocida. Quien dispon¨ªa de una flecha que no pod¨ªa detener el escudo de su enemigo adquir¨ªa una posici¨®n de ventaja y dominio. Quien mejorando su escudo estaba en condiciones de parar la amenazante flecha del enemigo recuperaba el equilibrio o cambiaba el balance del poder frente a aqu¨¦l, atac¨¢ndolo con su flecha.
Nada ha cambiado, en el fondo, en esa tragedia permanente que ha sido y es la guerra, como argumento definitivo en la conquista de una posici¨®n hegem¨®nica. La condici¨®n humana sigue reflejando esta filosof¨ªa del poder expresada en t¨¦rminos de fuerza destructiva, ofensiva y defensiva. Evoluciones y revoluciones cient¨ªfico-t¨¦cnicas han contribuido a sofisticar el oficio de matar, a darle eficacia sin cambiar lo esencial.
Ahora se habla de Guerra de las Galaxias, en la recuperada terminolog¨ªa reaganiana, y de Escudo Espacial, frente a las flechas en forma de misiles nucleares de largo alcance de los enemigos reales o inventados, pero imprescindibles para aumentar la potencia propia que garantice el dominio sobre los otros.
Las excusas que desencadenan los conflictos son variadas, pero nada novedosas. Se repiten con persistencia a lo largo de la historia. Guerra santa, con un dios excluyente como bandera, para aplastar o salvar al infiel. Guerra ¨¦tnica, amparada en la pretendida superioridad de una raza, que sometiendo a las otras afirma su contribuci¨®n a liberarlas. Guerra ¨¦tnico-cultural, apoyada en la convicci¨®n de una civilizaci¨®n superior que hay que difundir imponi¨¦ndola a los otros o excluy¨¦ndolos. Guerra ideol¨®gica, que pretende vencer y someter fundament¨¢ndose en la supuesta inferioridad del sistema que tratan de destruir. O una mezcla de argumentos que se completan con el instinto defensivo u ofensivo frente al otro, que se siente como amenaza por el solo hecho de su otredad.
?Forma parte de la condici¨®n humana la necesidad de imponerse por la fuerza al extra?o, al que tiene otro color, otra cultura, otra religi¨®n, o simplemente otras ideas?
Hemos pasado por la civilizaci¨®n agraria y por la industrial y nada parece haber cambiado. La democracia moderna, que acompa?a al desarrollo del Estado naci¨®n, parec¨ªa basarse en principios liberadores, en igualdades esenciales nacidas de la Ilustraci¨®n, que se plasmaron en declaraciones de derechos humanos -universales por ello- de primera, de segunda y hasta de tercera generaci¨®n.
Pero ese elemento desencadenante del cambio de era que fue la revoluci¨®n industrial nos ha ofrecido un siglo XX de destrucciones sin precedentes, apocal¨ªpticas, junto a los avances cient¨ªficos m¨¢s incre¨ªbles. Han sido las naciones 'm¨¢s civilizadas' o 'menos b¨¢rbaras' las que, sinti¨¦ndose m¨¢s fuertes, han provocado la terrible experiencia de dos guerras mundiales.
Ni antes ni ahora, una sola de las armas aportadas por el avance de la tecnolog¨ªa ha dejado de ser utilizada como factor de poder. Esto incluye, obviamente, el arma at¨®mica. Pero fue precisamente su capacidad destructora comprobada la que llev¨®, hace pocas d¨¦cadas, a un concepto de seguridad diferente, aunque terrible: la destrucci¨®n mutua asegurada.
La guerra fr¨ªa y la distensi¨®n, en un mundo bipolar, nos han acompa?ado durante la segunda mitad del siglo XX, hasta la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn y la desaparici¨®n de uno de los dos superpoderes protagonistas de la ¨¦poca. La ducha escocesa de tensiones y negociaciones de desarme entre EE UU y la URSS ha tenido como tel¨®n de fondo el 'equilibrio del terror', basado en la inexistencia de escudos capaces de detener las flechas nucleares del enemigo de referencia. La paz, por la disuasi¨®n nuclear, no ha sido ¨¦pica, pero ha sido paz. El equilibrio del terror s¨®lo es menos malo que el 'desequilibrio del terror' que nos ofrecen con el desarrollo del escudo espacial.
Comenzar¨¢ una nueva carrera de armamentos, que se trasladar¨¢ al espacio, intentando neutralizar el nuevo escudo, hasta que dispongan de algo semejante los que no lo tienen, y, entretanto, se buscar¨¢ el desarrollo de otros ingenios. Los 'dividendos de la paz', de los que hablaba Bush padre, se invertir¨¢n en nuevos sistemas de armas y perder¨¢n prioridad los problemas del hambre, la enfermedad y el desarrollo.
Cuando se produce la declaraci¨®n de Reagan sobre el proyecto de escudo espacial, all¨¢ por los primeros ochenta, se empez¨® a hablar de la Guerra de las Galaxias, en una terminolog¨ªa no exenta de frivolidad. Algunos dirigentes sovi¨¦ticos, como Andr¨®pov, se lo tomaron en serio, m¨¢s all¨¢ de las declaraciones de una gerontocracia que ignoraba casi todo lo que estaba ocurriendo con la revoluci¨®n tecnol¨®gica informacional.
Fue Gorbachov quien me cont¨® la reuni¨®n entre Andr¨®pov y los cient¨ªficos sovi¨¦ticos, descolgados por el poder pol¨ªtico de esa l¨ªnea de investigaci¨®n. ?stos le confirmaron la posibilidad de llevar a la pr¨¢ctica lo que dec¨ªa Reagan. 'No lo tienen todav¨ªa. Pero con la tecnolog¨ªa de que disponen, voluntad y dinero, lo conseguir¨¢n'.
Era el comienzo de la percepci¨®n de la enorme distancia tecnol¨®gica que se estaba abriendo entre las superpotencias enfrentadas. La llegada al poder de Gorbachov fue su consecuencia. Su perestroika, como reforma de la atrasada econom¨ªa y tecnolog¨ªa sovi¨¦ticas, y su glasnost, como apertura informativa para vencer la resistencia de la burocracia, m¨¢s que corregir el gap, precipitaron la ca¨ªda del imperio sovi¨¦tico, que vio reflejarse en el espejo informativo la dimensi¨®n de su fracaso.
Era dif¨ªcil de justificar el mantenimiento del proyecto de escudo espacial ante la pol¨ªtica de Gorbachov y ante el propio espect¨¢culo de autodestrucci¨®n de la URSS. La guerra del Golfo, finalmente, puso de manifiesto la superioridad tecnol¨®gica americana frente al material sovi¨¦tico empleado por Irak.
Ahora, decenas de miles de millones de d¨®lares est¨¢n disponibles por el super¨¢vit presupuestario legado por Clinton. La econom¨ªa estadounidense se ha frenado en seco y le viene bien una in-
Felipe Gonz¨¢lez es ex presidente del Gobierno espa?ol.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.