A Pilar Rahola
En su art¨ªculo del s¨¢bado pasado, y en el contexto del actual debate sobre la inmigraci¨®n suscitado por las opiniones de Marta Ferrusola y de Heribert Barrera, Pilar Rahola me atribu¨ªa ciertas afirmaciones que no se corresponden ni con lo que pienso ni con lo que escribo y que creo de inter¨¦s precisar.
En primer lugar, y con car¨¢cter general, lamentaba que con ocasi¨®n de estas declaraciones se intentara 'criminalizar' al nacionalismo. El t¨¦rmino criminalizar, as¨ª como el de demonizar, se utiliza con demasiada frecuencia de manera totalmente impropia: ante cr¨ªticas adversas a cuestiones concretas, se acusa a quien lo hace de criminalizar cuestiones mucho m¨¢s amplias. As¨ª, en los ¨²ltimos tiempos, a quien se limita a criticar recientes posiciones del PNV se le responde que est¨¢ criminalizando a todo el nacionalismo vasco y, ya en el extremo de cierta paranoia, simplemente a los vascos. Criminalizar es atribuir a alguien un determinado delito y criticar es censurar o reprobar una determinada actuaci¨®n. Por tanto, criminalizar es una cosa y criticar otra muy distinta. Utilicemos, pues, los t¨¦rminos en su exacto sentido. Si no lo hacemos, vulneramos las leg¨ªtimas reglas que deben ordenar todo debate racional e impedimos conocer la posici¨®n de cada uno en ¨¦l.
En segundo lugar, Rahola dice que 'la tentaci¨®n racista, fascistoide, puede anidar en el nacionalismo tanto como en cualquier otro sitio'. Este ¨²ltimo inciso debe matizarse. No todo nacionalismo es fascista -me parece obvio y m¨¢s adelante volveremos a ello-, pero no deja de ser cierto que todo fascismo -entendido en sentido gen¨¦rico- ha sido nacionalista: Hitler, Mussolini, Franco y Stalin. Los cuatro son distintos en muchos aspectos, pero los cuatro coinciden en profesar un ardiente nacionalismo, no s¨®lo si nos remitimos a su actuaci¨®n pol¨ªtica, sino tambi¨¦n a sus escritos, algunos de ellos textos cl¨¢sicos en la materia. Ello debe dar que pensar y, probablemente, es incierto decir que la tentaci¨®n fascista puede anidar en el nacionalismo 'como en cualquier otro sitio'. Alg¨²n germen peligroso debe de haber en el nacionalismo como para que cualquier totalitarismo lo utilice siempre.
Pero ¨¦stos son temas previos y menores. Vayamos a una tercera afirmaci¨®n que Pilar Rahola me atribuye sin raz¨®n alguna: que 'todo nacionalismo conduce al fascismo'. No lo he dicho nunca, ni lo he pensado nunca. Es m¨¢s, pienso y he escrito muchas veces lo contrario: que nacionalismo y democracia son perfectamente compatibles.
?Qu¨¦ es necesario para que lo sean? Simplemente, que el nacionalismo respete las reglas de la democracia, en concreto que respete la libertad de pensamiento y la libertad de opini¨®n, es decir, que sea una ideolog¨ªa m¨¢s, perfectamente leg¨ªtima a nivel individual mientras no se quiera imponer como obligatoria a todos los ciudadanos de un determinado pa¨ªs. Con eso basta para que cumpla con las reglas m¨ªnimas de la democracia. Ahora bien, en muchos casos -y en Catalu?a tenemos abundantes ejemplos- el nacionalismo tiende a excluir a quienes no comulgan con tal ideolog¨ªa: en ese supuesto el nacionalismo no es democr¨¢tico. No es preciso, por tanto, que acuda a la violencia f¨ªsica para que se considere excluyente: basta que ejerza una violencia meramente psicol¨®gica y simb¨®lica, una presi¨®n moral, propagand¨ªstica y medi¨¢tica, para que sea una ideolog¨ªa contraria a la libertad individual y, por tanto, ajena a los principios democr¨¢ticos.
Se trata, como es f¨¢cil de deducir, de un supuesto muy parecido al de la religi¨®n, al de cualquier religi¨®n. Mientras sea una mera creencia individual, no s¨®lo es leg¨ªtimo practicarla, sino que es un derecho fundamental de libertad protegido por la Constituci¨®n y las leyes. Cuando era -y es todav¨ªa en muchos pa¨ªses- una creencia obligatoria, que exclu¨ªa de la comunidad a quienes no la profesaban y que se convert¨ªa en religi¨®n oficial del Estado, ese Estado no era -no es- democr¨¢tico.
Me dir¨¢s, Pilar Rahola, que nada ni nadie obliga en nuestro pa¨ªs a que todos seamos nacionalistas. Es cierto que ni la Constituci¨®n ni las leyes obligan. Pero no es menos cierto que muchos -probablemente es tu caso- acusan a quienes se consideran no nacionalistas con una denominaci¨®n peyorativa: son 'espa?olistas'.De este modo quien no es nacionalista catal¨¢n es nacionalista espa?ol, no se admiten posiciones intermedias: simplemente, se considera algo imposible ser no nacionalista. Y desde esta an¨®mala posici¨®n, se excluye y margina de la comunidad a quien no da muestras palpables de su catalanidad -terrible sustantivo-, es decir, a quien no profesa una determinada ideolog¨ªa. Nuestra Constituci¨®n protege a todos por igual y, por tanto, tambi¨¦n a quienes no son nacionalistas. Pero cierta pr¨¢ctica social oficialmente dominante -aunque en declive en los ¨²ltimos a?os- intenta excluirlos alegando que son espa?olistas. Esta pr¨¢ctica no puede considerarse democr¨¢tica, ya que no respeta ni la libertad ni la igualdad de las personas.
As¨ª pues, Pilar Rahola, el nacionalismo es una ideolog¨ªa democr¨¢tica mientras respete determinadas reglas; en definitiva, mientras tenga el mismo trato que cualquier otra ideolog¨ªa. Otra cosa es que el nacionalismo pueda ser una ideolog¨ªa de izquierdas. Ah¨ª las cosas se complican m¨¢s y la compatibilidad con la democracia se hace mucho m¨¢s dif¨ªcil: s¨®lo el nacionalismo puede ser de izquierdas si se da una situaci¨®n de opresi¨®n colonial, si a un grupo social con unas determinadas caracter¨ªsticas de origen se le mantiene -a causa de estas caracter¨ªsticas- en posici¨®n jur¨ªdicamente subordinada. En este supuesto, esta situaci¨®n de discriminaci¨®n debe cambiarse y la izquierda debe comprometerse a ello: es ah¨ª donde tienen sentido las reivindicaciones nacionales
No es ¨¦se el caso actual de nuestro pa¨ªs, aunque s¨ª lo era en la ¨¦poca franquista. Hoy no existen reivindicaciones nacionales que se basen en la libertad y la igualdad: s¨®lo se basan en la identidad. Por tanto, la izquierda no puede ser nacionalista, el nacionalismo es una marcha atr¨¢s, una vuelta a la tradici¨®n, un intento de conservar el pasado. En suma, una posici¨®n reaccionaria.
Francesc de Carreras es catedr¨¢tico de Derecho Constitucional.
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