Batll¨®: un t¨¢rtaro en Gr¨¤cia
Si hay un personaje guadianesco en la historia de la poes¨ªa espa?ola ¨¦se es Jos¨¦ Batll¨®. A pesar de ello, siempre ha estado ah¨ª, dirigiendo una colecci¨®n de poes¨ªa o una revista, o como editor, ant¨®logo y traductor. Y de vez en cuando nos sorprende con alguna ocurrencia especial, marca de la casa.
Estos d¨ªas acaba de darnos otra de esas alegr¨ªas que ¨¦l dosifica: la edici¨®n de un peque?o libro de aforismos, desahogos, exabruptos, o lo que quiera que sean, titulado Primer centiloquio del heter¨®nomo, donde se retrata como 'feo, ateo y sentimental'. En el colof¨®n sentencia que el volumen est¨¢ escrito 'para deplorar, con sus clientes o amigos (y ambas cosas, si se diera el caso), la entrada en el tercer milenio de la civilizaci¨®n cristiana'. El libro aparece sin firma, como casi todo lo que hace quien en las p¨¢ginas de Triunfo se llam¨® Mart¨ªn Vilumara, pero no hay que ser Sherlock Holmes para adivinar el autor. Eso s¨ª, como Batll¨® es uno de esos escasos seres que igualan con la vida el pensamiento, el libro sale en una edici¨®n no venal de 500 ejemplares numerados a mano. Entre su voz y los ecos ajenos se encuentran dardos como los siguientes: 'lo kafkiano ha devorado a lo hom¨¦rico', 'la catadura moral del paisanaje est¨¢ compuesta de un noventa y nueve por ciento de catadura y de un uno por ciento de moral', 'del mal, el menos; del Estado, nada', 'si alguien invoca el patriotismo, los dem¨¢s a tocar madera -generalmente de ata¨²d', 'le rog¨® que se apease de sus ojos', 'se sobrevive a todo, menos a uno mismo', 'abril es el mes m¨¢s cruel, en dura competencia con los once restantes', 'el sino de los estetas es evitar los espejos, Pere'...
A Batll¨® no lo encontrar¨¢n nunca en un sarao literario, pero suele estar en la librer¨ªa Taifa de la calle de Verdi, siempre que esa noche la pasma, tan celosa en el cumplimiento del deber, no lo haya enchironado por colarse en su propio local a horas intempestivas.
La estampa t¨¢rtara de Batll¨® (compondr¨ªa un d¨²o intimidatorio con Pepe Hierro) aparece entre los libros ausente, leyendo un peri¨®dico que se despliega en el aire, como si el comercio no fuera del todo con ¨¦l. Pero en cuanto alguien le pregunta por un t¨ªtulo, se despereza y apunta una escueta indicaci¨®n. La suya es una de esas librer¨ªas que habr¨ªa que proteger, entre otras razones porque es muy dif¨ªcil irse de ella con las manos vac¨ªas. Entre los estantes y las mesas conviven en armon¨ªa lo antiguo y lo moderno, la ¨²ltima novedad y el saldo, al alcance de las econom¨ªas m¨¢s depauperadas.
Los l¨ªos en los que se ha metido, mucho me temo que siempre con menoscabo de su bolsillo, s¨®lo pueden recordarse como memorables. En la colecci¨®n El Bardo aparecieron libros de Aleixandre, Espriu, Pere Quart, Max Aub, Celso Emilio Ferreiro, ?ngel Gonz¨¢lez, Valente, V¨¢zquez Montalb¨¢n, Pedro Gimferrer y Antonio Carvajal. De estos dos ¨²ltimos nada menos que Arde el mar y Tigres en el jard¨ªn. Todas estas andanzas est¨¢n contadas con maestr¨ªa en El Bardo (1964-1974). Memoria y antolog¨ªa, el cual incluye unas excelentes memorias que deja a medias (?se cansa de contarse?) y que se presentan camufladas como pr¨®logo.
Su padre, un jardinero catal¨¢n, estuvo en el ej¨¦rcito republicano, por lo que tuvo que irse a Sevilla, donde lo acogi¨® el hombre que le ense?¨® el oficio. El hijo ('yo no nac¨ª, ay, perdonadme, en la edad de la p¨¦rgola y el tenis, sino en la del hambre y los fusilamientos'), adem¨¢s de escribir poes¨ªa y hacer teatro con Alfonso Guerra, con quien represent¨® nada menos que Fin de partida, regres¨® a Barcelona en 1963 y aqu¨ª fund¨® revistas clandestinas como La Trinchera, Frente de Poes¨ªa Libre y Si la P¨ªldora bien Supiera... Los nombres de las revistas son tambi¨¦n su mejor definici¨®n. Despu¨¦s vino la ¨¦poca de Camp de l'Arpa, junto a Juan Ram¨®n Masoliver, y en los ¨²ltimos tiempos la revista Taifa.
Este sorprendente aventurero de la literatura a quien le gusta presumir de t¨ªmido, sufridor, perezoso y poco cordial, es otro de esos pocos seres que con su empe?o personal suplieron cuanto en los pa¨ªses civilizados se hace con medios y en condiciones normales, sin tener que batallar con la censura, soportar los desdenes de los divinos de turno, ni sufrir las tontunas de lo que se viene llamando con empe?o posmodernidad.
Tal y como est¨¢n las cosas, con tanto botarate opinando sobre aquello de lo que nada sabe, lo que m¨¢s se agradece es el silencio ('en el silencio mora el decoro', reza otro aforismo). A veces emerge Batll¨® para comentar algo, pero mientras tanto permanece agazapado en su campamento de invierno, en Gr¨¤cia, nuestro modesto Marais, junto al cine Verdi, entre el olor del cordero y las especias de los suculentos restaurantes libaneses.
Fernando Valls es profesor de Literatura Espa?ola de la UAB.
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