El peligroso sue?o de Peter Pan
Parece como si se hubieran puesto de acuerdo. En pocas semanas, un pol¨ªtico del PSOE ha opinado que 'los moros, a Marruecos, que es donde tienen que estar'; la se?ora Ferrusola ha evocado el l¨²gubre futuro que amenaza la identidad catalana; Heribert Barrera ha confesado su nostalgia por aquella Barcelona en que no se bailaban sevillanas; los talib¨¢n est¨¢n eliminando por la v¨ªa r¨¢pida los restos budistas de un Afganist¨¢n que quieren isl¨¢micamente puro; hasta Giovanni Sartori advierte de los peligros de los inmigrantes para Europa; todo eso, por no hablar de los jugosos sermones semanales del se?or Arzalluz. Son ejemplos m¨²ltiples, algunos muy burdos, y no son pocos los que han ca¨ªdo en la tentaci¨®n del comentario f¨¢cil y la risotada. Pero me parece que deber¨ªamos seguir pensando sobre estas cosas, porque expresan actitudes muy humanas -y muy peligrosas- que, en parte al menos, todos compartimos.
'Identidad, preciado tesoro', es como Santos Juli¨¢ ha descrito esta tendencia nost¨¢lgica. Podr¨ªamos llamarlo tambi¨¦n el sue?o de Peter Pan: no crecer, mantenerse indefinidamente en la infancia. Nacionalismos y fundamentalismos comparten el infantil deseo de perpetuar la situaci¨®n que existi¨® en el pasado -o que creen que existi¨®; porque en estas cosas se inventa mucho-. Es siempre un imposible, pero mucho m¨¢s en el cambiante mundo que vivimos, donde no s¨®lo crecen los ni?os, como siempre, sino que las casas donde transcurri¨® su infancia son r¨¢pidamente derribadas para dar paso a una autopista.
Vargas Llosa ha optado por un 'Salvemos a Catalu?a', burl¨¢ndose finamente de Barrera y Ferrusola. Mas el problema es que hacer un esfuerzo por 'salvar a Catalu?a', es decir, por que se hable catal¨¢n y se preserven h¨¢bitos o fiestas tradicionales, es leg¨ªtimo. No hay nada reprensible en la afirmaci¨®n ¨¦tnica, entendida como defensa y protecci¨®n de una identidad cultural. Todos tenemos derecho a practicar la lengua o la religi¨®n de nuestra preferencia, a elegir tal o cual opci¨®n sexual o a exhibir el color de piel con que nacimos -o con que nos hemos pintado-, por minoritarios que sean y sin que ello menoscabe un ¨¢pice nuestros derechos y libertades. Este etnicismo, llam¨¦moslo defensivo, o negativo, no s¨®lo debe ser apoyado como uno m¨¢s de los derechos de la persona. Es que, adem¨¢s, es muy humano: personalmente, declaro que me gusta mucho mi lengua, que hago lo posible por cuidarla, y que estar¨¦ dispuesto a esforzarme por prolongar su vida si la veo en peligro. Lo cual significa que me preparar¨¦ a gastar mi tiempo y mi dinero en esta causa. Porque preservar algo contra la tendencia general de la historia es costoso; puede que tambi¨¦n sea un sue?o ut¨®pico, ante la marea invasora de una cultura abrumadoramente mayoritaria; ser¨¢ imposible, pero es leg¨ªtimo.
Lo malo es que el problema va m¨¢s all¨¢ de lo costoso. Hace algunos a?os, Juan Linz escribi¨® un importante art¨ªculo sobre el nacionalismo en el que explicaba c¨®mo esta reivindicaci¨®n tend¨ªa a evolucionar desde lo ¨¦tnico hacia lo territorial. Es decir, que comienza con la afirmaci¨®n 'nosotros somos diferentes', porque hablamos otra lengua o tenemos cualquier otro rasgo cultural distinto al de nuestro entorno; y concluye con la demanda pol¨ªtica 'este territorio es nuestro'. Los m¨¢s evolucionados de los nacionalistas han incorporado un respeto muy liberal por los derechos de los dem¨¢s y a?aden: nuestra pretensi¨®n no significa que cuando nosotros controlemos esta tierra aqu¨ª no vayan a poder vivir otras gentes; por el contrario, nadie ser¨¢ discriminado por sus caracter¨ªsticas ¨¦tnicas; 'son catalanes todos los que viven y trabajan en Catalu?a'. O sea, que, una vez triunfante nuestra exigencia pol¨ªtica, la diferencia cultural -pese a que sea su raz¨®n de ser- no importar¨¢ demasiado; prometemos ser c¨ªvicos, no ¨¦tnicos.
Pero una estructura pol¨ªtica montada sobre diferencias ¨¦tnicas ser¨¢ dif¨ªcil que deje de apoyarse en la etnia. Tras haber logrado el control del territorio, el razonamiento tender¨¢ a desarrollar su l¨®gica interna: si este territorio es nuestro porque tenemos tales o cuales rasgos culturales, una persona que no los comparta, que no pertenezca a nuestro mundo, no tendr¨¢ derecho a estar aqu¨ª; estar¨¢, porque es imposible evitarlo -salvo al estilo talib¨¢n- y porque nosotros somos civilizados y se lo permitimos, pero siempre estar¨¢ de prestado; el d¨ªa que se convierta en un peligro, la expulsamos.
