La inteligencia
Con la vida, la materia gana identidad; con la inteligencia, la identidad se anticipa a su entorno; y con la cultura, la inteligencia llega a preguntarse sobre ella misma. La inteligencia, una prestigiosa estrategia para relacionarse con el resto del mundo, tiene grados.
La inteligencia m¨ªnima es la no inteligencia. Una piedra no percibe su entorno. Por ello depende mansamente de su incertidumbre. La inteligencia de una piedra es de grado cero.
Un ser vivo, poco o mucho, recibe y emite informaci¨®n. Las hormigas marcan qu¨ªmicamente el camino para volver a casa. Es un plan escrito en su genes. La especie neotropical Odontomachus bauri tiene, adem¨¢s, una curiosa alternativa: cuando sale a explorar el bosque, frena en seco cada quince segundos para mirar la c¨²pula de los ¨¢rboles. Camina, se detiene, levanta la cabeza, mira, memoriza y reanuda la marcha. Un, dos, tres, cuatro, un, dos... As¨ª consigue grabar, en su min¨²sculo cerebro, una secuencia ordenada de im¨¢genes, figuras en negro y blanco de las ramas contra el cielo. Para volver al hormiguero s¨®lo tiene que pulsar un conmutador cerebral: a partir de ese momento ya no se mira para grabar, sino para cotejar. Las im¨¢genes avistadas durante la vuelta deben coincidir, en orden inverso, con las grabadas durante la ida. Es un buen plan. Es, digamos el plan A. Pero la inteligencia de esta clase, por muy espectacular que parezca el plan, es s¨®lo de grado uno. Si falla el plan A, la hormiga quiz¨¢ salte al cl¨¢sico plan de las feromonas, pero nunca buscar¨¢ un plan B que no est¨¦ preparado en sus genes. Cuando una hormiga cambia es que ya se ha convertido en otra especie. La inteligencia de grado uno s¨®lo se anticipa a lo previsible. Las verdades de hormiga (de bacteria, medusa o calamar) no caducan. Eso es cosa del grado dos.
Un pulpo hambriento mira con inter¨¦s a un cangrejo encerrado en un frasco. El pulpo intentar¨¢ primero el plan A: agarrar la presa a trav¨¦s del vidrio. El plan falla. Y el genoma del pulpo no incluye otro plan tipo 'cangrejo envasado'. Pero el pulpo (que no un calamar) se pone a buscar una alternativa. Y la encuentra: abrir el frasco. Su inteligencia, azuzada por el hambre, es de grado dos: aquella que busca un plan B cuando falla el A. El pulpo aprende de las contingencias de su entorno. Pero ning¨²n pulpo es capaz de controlar un instinto en funci¨®n de otra cosa que no sea otro instinto mayor. La vigencia de una verdad de pulpo cambia frente a ciertas contingencias, s¨ª, pero s¨®lo con el permiso de sus instintos m¨¢s fuertes. Otra cosa requiere un grado m¨¢s.
Un perro (que no un caballo) puede ignorar, durante horas, sus urgencias m¨¢s imperiosas, si lo que hay bajo sus patas es una alfombra. El perro es capaz de evaluar una particular situaci¨®n de su entorno y, en funci¨®n del resultado, desprogramar ciertos automatismos. Es la inteligencia que administra instintos, la de grado tres. La verdad de perro cambia, mal que le pese a su instinto, s¨ª, pero no se eleva mucho sobre lo particular. Para eso hace falta algo m¨¢s.
Es el grado cuatro. Es la inteligencia que puede descubrir una esencia com¨²n en dos casos distintos (comprender). Es la inteligencia de la inteligibilidad. Es la cultura. Con ella un chimpanc¨¦ fabrica (y repara) instrumentos para cazar termitas. Con ella se puede dibujar, cocinar y hacer ciencia. La verdad inteligible es la ¨²nica que cambia por oficio y es, por lo tanto, id¨®nea para seguir vivo en un mundo cambiante. Con ella incluso se puede, por ejemplo, organizar la convivencia humana. Aunque se nos olvide cien veces al d¨ªa.
Jorge Wagensberg es director del Museo de la Ciencia de la Fundaci¨®n la Caixa (Barcelona).
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