Paseando por M¨¢laga
Hac¨ªa tiempo que no paseaba por el centro de mi ciudad. Era una ma?ana lluviosa cuando deambulaba por sus calles mientras que muchos recuerdos se agolpaban en mi mente. Eran recuerdos de mi vida, experiencias...Tengo s¨®lo 47 a?os. Cre¨ªa que eran pocos; pero, de pronto, me pareci¨® que era mucho mayor.
La plaza, donde estaba el M¨¢laga Cinema, invadida por los grises durante los inolvidables a?os de predemocracia. Algunas veces ¨¦ramos unos pocos -veinticinco o treinta- los que sal¨ªamos a la calle a pedir a gritos, con toda nuestra fuerza, ?amnist¨ªa y libertad! As¨ª expres¨¢bamos nuestras esperanzas llenas de juventud y credulidad...
Por aquellas mismas calles, en pleno centro de la ciudad, me cruc¨¦ no pocas veces con Bibi Andersen que paseaba por calle Granada, mientras que alg¨²n que otro se?or mayor, no percatado de la maravillosa rareza, se giraba para piropearla, alguien -casi siempre, dependientes de comercios cercanos- le avisaba con cierto rintint¨ªn: ?abuelo, que es mono! ?ste se alejaba fingiendo que no era con ¨¦l y maldiciendo interiormente su equivocaci¨®n.
Centro de M¨¢laga: de los 'saltos' a la v¨ªa publica para pedir libertad, el despacho de mi querido amigo Rafael P¨¦rez Estrada, los encierros en la catedral, la calle Santamar¨ªa. Al pasar por all¨ª, record¨¦ que una ma?ana de 1975, cuando est¨¢bamos un grupo de estudiantes -eso s¨ª, todos rojos- en el despacho del entonces obispo de M¨¢laga, monse?or Buxarrais, pidi¨¦ndole que intercediera por un detenido. Habl¨® con nosotros en un tono aparentemente confidencial, se acerco sigiloso a una de las ventanas que dan a la plaza del Obispo, movi¨® suavemente, casi sin notarse, un visillo y -sin palabras porque s¨®lo mir¨®- dio las ordenes pertinente a alg¨²n colaborador... Acto seguido, sal¨ªamos del Obispado por una puerta trasera, mientras la polic¨ªa pol¨ªtico social estaba en la puerta principal esperando nuestra salida para probablemente detenernos.
M¨¢laga y sus calles... Recuerdo aquel autob¨²s enrejado en el que nos hacinaron cuando nos detuvieron en el interior de la catedral. Me fij¨¦ en los escalones que hay bajando de la iglesia del Sagrario, all¨ª fue donde todos -aquellos j¨®venes que ped¨ªamos libertad- llegamos a sentir un miedo que nos encogi¨® el coraz¨®n. Y segu¨ªa recordando: llegamos a la comisar¨ªa donde uno de los sociales, alardeando de rev¨®lver, me marc¨® sus dedos en la cara; las marcas duraron algunos d¨ªas y su recuerdo todav¨ªa persiste. A?os despu¨¦s, llegu¨¦ al aeropuerto de M¨¢laga con Jos¨¦ Rodr¨ªguez de la Borbolla, era su primera visita oficial a esta ciudad como presidente de la Junta de Andaluc¨ªa, el avi¨®n aterriz¨® y nos dirigimos escoltados al centro de la ciudad. Tres d¨ªas dur¨® la visita y tres d¨ªas estuvimos atendidos, entre otros, por aquel social... Era el mismo que tiempo atr¨¢s amenazaba con pistola y dejaba sus huellas en el rostro de los j¨®venes que luch¨¢bamos por la libertad. En aquel momento tambi¨¦n me hice m¨¢s viejo, me hice m¨¢s sabio: comprend¨ª lo que significaba la reconciliaci¨®n.
Continu¨¦ mi paseo por M¨¢laga, ya iba a mitad de calle de Larios... Me sorprend¨ª a m¨ª mismo sonriendo. Y es que recordaba a mi amigo Juan Alg¨¹era, a quien por aquel mismo sitio lo llevaron detenido hace a?os, iba a paso muy lento y, aun m¨¢s, se le notaba la minusval¨ªa de sus piernas. Le dec¨ªamos adi¨®s, mientras se alejaba...no nos dimos cuenta de que iba detenido. Despu¨¦s, llegu¨¦ a la plaza de la Marina, fren¨¦ el paso, mir¨¦ a mi alrededor y pens¨¦: los socialistas malague?os tenemos una direcci¨®n ejecutiva que no sabe nada de esto, que no estuvo all¨ª cuando se llevaron a Juan, que no me conoce de nada... y yo me alegro. !Ay, M¨¢laga, c¨®mo me gustas y con la que esta cayendo!-
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