Anunciaci¨®n
Espect¨¢culo Anne-Sophie Mutter en el Auditori de Barcelona. El espect¨¢culo Mutter se compone de los siguientes elementos.
A) Una imagen bella. Rubio moldeado, maquillaje pesado (labios espectacularmente rojos). Vestido largo, oscuro y ce?ido, en sugerente contraste con un escote palabra de honor que corta el aliento. Blancura de brazos, hombros y cuello. Sin joyas. Estampa viva del norte culto de Europa. Ins¨®lito: hasta que ella apareci¨® en escena, a finales de la d¨¦cada de los setenta, los solistas del viol¨ªn eran mayormente hombres, y mayormente hombres feos (Niccol¨° Paganini, Isaac Stern, Itzhak Perlman; Yehudi Menuhin constitu¨ªa la muy honrosa excepci¨®n). Hombres a los que tradicionalmente se les han atribuido vaporosas conexiones con fuerzas diab¨®licas (la literatura paganiniana al respecto es nutrida; el diablo, en m¨²sica, acostumbra a identificarse con el viol¨ªn). Ella no. Ella, si acaso, ha pactado con los ¨¢ngeles, tal es la gracia que la toca. Una gracia mariana, humilde, virginal. Pero con un fondo morboso: Mutter toca el viol¨ªn; es decir, el tenor de la orquesta; es decir, el hombre.
Anne-Sophie Mutter
Anne-Sophie Mutter, viol¨ªn; Lambert Orkis, piano. Obras de Mozart, Schubert y Faur¨¦. Temporada de Iberc¨¤mera. Auditori de Barcelona, 15 de febrero.
B) Un brazo derecho asombroso. De toda la agraciada figura, la atenci¨®n se centra en el brazo derecho. C¨®mo lo mueve se convierte en un espect¨¢culo en s¨ª mismo. Brazo, antebrazo y mu?eca son entidades perfectamente independientes. No se vislumbra de d¨®nde procede la fuerza que los mueve, pues la figura permanece ajena a ellos. El arco ataca la cuerda en una variedad volc¨¢nica de posiciones: desde abajo, por el centro, hacia arriba. Ora desflora livianamente la cuerda, ora la empuja con fingida agresividad, ora se pasea por encima de ella con aparente displicencia: el arte de seducir posee registros infinitos. Todo ello ejecutado con plena consciencia: el segmento que traza el arco es siempre el deseado, ajustado al mil¨ªmetro. Es la determinaci¨®n del rayo. La duda no tiene cabida.
C) Un sonido misterioso. Mutter est¨¢ en posesi¨®n de una virtud reservada a los grandes: el sonido que saca al instrumento no parece mantener ninguna relaci¨®n con nada de lo anteriormente rese?ado. ?De d¨®nde procede ese ataque en pianissimo del andantino de la sonata de Franz Schubert (en la mayor, opus 162, D 574)? De hecho: ?cu¨¢ndo ha empezado esa nota y d¨®nde ha terminado? Misterio. De repente estaba ah¨ª, luego ya no. Como un ¨¢ngel. M¨¢s: ?c¨®mo consigue Mutter cubrir de ese modo el sonido, ensombrecerlo de manera tan melanc¨®lica con el instrumento m¨¢s brillante de los conocidos? Ni idea. Pero el movimiento lento de la Sonata en si bemol mayor, K. 378, de Wolfgang Amadeus Mozart, llega a los o¨ªdos desde una distancia infinita, leopardiana. ?Y qu¨¦ decir del staccato del scherzo de Gabriel Faur¨¦ (Sonata en la mayor, opus 13)? Agujas de plata llovidas del cielo. Por no hablar de las dobles cuerdas de una de las piezas de Fritz Kreisler que Mutter ofreci¨® fuera de programa: tal que un ¨®rgano celestial.
No puedo decirles mucho m¨¢s, la verdad. No me atrevo a asegurar que Mozart, Schubert y Faur¨¦ se hicieran presentes en el Auditori de Barcelona. La perfecci¨®n de Anne-Sophie Mutter es tal que el resto desaparece. Una perfecci¨®n fatalmente asociada al hieratismo. El hieratismo de los ¨¢ngeles. Ver y escuchar a Mutter se transforma de este modo en una experiencia m¨ªstica. Y al final, los mortales aplaudimos m¨¢s espoleados por el fervor religioso que por la verdadera emoci¨®n. As¨ª ocurri¨® la otra noche.
P. S. Gran pianista Lambert Orkis, acompa?ante habitual de Mutter. Uno y otra no se miran nunca: con o¨ªrse respirar, evidentemente, les basta. Imagino que el hombre debe de estar acostumbrado a figurar a pie de p¨¢gina. Cuando el ¨¢ngel se aparece, su resplandor diluye el entorno, por m¨¢s que los pintores renacentistas se empe?aran en llevar la contraria.
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