Acabar con la esclavitud persiguiendo a los esclavos
En unos tiempos de asfixiante omnipresencia del an¨¢lisis econ¨®mico, no deja de resultar una sorprendente paradoja el hecho de que el ¨²nico ¨¢mbito en el que cede alguna plaza al an¨¢lisis cultural sea aquel en el que, precisamente, las decisiones econ¨®micas adquieren las dimensiones de un formidable drama humano: la inmigraci¨®n.
Como es f¨¢cil advertir a poco que se analice la trama argumental de la mayor parte de los discursos sobre los movimientos de personas a trav¨¦s de las fronteras, se observar¨¢ que el an¨¢lisis econ¨®mico de las causas se agota en la descripci¨®n de los desequilibrios en los pa¨ªses de origen, as¨ª como en la constataci¨®n de que es en la disparidad de renta con los pa¨ªses de acogida donde la inmigraci¨®n encuentra su raz¨®n de ser.
A partir de estas dos ideas elementales, es el an¨¢lisis cultural el que suele tomar el relevo, bien para decir que las identidades de recepci¨®n se ver¨¢n tarde o temprano en peligro y proclamar entonces la necesidad de adoptar pol¨ªticas dirigidas a defender las esencias nacionales, bien para decir que el futuro ser¨¢ mestizo o no ser¨¢, ensalzando a continuaci¨®n las virtudes de la variedad y la diferencia.
La realidad a la que no se presta atenci¨®n, el silencio sobre el que se est¨¢ consolidando la actual interpretaci¨®n del fen¨®meno migratorio -compartida por la pr¨¢ctica totalidad del espectro pol¨ªtico e intelectual en los pa¨ªses ricos-, es que la situaci¨®n de los pa¨ªses de origen no es ni mucho mejor ni mucho peor que la de hace a?os.
Es m¨¢s, si se pudieran tomar en serio las afirmaciones de algunos prestigiosos organismos econ¨®micos internacionales, habr¨ªa que sostener, como hacen ellos, que en buena parte de los pa¨ªses azotados por la pobreza 'es mayor el camino ya recorrido hacia el desarrollo que el que queda por recorrer'.
Pero entonces, ?por qu¨¦ se produce ahora, y s¨®lo ahora, esta avalancha de desheredados? ?Qu¨¦ nueva cat¨¢strofe, y no recogida en informe alguno, est¨¢ teniendo lugar en ?frica o en el Magreb para que, de pronto, decenas de miles de personas abandonen de estampida sus familias y lugares de origen? ?Qu¨¦ inflexi¨®n cercana al cataclismo, y sin embargo no reflejada en las cifras recientes, han experimentado los indicadores macroecon¨®micos de estas regiones para que sus habitantes hagan hoy lo que pod¨ªan haber hecho a?os atr¨¢s, por no decir desde la fecha misma de las independencias?
La explicaci¨®n del contrasentido que supone achacar la amplitud y celeridad de los actuales flujos migratorios a la situaci¨®n econ¨®mica de los pa¨ªses de origen, end¨¦mica y permanentemente calamitosa, se encuentra en lo que el nuevo consenso de los Estados ricos se niega a reconocer: que no son los cambios econ¨®micos en el mundo en desarrollo, sino en el mundo ya desarrollado, los que han desencadenado el formidable efecto llamada, contra el que nada pueden ni podr¨¢n vallas electrificadas, legiones de polic¨ªas ni mares convertidos en pavorosas tumbas colectivas.
Unos cambios que no se refieren tanto al crecimiento o a la mera progresi¨®n en el bienestar cuanto a las modificaciones del paradigma en el que ese crecimiento y ese bienestar est¨¢n insertos. Desde esta perspectiva, resulta decisivo para comprender la actual avalancha migratoria el hecho de que, durante las ¨²ltimas d¨¦cadas, la poblaci¨®n activa de los pa¨ªses ricos se haya desplazado desde los sectores agr¨ªcolas e industriales hacia el de los servicios m¨¢s cualificados.
