H¨¦rcules
No existe figura en la Mitolog¨ªa, ni antigua ni moderna, que haya ejercido sobre Andaluc¨ªa una fascinaci¨®n comparable a la de H¨¦rcules. Ya en el siglo VI a. C. Estes¨ªcoro cant¨® las haza?as del h¨¦roe griego en el Far West mediterr¨¢neo: su victoria sobre Geri¨®n, un engendro alado y triforme, a quien arrebat¨® la boyada en la ribera del Betis. Pero H¨¦rcules, incansable civilizador a golpe de maza, adem¨¢s de tachar a Geri¨®n de monstruo tir¨¢nico, dio a los mortales una lecci¨®n de Geograf¨ªa cuando plant¨® en ?bila y Calpe sendas columnas, amojonando el mundo conocido hasta Gil Eanes y Col¨®n: Non plus ultra.
Despu¨¦s H¨¦rcules fue asimilado al Melkart adorado en el famoso templo de C¨¢diz. El culto del H¨¦rcules gaditano se populariz¨® durante el Imperio, pues los C¨¦sares gustaron de presentarse como h¨¦roes dome?adores de fieras y endriagos. Trajano, vencedor de los dacios, mand¨® acu?ar en sus monedas la imagen del dios paisano suyo.
En la Edad Media la importancia de H¨¦rcules subi¨® de punto. Seg¨²n Alfonso X el Sabio, a H¨¦rcules se debi¨® la fundaci¨®n de dos ciudades andaluzas, C¨¢diz y Sevilla, aunque otros lugares conservaran tambi¨¦n huellas indelebles de su paso, como el faro de La Coru?a (la Torre de H¨¦rcules). Un sobrino del h¨¦roe, llamado Hisp¨¢n (de donde Hispania), complet¨® su obra fundacional y pobl¨® C¨¢diz, la capital del reino, donde quiso ser enterrado.
Poetas y humanistas celebraron a la Sevilla herc¨²lea. Cuenta Alonso de Palencia que el h¨¦roe, habiendo viajado por todo el orbe, lleg¨® en su postrer trabajo a la tierra hispalense, circundada de vergeles y colmada de deleites. Ten¨ªa un ¨²nico inconveniente: junto al Guadalquivir se extend¨ªa una laguna. H¨¦rcules escudri?¨® el firmamento, sopes¨® las influencias de los astros y, decidido a fundar una ciudad, ceg¨® la laguna con madera incorruptible y se?al¨® el lugar con columnas, poniendo estacas all¨ª donde hab¨ªan de levantarse las futuras murallas. De ah¨ª que Julio C¨¦sar, cuando edific¨® la ciudad, la llamara por los palos Ispalis (la etimolog¨ªa remonta a San Isidoro). Y de ah¨ª tambi¨¦n que, cuando se descubrieron las columnas romanas en San Nicol¨¢s, se creyera que eran obra asimismo de H¨¦rcules, que dio nombre a la Alameda abierta por el conde de Barajas.
La imaginaci¨®n busc¨® m¨¢s or¨ªgenes griegos. La Puerta Real, seg¨²n Juan de Mal Lara, se llam¨® antiguamente 'la puerta de H¨¦rcules o de H¨¦rcoles, y despu¨¦s, corrompi¨¦ndose el vocablo, se llam¨® de Goles'. Por tanto, cuando Sevilla recibi¨® a Felipe II, coron¨® aquella entrada un coloso que representaba a 'un H¨¦rcules desnudo con solamente la piel de le¨®n'; desnudo, como Dios manda, aun en la mojigata Contrarreforma.
H¨¦rcules sigui¨® ganando batallas. Sus columnas, vencidas, se incorporaron al escudo de Carlos I (Plus ultra). Incluso un hombre proclive a fantas¨ªas morunas como Blas Infante se rindi¨® ante su hechizo. ?L¨¢stima grande que un nuevo Braguet¨®n dibujara en el escudo a un Mowgli crecidito y peque?o-burgu¨¦s antes que al H¨¦rcules viril de la tradici¨®n andaluza milenaria!
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