El terrorismo y los ideales
El ruidoso debate en torno a las opiniones de Heribert Barrera y la frustrada presentaci¨®n de su libro se centr¨® fundamentalmente en los aspectos m¨¢s xen¨®fobos o racistas de su discurso. Ca¨ªa en momento abonado y los medios de comunicaci¨®n nunca desperdician estas oportunidades. Sin embargo, pas¨® mucho m¨¢s desapercibida la afirmaci¨®n de Barrera de que a ¨¦l le merec¨ªan m¨¢s consideraci¨®n los terroristas de ETA porque al menos mataban por ideales que unos delincuentes que matan a unos viejecitos para robar. Creo que es tan sintom¨¢tica la frase como el hecho de que haya merecido tan poca atenci¨®n. Porque es probable que a muchos -incluso a algunos de los que m¨¢s se rasgaban las vestiduras por sus opiniones sobre los inmigrantes o por su arcana visi¨®n de Catalu?a- les pareciera perfectamente razonable. En nuestra cultura el ideal es una coartada muy extendida para justificar o comprender los comportamientos m¨¢s atroces.
Matar a unos viejecitos -o a quien sea- para robar es evidentemente abyecto. Incluso el que lo hace lo sabe. Y recibe el m¨¢s absoluto rechazo social. El etarra que mat¨® al polic¨ªa auton¨®mico Santos Santamar¨ªa -o los que mataron a cualquiera de las 900 v¨ªctimas de ETA- cometi¨® un acto no menos abyecto. Sin embargo, probablemente estaba convencido de hacer un acto heroico -matar por ideales- y se sent¨ªa respaldado por algunos ciudadanos -muchos menos de los que ¨¦l cree porque nada es m¨¢s propio de estas gentes que la p¨¦rdida del sentido de la realidad-. En ning¨²n momento pens¨® que estaba cometiendo una atrocidad, porque como un joven miembro de Haika ha dicho a La Rep¨²blica, est¨¢n convencidos de que 'matar es leg¨ªtimo al 100%'. Y el etarra en cuesti¨®n no est¨¢ solo en su apreciaci¨®n de los hechos. Todav¨ªa hay gentes, incluso de indudable tradici¨®n democr¨¢tica, que, sin compartir los m¨¦todos de ETA, siguen contemplando su actuaci¨®n con atenuantes. Simplemente porque se sigue creyendo que matar por ideales tiene algo de respetable que evidentemente no tiene matar para robar, por celos o por simple sadismo. Es decir que hacer el mal en nombre del bien ser¨ªa menos grave que hacer el mal en nombre del mal. Para algunos incluso equivaldr¨ªa a hacer el bien. Perverso razonamiento en el que se han cimentado todos los sistemas de terror: de la Inquisici¨®n a cualquier forma de totalitarismo.
Matar por ideales como atenuante, cuando no como eximente. Un argumento que siempre viene acompa?ado de otro que nada tiene que ver con los ideales sino con las relaciones de fuerza: los terroristas de hoy, si ganan, son los l¨ªderes del ma?ana. La frecuente conexi¨®n entre estas dos frases confirma la fragilidad del primer argumento. Un argumento, sin embargo, asentado en una tradici¨®n que hizo de lo ideal valor y que contrapuso los valores del esp¨ªritu -entre ellos los ideales- a las miserias de la carne. El elogio de la fidelidad a las propias ideas hasta la muerte (y hasta matar en su nombre, que es la parte que a menudo se omite p¨²dicamente); la convicci¨®n de que hay ¨®rdenes que emanan de valores supremos ante las cuales se detiene todo prejuicio moral y, por tanto, de que hay fines superiores ante los que empalidecen los medios; el valor de la obediencia ciega al superior, que el perverso Dios de Abraham ilustr¨® orden¨¢ndole matar a su hijo; el car¨¢cter purificador de la violencia para limpiar el mundo de infieles, de contrarrevolucionarios, de traidores a la patria o de extranjeros. Son ideas que han ido cundiendo, que han corrido de generaci¨®n en generaci¨®n, y que en el siglo XX alcanzaron su m¨¢ximo esplendor con cuatro genocidios y dos totalitarismos, todos ellos invocando a los ideales, a los valores ancestrales y a las razones superiores. Todos ellos, por supuesto, haciendo de la obediencia el motor de la acci¨®n, hasta hacer de la matanza un trabajo rutinario. Es decir, hasta borrar toda noci¨®n de conciencia moral en el asesino, como le ocurre al militante terrorista. Se ha hablado mucho del car¨¢cter industrial del genocidio nazi, el escritor senegal¨¦s Diop cuenta c¨®mo en Ruanda los genocidas designaban las masacres con la palabra trabajo. Y algunos de ellos se negaban a matar fuera de horarios laborales. Los ideales y la productividad al servicio de la muerte.
Y, sin embargo, siguen quedando dudas. La naturaleza del ideal -como algo que trasciende al hombre- es el argumento que sirve para dignificar todo lo que el ideal toca: incluso la muerte. Muchos a?os de cultura laica no han sido suficientes para poner a los ideales en su sitio. Al contrario, lo teol¨®gico ha reaparecido a trav¨¦s de lo pol¨ªtico: los fundamentalismos laicos han incorporado sin rubor -y reforzada con la pretensi¨®n de legitimidad cient¨ªfica- la coartada de los ideales. Una vez m¨¢s en nombre del bien y de la verdad todo est¨¢ permitido. Se trata simplemente de apropiarse del bien y de la verdad y uno queda libre de responsabilidad moral, porque ha obtenido el reconocimiento de que su lucha es por ideales. En este punto es bueno recordar las palabras de un sabio, Julio Caro Baroja: 'La juventud se lanza a gusto a la violencia en nombre de lo que se llaman ideales: es decir, simplificaciones con arreglo a una especie de esquema maniqueo seg¨²n el cual el Bien est¨¢ de su parte y el Mal est¨¢ enfrente; y defendiendo el bien se puede llegar a todo. Al robo, al secuestro, al asesinato'. Y algunos mayores mostr¨¢ndose comprensivos -a veces, mucho m¨¢s que comprensivos- con ellos.
En vez de fabular con los ideales, ?no ser¨ªa m¨¢s sensato explicar que la violencia s¨®lo es moralmente aceptable en situaci¨®n de leg¨ªtima defensa, personal o colectiva? Es para defendernos del Mal y no para imponer el Bien, que la violencia puede ser admisible. ?Alguien cree que se puede sustentar razonablemente que los que dicen matar por ideales est¨¢n defendiendo al Pa¨ªs Vasco del Mal?
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