Perversi¨®n virtual
Voces en un clamor: ?Pornograf¨ªa infantil?, ?ni pintada! As¨ª, habr¨ªa que perseguir sin tregua al pederasta virtual, a quien imagina y pinta abusos de menores, adem¨¢s de a quien los capta o graba en la realidad, es decir, a ni?os y adolescentes de carne y hueso. El crimen anidar¨ªa tal vez en la mente que mueve la mano, no en el abuso de un modelo real. Mas alg¨²n tipo de frontera deber¨ªa establecerse entre la perversi¨®n real y la simplemente virtual cuando las im¨¢genes en cuesti¨®n no son objeto de exhibici¨®n ni de tr¨¢fico alguno que afecte a menores de edad. Como suele suceder en nuestra cultura, el caso legal ya se ha planteado en Estados Unidos (Free speech contra Reno, http://laws.lp.findlaw.com/getcase/9th/case/9716536&exact=1), un pleito de resoluci¨®n pendiente ante el Tribunal Supremo federal de aquel pa¨ªs. Los norteamericanos llevan d¨¦cadas endureciendo su legislaci¨®n sobre abusos sexuales a menores, pero muy pronto sus jueces deber¨¢n decidir si la ¨²ltima vuelta de tuerca del legislador ha sido o no excesiva: una ley federal de 1996 tipific¨® como delito la generaci¨®n de im¨¢genes pornogr¨¢ficas ficticias de personas que parezcan menores de edad o 'causen la impresi¨®n de serlo'.
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En Am¨¦rica, la historia de la cacer¨ªa legal de explotadores y porn¨®grafos de ni?os es tortuosa, y la tendencia clara es el endurecimiento de la regulaci¨®n represora: hace 20 a?os se sancionaba la utilizaci¨®n comercial de menores para la obtenci¨®n de im¨¢genes pornogr¨¢ficas; pronto se prescindi¨® del requisito del ¨¢nimo de ganancia econ¨®mica; luego se ampli¨® el concepto de pornograf¨ªa para incluir las im¨¢genes lascivas; m¨¢s tarde se empez¨® a castigar la tenencia y contemplaci¨®n de im¨¢genes, no s¨®lo su producci¨®n y tr¨¢fico; finalmente, la ley de 1996 resolvi¨® perseguir criminalmente todo lo anterior, aunque las im¨¢genes fueran ficticias, es decir, aunque ning¨²n menor hubiera sido utilizado para su confecci¨®n. Entonces, una coalici¨®n perfectamente esperable de porn¨®grafos comerciales y artistas dudosos se encar¨® con la ley alegando que violaba la cl¨¢usula constitucional sobre libertad de expresi¨®n, uno de los t¨®tems m¨¢s venerados por la sociedad norteamericana. En Espa?a, hay que aclarar, la ¨²ltima reforma al respecto del C¨®digo Penal -una ley de 1999- castiga la posesi¨®n de material pornogr¨¢fico en cuya elaboraci¨®n hayan sido utilizados menores, pero todav¨ªa no se persigue la creaci¨®n o posesi¨®n de im¨¢genes ficticias. Todo se andar¨¢.
Mas, como he dicho, el caso pende ante el Tribunal Supremo norteamericano y, al menos de momento, los adversarios de la ley llevan las de ganar. Aducen que no se puede condenar a quien no se sirve materialmente de menores reales y que ning¨²n estudio emp¨ªrico serio ha demostrado relaci¨®n causal alguna entre creaci¨®n y tenencia de dibujos pintados a l¨¢piz o por ordenador y posteriores abusos reales de menores. A?aden que incriminar la producci¨®n o tenencia de im¨¢genes por la 'impresi¨®n' que causan, por lo que 'parecen' y no por lo que realmente son disuelve el mandato legal en pura vaguedad y permite interpretar las cosas tal como lo hace la mente retorcida del censor: ?son lascivas las n¨ªnfulas pintadas en los cuadros del celebrado Balthus?, ?lo es la Lolita de Nabokov-Kubrick?, ?qu¨¦ edad ten¨ªa Fritz the Cat?
Por su parte, los defensores de la ley aducen que el problema reside en el efecto de retroalimentaci¨®n perversa que la imagen producir¨¢ en su creador, as¨ª como en los terceros que la contemplen.
Siendo nefanda, nada importa que sea ficticia: si desde siempre los legisladores han castigado la creaci¨®n de s¨ªmbolos abominados, ?por qu¨¦ no habr¨ªan de hacerlo con la de im¨¢genes ficticias de pornograf¨ªa infantil?
La pelota est¨¢ en el tejado de los jueces de Washington y es de esperar una soluci¨®n que, para quienes se quiere proteger -ni?os y adolescentes-, establezca que es igual que las im¨¢genes sean reales o ficticias: los ni?os deben tener derecho a quedar al reparo de la realidad virtual, y quiz¨¢ ellos m¨¢s que nadie, pues la infancia es el reino de la imaginaci¨®n. Pero fuera de eso, quiz¨¢ habr¨ªa que pens¨¢rselo dos veces antes de proponer encerrar a quienes se limitan a trasladar al papel im¨¢genes que s¨®lo provienen de su mente extraviada. El derecho es una cuesti¨®n de l¨ªmites: deja de existir si desaparecen.
Pablo Salvador Coderch es catedr¨¢tico de Derecho Civil de la Universidad Pompeu Fabra.
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