??stos no son hombres?
Cometimos la ingenuidad de pensar que se pod¨ªa medir el racismo de los espa?oles pregunt¨¢ndoles su opini¨®n, algo as¨ª como preguntar al mentiroso si miente. Aun as¨ª, no menos de uno de cada tres confesaban que s¨ª, que lo eran, pero persistimos en la ingenuidad. ?C¨®mo un pa¨ªs mezcla de fenicios, iberos, griegos, moros y jud¨ªos, como reza el estereotipo, pod¨ªa ser racista? Por supuesto, el racismo y la xenofobia no se miden s¨®lo en las palabras, sino en los actos, y unos y otros nos muestran que somos racistas. Hace d¨¦cadas que lo sabemos frente a los gitanos y lo hemos visto patente en El Ejido y otros lugares. Sin que las autoridades hayan hecho nada, o bien poco, para erradicar esas actitudes.
Por ello, lo que progresivamente irrita en no pocas actitudes oficiales hacia la inmigraci¨®n no es ya la torpeza, sino la inhumanidad que oculta malamente una dureza de coraz¨®n que s¨®lo puede ejercerse contra quien ha sido previamente estigmatizado y que parece buscar (sin decirlo) un voto m¨¢s enfermizo que f¨¢cil. Pues el tema no es s¨®lo si son legales o no, si se les debe reconocer unos u otros derechos. El tema es que el discurso de los pol¨ªticos debe ser ejemplificador, la pol¨ªtica es pedagog¨ªa p¨²blica, y las autoridades deben dar ejemplo de humanidad en las palabras y los actos. Lo que encontramos, por el contrario, es un discurso fr¨ªo y tecnocr¨¢tico (aunque t¨¦cnicamente ineficaz) que sigue al pie de la letra aquel mensaje presidencial con el que se inaugur¨® el discurso popular sobre la emigraci¨®n: Ten¨ªamos un problema y lo hemos resuelto, mensaje de resonancias terribles por muy inconscientes que sean.
Por lo dem¨¢s, tenemos en Espa?a la suerte de contar con al menos dos tipos de racismo, que en lugar de restarse se suman. Pues al que ahora emerge contra el extranjero pobre (del rico nada se dice) se suma el ya hist¨®rico contra el emigrante espa?ol pobre, el maketo o el charnego, estigma que a¨²n no ha desaparecido y cuya metamorfosis en rechazo al espa?ol es evidente. Se da as¨ª la paradoja de que no pocos de quienes denuncian el racismo de que son objeto como espa?oles no tienen reparos en manifestar similares actitudes frente a los extranjeros. Y si el discurso nacionalista tiene dificultades para legitimar su rechazo al espa?ol, ?qu¨¦ decir cuando se trata de un nigeriano o magreb¨ª? Las ingenuas declaraciones de la esposa del Honorable exhiben ciertamente una opini¨®n extendida. Pero la tarea de la prima donna de Catalu?a, como la del consejero Mas o del presidente Pujol, es justamente enviar otro mensaje: ni aquellos eran 'charnegos' ni estos son 'moros', aunque no aprendan catal¨¢n, bailen la sardana o les enloquezca la escalibada. Limitarse a constatar el hecho lo puede hacer un cient¨ªfico; pero de un pol¨ªtico se espera bastante m¨¢s. Pues el grado de civilizaci¨®n de un pa¨ªs se muestra siempre en la manera como trata a los m¨¢s d¨¦biles, los ni?os, las mujeres, los pobres. Tambi¨¦n a los emigrantes, como bien saben los espa?oles mayores de 50 a?os.
El domingo de adviento de 1511, el fraile dominico Antonio Montesinos, indignado contra los abusos de los conquistadores, clamaba en defensa de los indios: '??stos no son hombres? ?No tienen ¨¢nimos racionales? ?No sois obligados a amarlos como a vosotros mismos? ?Esto no entend¨¦is? ?Esto no sent¨ªs?'. Un siglo m¨¢s tarde, Shakespeare copiar¨ªa sus palabras en el m¨¢s emotivo alegato a favor de la igualdad que se ha escrito tras el serm¨®n de la Monta?a de Jes¨²s de Nazaret: '?No tiene ojos un jud¨ªo? ?No tiene manos, ¨®rganos, proporciones, sentidos, pasiones, emociones? ?No toma el mismo alimento, le hieren las mismas armas, le atacan las mismas enfermedades, se cura por los mismos m¨¦todos? ?No le calienta el mismo est¨ªo que a un cristiano? ?No le enfr¨ªa el mismo invierno?'. Palabras que, cuando se nos llena el alma de xenofobias, debi¨¦ramos meditar, pues no s¨®lo afectan a jud¨ªos, indios, gitanos, marroqu¨ªes, argelinos o ecuatorianos; tambi¨¦n a catalanes, vascos, andaluces o espa?oles todos. De te fabula narratur.
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