Un sistema pol¨ªtico libre no puede basarse en la identidad, sino en la ciudadan¨ªa, no en rasgos culturales, sino en la integraci¨®n en un marco jur¨ªdico. La democracia liberal tiene que partir del reconocimiento de los derechos de todos, cualquiera que sea su raza, lengua, g¨¦nero o religi¨®n, con la ¨²nica condici¨®n de que acepten las normas -aprobadas por todos- que rigen la convivencia.
Lo cual significa que hay mucha diferencia entre la afirmaci¨®n ¨¦tnica defensiva o negativa y la impositiva o territorial. Porque cuando un movimiento ¨¦tnico toma el poder y controla un territorio, en lugar de defender la diversidad cultural hace exactamente lo contrario: consagrar el monolitismo, favorecer a una cultura como 'oficial' frente a las otras, marginales. A partir de la premisa 'este suelo es nuestro' se deduce la conclusi¨®n de que tenemos el derecho a imponer a los que viven en ¨¦l una lengua, religi¨®n, forma de comportarse, porque ¨¦sa fue la de nuestros padres y abuelos, que vivieron aqu¨ª desde siempre; es decir, porque ¨¦sta es la cultura que va unida, de manera esencial y eterna, a esta tierra. A un historiador le ser¨ªa f¨¢cil demostrar que tal idealizaci¨®n del pasado es discutible, y que en ella hay mucha distorsi¨®n al servicio de objetivos pol¨ªticos actuales. Pero incluso sin ponerse estrictos en t¨¦rminos hist¨®ricos y aceptando que a lo largo del tiempo ha habido cierta continuidad identitaria en este suelo, ?qu¨¦ derechos se generan con ello? ?Por qu¨¦ va a tener que seguir siendo siempre el mundo como fue en tiempos de nuestros abuelos? Nadie que visite C¨®rdoba o Granada puede albergar dudas sobre el hecho de que all¨ª domin¨®, en tiempos pret¨¦ritos, una cultura musulmana. ?Se deduce de esto que alguien, por ser musulm¨¢n, tiene derecho a reclamar esas tierras?
Imagino lo felices que deben estar, ante estas l¨ªneas, los lectores de Burgos o Valladolid. Llevan d¨¦cadas viviendo las reivindicaciones ¨¦tnicas de otros como humillaciones y nada desean m¨¢s que ver a alguien denunciar las amenazas totalitarias impl¨ªcitas en ellas. Pero que no se conf¨ªen, porque el cuento tambi¨¦n va con ellos. Que no olviden que la 'Espa?a eterna' que aprendieron en la escuela es otra idealizaci¨®n agresiva. Que ni 'Espa?a' ha existido siempre, ni ha dejado de cambiar desde que existe, ni ha respondido nunca con pureza al modelo de identidad que se le supone inherente; y, sobre todo, que no hay texto sagrado alguno que consagre como inherentes a esta parte del mundo la lengua castellana o la religi¨®n cat¨®lica, rasgos que, con toda certeza, no van a mantenerse por los siglos de los siglos. Muchas cosas hemos de ver, o han de ver nuestros descendientes: diversos colores de tez, ni?as con velo en las escuelas, ingl¨¦s como lengua com¨²n en territorios espa?oles... Mejor ser¨¢ que nos preparemos, porque el proceso va muy deprisa. No sea que esos mismos que ahora -muy sensatamente- se rasgan las vestiduras ante las baladronadas de los Arzalluz y Otegui sean vistos ma?ana hinchando el pecho y proclamando que ¨¦sta es la tierra del Cid Campeador y de la Virgen Mar¨ªa y que ya est¨¢ bien de tanta mezquita; porque una, hombre, una est¨¢ bien, incluso da un toque de color, pero es que no se ve otra cosa; es que esto 'no parece Espa?a'.
Todos somos humanos y mejor ser¨¢ que nos vacunemos ante nuestra vertiente exclusivista. Hasta los ministros de Educaci¨®n del PP, o los acad¨¦micos de la Historia, que denuncian -con toda la raz¨®n- las agresivas simplezas que se ense?an en las ikastolas y proponen, como alternativa, volver a la historia de Espa?a. No se les ocurre que exista Europa, el mundo; o que haya habido sujetos hist¨®ricos que no sean naciones. Aprovechando la ingenuidad de Heribert Barrera, para quien el dinero p¨²blico deber¨ªa dedicarse a preservar el mundo de su infancia, se burlan del catalanismo. Y no s¨®lo no reparan en el apoyo social que los inmigrantes encerrados en iglesias han tenido en Catalu?a, sino que ellos mismos gastan el dinero p¨²blico en editar, y autopremiar, libros sobre el 'ser', la 'realidad', la 'esencia' de Espa?a.
Jos¨¦ ?lvarez Junco es historiador.
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