La peluquer¨ªa
Mientras en Berl¨ªn se celebra la muestra Mundos corporales: la fascinaci¨®n por lo real, con porciones del cuerpo humano desnudo o desollado, en la calle de la Princesa de Madrid han abierto una peluquer¨ªa completamente transparente. Recuerda mucho este establecimiento a la Casa de Cristal que se mont¨® en las calles de Santiago de Chile hace aproximadamente un a?o y en cuyo interior una joven viv¨ªa, dorm¨ªa, se duchaba, se cortaba las u?as o se peinaba ante la mirada p¨²blica.
La peluquer¨ªa de Princesa, llamada Jorge Rub¨ªn, posee este lema: 'Tu cabello es importante para ti... T¨² eres importante para nosotros'. Ni m¨¢s ni menos. No revela, pues, Rub¨ªn, a trav¨¦s del sereno contenido de su eslogan, lo que de verdad su negocio representa en cuanto insurreccional testigo de nuestra era. En un principio, las peluquer¨ªas de se?oras eran lugares semiclandestinos, muy recoletos y excluidos a la mirada de los hombres. Dentro de su recinto iba a producirse una transfiguraci¨®n real y el detalle del proceso quedaba oculto como una reserva est¨¦tica. En la peluquer¨ªa se han reunido l¨ªquidos emolientes y nacarados, compuestos para el tinte y los reflejos, bigud¨ªes, horquillas y calamistro, disolventes, prote¨ªnas o derivados de la placenta, instrumentos para reconfigurar la imagen mediante preparados y admin¨ªculos. Se entraba en la peluquer¨ªa siendo de una manera y se sal¨ªa siendo de otra, pero para que el cambio fuera satisfactorio resultaba necesario que no pareciera 'de peluquer¨ªa'. La peluquer¨ªa exist¨ªa para dar servicio y desaparecer con ¨¦l. De esa manera, la belleza adquirida elud¨ªa el dem¨¦rito de referirse a una sucesi¨®n de trucos. Eso ocurr¨ªa hasta ahora, pero Jorge Rub¨ªn, en Princesa, 10, expone a la vista general, hombres incluidos, la bater¨ªa de sus artima?as. En sus plantas transparentes e intensamente iluminadas se ve mu?ir de principio a fin el sortilegio de los tocados de la misma manera que se ve cocinar una paella, ingrediente a ingrediente, en el restaurante La Pepica de Valencia, y con esta simult¨¢nea consecuencia: lo que hasta hoy fue el colmo de un pudoroso artificio er¨®tico entre las clandestinas artes del tocador, hace equivaler su condici¨®n a la obvia y di¨¢fana obscenidad de una pitanza.
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