Cl¨ªnica
A los tres d¨ªas de su ingreso en aquella cl¨ªnica, a¨²n se levantaba sobre su cabeza una ampolla inyectable, en el extremo de la percha, como un trofeo de las enfermeras para marcar su territorio de caza. En la penumbra de la alcoba, escuch¨® el delicado rumor de un arroyo de la invisible ciudad de Palmira: el ox¨ªgeno del recipiente de pl¨¢stico hac¨ªa flotar una peque?a bola met¨¢lica en el interior de un tubo. Se contempl¨® los brazos: los ten¨ªa llenos de cardenales en las arterias y en las venas. Por all¨ª, sin duda, la ciencia m¨¦dica le hab¨ªa franqueado unos recios latidos de subversi¨®n, la fragancia del plomo y de la tinta del viejo peri¨®dico de la resistencia, un paquete de cigarrillos habanos o unos versos de Rimbaud. Sin aviso, entraron precipitadamente, lo sentaron en una silla de ruedas, lo llevaron en un v¨¦rtigo por pasillos y ascensores, y lo depositaron frente a una pantalla de rayos X. Poco despu¨¦s lo devolvieron a su habitaci¨®n y lo arrojaron sobre la cama. El paciente se incorpor¨®, abri¨® el armario y busc¨® su ¨²ltimo cigarrillo. Se ocult¨® en el cuarto de ba?o y se lo fum¨® con los ojos entornados. Cada calada era una fugaz evocaci¨®n: los ¨²ltimos instantes de amor con aquella muchacha checa, el accidente en el que perdi¨® la vida su compa?ero. De pronto golpearon la puerta. Ech¨® la colilla al inodoro, vaci¨® el agua de la cisterna y abri¨®. Una limpiadora hermosa y ¨¢spera, le advirti¨® que no cometiera ning¨²n acto indecente porque lo denunciaba.
El paciente se acost¨®. La noche fue inquieta. Percibi¨® fragmentariamente la conversaci¨®n entre el m¨¦dico de guardia y el cardi¨®logo. Y supo que de un momento a otro iba a expiar su descarado tabaquismo. Por la ma?ana, dos ayudantes sanitarios, lo arrastraron hasta un amplio sill¨®n en medio de la alcoba. Y tras un furioso griter¨ªo irrumpieron aquellos talib¨¢n vestidos de blanco y armados con lancetas, bistur¨ªes, escoplos que se abalanzaron sobre ¨¦l. La nicotina lo hab¨ªa convertido en un soberbio coloso p¨¦treo como los de Bamiy¨®n. Pero lo iban a demoler, y en su lugar instalar¨¢n un joven robusto y postmoderno, cebado con latas de rosbif en gelatina y costillas de cerdo. Es el nuevo monopoly de la medicina.
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