De igual manera, han sido necesarios los progresos en la liberalizaci¨®n internacional de los flujos comerciales y financieros para que la explotaci¨®n de esos sectores desatendidos, de esas potenciales canteras de actividad, comenzase a ser rentable. Por ¨²ltimo, ha habido que consentir en el desprestigio de las cargas sociales y, en definitiva, del Estado de bienestar para que, llevando esta l¨®gica hasta sus ¨²ltimas consecuencias, una nueva clase empresarial considere que la contrataci¨®n en condiciones de semiesclavitud est¨¢ dentro de la doctrina econ¨®mica de nuestro tiempo.
Estos y otros factores presentes en los pa¨ªses desarrollados, y no en los pa¨ªses en desarrollo, son los que han determinado la causa ¨²ltima del auge migratorio de nuestros d¨ªas: la aparici¨®n de una ingente oferta de empleo en sectores tradicionales y poco atractivos para los trabajadores aut¨®ctonos, que est¨¢ actuando como correctivo de la actual divisi¨®n internacional del trabajo.
Vistas as¨ª las cosas, la sustituci¨®n del an¨¢lisis econ¨®mico por el cultural -o, lo que es lo mismo, la sustituci¨®n de los interrogantes acerca de c¨®mo se comportar¨¢ esa oferta de empleo por los de saber c¨®mo afectar¨¢ la presencia de extranjeros a la identidad colectiva- est¨¢ arrastrando a la adopci¨®n de unas medidas frente a la inmigraci¨®n cuyo principal problema no es que sean ineficaces, un disparatado ejercicio de incongruencia entre los fines que se buscan y los medios que se aplican, sino que son medidas que est¨¢n destruyendo algunos de los principios ¨¦ticos, jur¨ªdicos y pol¨ªticos sobre los que se apoya la democracia.
Es probable que antes, mucho antes de que nuestras sociedades lleguen a ser mestizas, la oferta de empleo que est¨¢ detr¨¢s de la inmigraci¨®n se haya agotado. Pero para ese entonces, y si se persiste en la v¨ªa de entender en t¨¦rminos culturales lo que no se explica con coherencia en t¨¦rminos econ¨®micos, le habremos dado la vuelta a las creencias y a las instituciones que han regido nuestra conducta pol¨ªtica hasta ahora.
Ah¨ª reside el problema, ¨¦se es el verdadero riesgo que estamos corriendo: el de invertir, hasta aniquilarlos, los valores que garantizan no ya la integraci¨®n de la diferencia -la porte un extranjero o, por qu¨¦ no, un connacional exc¨¦ntrico o heterodoxo-, sino, simple y llanamente, la convivencia.
Lejos de lo que podr¨ªa pensarse, esa inversi¨®n de los valores no permanece en un remoto ¨¢mbito de abstracci¨®n, s¨®lo familiar a intelectuales o polit¨®logos. Se trata de un fen¨®meno cotidiano, de un aut¨¦ntico generador de certidumbres mayoritarias, que explica y sirve de fundamento a buena parte del discurso p¨²blico sobre la inmigraci¨®n.
Cuando, en fecha reciente, la esposa del president Pujol se alarmaba ante el hecho de que no pocos extranjeros en Catalu?a utilizasen el castellano y su propia lengua para pedir de comer, no pon¨ªa en entredicho su buena y quiz¨¢ sincera disposici¨®n hacia los inmigrantes, como luego aclarar¨ªa en una nota p¨²blica de rectificaci¨®n.
Lo que pon¨ªa en entredicho era algo m¨¢s grave, y a lo que su nota no hac¨ªa siquiera referencia: un modo de acercarse al sufrimiento ajeno, para el que, si alguien pide socorro porque tiene hambre, deber¨ªa resultar absolutamente irrelevante la lengua en que lo haga. En definitiva, lo que la se?ora Ferrusola estaba mostrando con sus desafortunadas declaraciones era la tramoya de esa inversi¨®n de los valores aceptada cada vez con mayor indiferencia, de modo que, en efecto, hoy nos parece razonable expresar preocupaci¨®n por las alteraciones de nuestro universo simb¨®lico, de nuestra identidad, cuando lo que podr¨ªa provocarlas son unas situaciones de miseria y explotaci¨®n que, en Catalu?a como en toda Espa?a, padecen hombres y mujeres de carne y hueso.
