Un organismo fr¨¢gil
Hacia 1992, hab¨ªan desaparecido ya todas las barracas de la ladera de Montju?c; la ¨²ltima fue la llamada Casa Valero, un bar donde saciaban la sed los trabajadores empleados en algunas de las obras emblem¨¢ticas de la Barcelona de 1992, y al que los taxistas dirig¨ªan sus autos para hacer un alto a media jornada, tomar una cerveza y estirar las piernas disfrutando de las vistas sobre la ciudad, los barcos de carga que van y vienen del puerto a alta mar.
?Han vuelto las chabolas, como se comenta en la prensa barcelonesa de estos d¨ªas? Es un poco exagerado afirmarlo y no es exacto negarlo. Contra la ladera de la monta?a, enfrente de los jardines de Costa i Llobera, se aprietan algunas construcciones de fortuna.
Chabolas aisladas y t¨ªmidas vuelven a poblar la falda de Montju?c. Las habitan ucranios, polacos, alemanes...
De hecho, hay dos asentamientos: alejadas lo m¨¢s posible de la carretera que sube a Miramar, cerca del despe?adero que cae sobre el cintur¨®n del litoral, media docena de construcciones llevan all¨ª instaladas cerca de tres a?os y pr¨¢cticamente ya son moradas elementales, pero dotadas de cierta comodidad, en las que viven unos cuantos ciudadanos alemanes.
Risco arriba y un poco m¨¢s cerca de la carretera, se han instalado m¨¢s recientemente, de forma a¨²n m¨¢s precaria, unos cuantos desheredados ucranios y polacos. Aqu¨ª cualquier material de aluvi¨®n colabora para que los refugios se sostengan en pie; lienzos de pl¨¢stico y tela, tablones, la masa vegetal que proveen unos pinos, forman una vivienda frente a una tienda de campa?a infantil.
La carretera que lleva de Col¨®n a Miramar separa dos mundos: a la derecha est¨¢n aparcados media docena de autocares esperando a que regrese su carga de turistas, que han sido llevados de paseo por los jardines de Costa i Llobera. Como dice el did¨¢ctico cartel que se alza junto a un ficus de la especie Pachycereus pringlei, ese jard¨ªn es 'un organismo fr¨¢gil, concebido como un espacio de contemplaci¨®n y requiere un uso adecuado que no ponga en peligro la conservaci¨®n de los elementos vegetales que acoge. La actitud responsable por parte del visitante es la ¨²nica que puede garantizar la conservaci¨®n de esta colecci¨®n bot¨¢nica patrimonio de todos los barceloneses'.
A la izquierda de la carretera, m¨¢s all¨¢ de unos contenedores llenos de turba y de unos montones de esti¨¦rcol, los terrenos municipales devienen descampado, en la ladera escarpada crecen los matorrales y aqu¨ª y all¨¢ se eleva un cipr¨¦s, una palmera.
A escala de los desheredados se reproduce la divisi¨®n de Europa: los alemanes, industriosos y organizados, han conseguido instalarse con tiempo y con alg¨²n confort; los polacos y ucranios, reci¨¦n llegados, ni siquiera est¨¢n en la CE, se defienden de la intemperie y la crudeza de la vida con lo que pueden.
En una silla jardinera, en el porche construido a base de paliers de la ¨²ltima chabola de los alemanes, est¨¢ sentado Christian, un hombre muy delgado, moreno, pulcro, artista pintor de origen franc¨¦s, que ha construido una barraca m¨¢s o menos confortable. Por el camino que serpentea en la hierba, por donde van y vienen los perros, llega su vecino y extravertido colega Peter, cargado una vez m¨¢s con dos bidones de agua que ha llenado en la fuente de los jardines, al otro lado de la carretera.
Los vuelca en los dep¨®sitos que ha pintado de negro para que absorban todo el calor del sol. Despu¨¦s de un d¨ªa caluroso, asegura, el agua sale casi hirviendo. Llenar los dep¨®sitos viaje a viaje le lleva horas, pero luego dispondr¨¢ de una ducha de circunstancias. Un generador le suministra electricidad. En la c¨¢mara de aire que se forma en el tejado entre dos capas de uralita ha insertado un acolchamiento de poresp¨¢n que a¨ªsla la barraca de los excesos de fr¨ªo y calor. Ahora es la hora de la colada; encaramado a una bicicleta que ha ligado con una cadena de moto al tambor de una m¨¢quina de lavar, el habilidoso Peter se pone a pedalear, el tambor rota y los vaqueros, camisetas y dem¨¢s prendas se van lavando.
Para este hombre alegre, conformado, la mec¨¢nica no tiene secretos. Fue obrero cualificado, dice, en una f¨¢brica de las afueras de su ciudad de Dortmund; en un accidente laboral, una m¨¢quina le abri¨® la cabeza y es inv¨¢lido, aunque tiene brazos de atleta y se gana el pan con la vendimia en el sur de Francia y con chapuzas donde puede, como sus compa?eros.
El campamento de los polacos est¨¢ desierto durante el d¨ªa, todos andan busc¨¢ndose la vida en la ciudad, todos salvo una sombra tras una pared de pl¨¢stico. La interpelo, y un hombre rubio, preocupado, asoma el rostro: 'Per favor, se?or. ?Qu¨¦ problema? ?Qu¨¦ problema?... ?Police?... Per favor, se?or, quisiera dormir'.
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