Guardaespaldas
Me pareci¨® que los seis concejales socialistas del Pa¨ªs Vasco ten¨ªan derecho a rechazar la escolta; nadie puede obligar a ser escoltado a quien no quiere. Tengo este costoso y apurado vicio de creer en las libertades individuales. Una voz respetada me hizo ver que un cargo p¨²blico tiene obligaciones m¨¢s all¨¢ de las preferencias propias y que hay en ¨¦l una parte que pertenece a los dem¨¢s: los guardaespaldas defienden una situaci¨®n, est¨¢n frente a un enemigo p¨²blico; presentes, precisamente, donde ¨¦se puede aparecer.
Tampoco ellos est¨¢n por gusto: se juegan la vida, a veces la pierden con la del amenazado, pero est¨¢n en su puesto. Esos concejales amenazados gen¨¦ricamente han optado por dimitir. Ya se les acusa de haber utilizado el subterfugio para abandonar el puesto de peligro: los cazadores de brujas. Lo peor del inquisidor es que subvierte los hechos y la horda corre con ellos. Estamos en el fracaso de la primera piedra, consecuencia del fracaso general del evangelio. Cuando el libertario de Galilea dijo que quien est¨¦ libre de pecados tire la primera piedra, la tirar¨ªan contra la ad¨²ltera y contra el propio pacifista.
Todos creemos que estamos libres de pecados. Yo no quise, tampoco, escolta. Un director general de seguridad me dijo 'le voy a poner usted un funcionario'; y no lo acept¨¦. Eran tiempos de disparos: hab¨ªan matado a los laboralistas de Atocha, a algunas personas m¨¢s. A m¨ª me despertaban a la madrugada y me dec¨ªan 'A ti o a tu hijo'. No pod¨ªa cerrar el tel¨¦fono porque me desconectaba de otras urgencias reales. Cuando rechac¨¦ al 'funcionario', y el juez de orden p¨²blico me dijo que no pod¨ªa hacer nada, recib¨ª otras recomendaciones de la polic¨ªa: deb¨ªa agacharme cada vez que pasara junto a una ventana, retroceder al portal si al salir a la calle ve¨ªa gente extra?a (y tan extra?os: viv¨ªa frente a un tanatorio, y los hombres paseaban para fumar por la calle, con la barba crecida, el gesto duro tras la noche de dolor y vigilia); y me daba verg¨¹enza. Viv¨ªa solo, en un interregno sentimental, y me hubiera re¨ªdo de m¨ª.
Tengo otro grave defecto: en la guerra no cre¨ª que bombas y disparos fueran para m¨ª, y en estos casos tampoco. Pero no recomendar¨ªa hoy, a nadie en esta situaci¨®n brutal, que no quiera escolta.
(Lo que yo necesito es un guardamentes que proteja lo que digo de lo que dicen que digo; que no me apedreen sin ser ni siquiera ad¨²ltero).
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