Con todo, la ceguera con que se est¨¢ actuando frente a esta corrosi¨®n de los fundamentos de la democracia, todo por aceptar que el an¨¢lisis cultural sustituya al econ¨®mico justo en el ¨²nico punto y en el ¨²nico momento en que no deber¨ªa sustituirlo, corre el riesgo de engendrar monstruos sin duda m¨¢s temibles que las declaraciones de la se?ora Ferrusola.
As¨ª, la noci¨®n misma de cultura que, en Espa?a y en Europa, se ha empezado a manejar a ra¨ªz de la generalizaci¨®n y aceleraci¨®n del fen¨®meno migratorio se corresponde con lo que los ilustrados llamaban preocupaci¨®n y superstici¨®n; es decir, con un conjunto de pr¨¢cticas y respuestas cuyo valor deriva de la tradici¨®n y del pasado, no de la excelencia art¨ªstica o cient¨ªfica.
Y todav¨ªa m¨¢s: esa noci¨®n de cultura equivalente a la preocupaci¨®n y la superstici¨®n de los ilustrados fue la que utiliz¨® la versi¨®n nacionalsocialista del totalitarismo a la hora distinguir entre miembros del Reich milenario y extranjeros, y dentro de ¨¦stos, entre extranjeros asimilables e inasimilables, dando lugar a un interminable e infructuoso debate sobre en qu¨¦ consiste la integraci¨®n y cu¨¢les ser¨ªan sus l¨ªmites.
Por supuesto, cualquier comparaci¨®n directa entre la situaci¨®n de entonces y la de ahora no pasa de ser una burda exageraci¨®n, similar a tantas otras que se han establecido en los ¨²ltimos a?os. Lo que, sin embargo, no resulta exagerado es se?alar que, en la respuesta de los actuales Estados democr¨¢ticos a la inmigraci¨®n, se est¨¢n utilizando razonamientos y mecanismos que guardan un inquietante aire de familia con algunos planteamientos y acciones de los Estados totalitarios, hoy condenados por abominables.
En este sentido, ?qu¨¦ diferencia existe entre renunciar al principio de generalidad de la ley para aprobar una disposici¨®n sobre los derechos de los extranjeros o renunciar a ¨¦l para aprobar una norma sobre los de los gitanos o los jud¨ªos? ?A qu¨¦ l¨®gica parece apelar la afirmaci¨®n de un conocido y respetable profesor italiano cuando dice que una de las causas de la inmigraci¨®n es la existencia, en los pa¨ªses de origen, de 'nacidos en exceso'? ?Acaso no resulta de rigurosa y perturbadora actualidad la paradoja que Walter Benjamin observaba a finales de los a?os treinta, al se?alar la 'desproporci¨®n' que exist¨ªa entre 'la libertad de movimiento y la riqueza de los medios de transporte'?
Si, rechazando ese discurso p¨²blico que, s¨®lo por esta vez, trata de sustituir el an¨¢lisis econ¨®mico por el an¨¢lisis cultural, los ciudadanos europeos fu¨¦semos capaces de extraer las ense?anzas de un pasado no tan remoto, quiz¨¢ las pol¨ªticas de inmigraci¨®n ser¨ªan distintas de la ¨²nica que, bajo diversas variantes, han aplicado hasta ahora nuestros Gobiernos: la de intentar acabar con la esclavitud persiguiendo a los esclavos.
El envilecimiento de nuestras sociedades que ello est¨¢ produciendo, la inversi¨®n y negaci¨®n de los valores democr¨¢ticos bajo la excusa de defender unas quim¨¦ricas identidades colectivas, el triunfo de un pragmatismo rampl¨®n que, como se?alaba Cior¨¢n, no es sino una de las expresiones m¨¢s corrientes del pensamiento reaccionario, parecen perfilar un paisaje futuro en el que los problemas no proceder¨¢n de la presencia de muchos o pocos inmigrantes, sino de la descontrolada proliferaci¨®n de los viejos, sempiternos demonios europeos.
Jos¨¦ Mar¨ªa Ridao es diplom¨¢tico.
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