An¨¢lisis cl¨ªnico
La vida hospitalaria de uno hab¨ªa consistido siempre en visitas fugaces a parturientas cuyo agotamiento era una coartada perfecta para tal fugacidad, o a enfermos por lo general lac¨®nicos por razones naturales. Se agradec¨ªa que unas y otros parecieran aliviados cuando las visitas anunciaban que ya era hora de marcharse porque no les gusta molestar y recomendaban al valetudinario o a la mam¨¢ reciente -con la propensi¨®n por lo obvio que suele caracterizar a los visitantes en las cl¨ªnicas- que se abstuvieran de fumar, de beber y de domar mustangs en el Rodeo Anual de Tucson, Arizona.
Por tanto, una cl¨ªnica, para la mayor¨ªa de personas, suele ser un lugar de paso, tan poco estimulante pero tan inevitable como los pasillos del metro. Si el visitante, adem¨¢s, resulta que vive de sobresalto en sobresalto a causa de la aprensi¨®n o la hipocondr¨ªa, la visita se convierte en el remedo exacto de una carrera de 100 metros lisos en la que los atletas vayan dejando cajas de Ferrero Rocher por doquiera. Pero un d¨ªa resulta que es uno mismo a quien se tiene a salvo, enmara?ado en un complejo entramado de cat¨¦teres y electrodos y se da cuenta de que el universo de quienes cumplen con el caritativo precepto de visitar a los enfermos es mucho m¨¢s importante de lo que pueda sospechar jam¨¢s alguien que est¨¦ sano y cuente con seguir est¨¢ndolo siempre. El t¨®pico seg¨²n el cual las visitas se agradecen es absolutamente cierto, incluso si, como puede llegar a ocurrir, algunas visitas tengan que ser presentadas al enfermo, que no sabe a qui¨¦n le est¨¢ narrando con toda la gama de detalles acostumbrada los pormenores m¨¢s v¨ªvidos del preoperatorio, de la operaci¨®n y del posoperatorio. El enfermo, incluso, muy metido en su papel, provee tambi¨¦n a esos desconocidos de datos prolijos sobre el cumplimiento de sus funciones fisiol¨®gicas que en la vida normal no confiar¨ªa ni a sus ¨ªntimos. Por una parte, por pudor, y por otra, porque duda seria y atinadamente de que a sus allegados les interesen gran cosa el ritmo de sus v¨ªsceras y las secreciones de sus gl¨¢ndulas. Cuando el enfermo se sorprende a s¨ª mismo explicando sin rubor la calidad y la cantidad de sus deposiciones a las visitas, es que se ha metido de lleno en la vida hospitalaria, de cuyo abrazo resulta dificil¨ªsimo desasirse, una vez que ha renunciado a su anta?o f¨¦rreo sentido de lo privado.
El t¨®pico seg¨²n el cual las visitas se agradecen es absolutamente cierto, incluso si, como sucede a menudo, algunos visitantes tienen que ser presentados al enfermo
Es entonces cuando se desvanece por completo el libre albedr¨ªo del que se hab¨ªa jactado ruidosamente durante tantos a?os. Cada vez que descuelga el tel¨¦fono le cuenta a la se?orita de administraci¨®n o a alguien que se ha equivocado de n¨²mero, que duerme toda la noche de un tir¨®n o que ya va solo al ba?o. El comunicante se sorprende, por supuesto, y cuelga, pero ello no arredra un ¨¢pice al enfermo, que ya se ha abandonado definitvamente a la placidez amni¨®tica de la rutina hospitalaria. Como todos los enfermos y convalecientes, aprovecha cualquier ocasi¨®n, por tenue que sea, para hacerse agradable a las enfermeras y contemporizar con los celadores, siguiendo el antiqu¨ªsimo m¨¦todo que consiste en expresarse con t¨¦rminos m¨¦dicos que pilla por ah¨ª. Por eso, habla de intervenciones en lugar de referirse a las operaciones a las que alude el com¨²n de los mortales; se complace en responder con cat¨¦teres cuando le preguntan por tubos; con la yugular o la aorta al ser interrogado acerca de sus venas e incluso de sus arterias; las pastillas de las visitas se convierten en comprimidos o c¨¢psulas, y, como muestra suprema de fidelidad inquebrantable a la nueva religi¨®n que profesa, se deshace en elogios encendidos a la calidad insuperable del rancho hospitalario, para horror de las visitas, cada vez m¨¢s impresionadas.
Entre ellas se encuentra siempre un ex enfermo que se apresura, sin ¨¦xito -pues al enfermo siempre se le da la raz¨®n diga lo que diga-, a criticar con sa?a el men¨² con el que le martirizaron a ¨¦l cuando le operaron en otra cl¨ªnica. La alusi¨®n a otra cl¨ªnica obliga al enfermo a fulminar al ex enfermo con una terrible mirada asesina, tan encendida es su fe. Luego, se pasa al cap¨ªtulo de comparar operaciones y UVI y, de nuevo, vence el reci¨¦n intervenido tanto en la cantidad como en la intensidad de sus sufrimientos, en su ejemplar abnegaci¨®n y en lo infinitamente m¨¢s complejo y delicado que ha sido lo suyo, ante la insulsez de lo de su interlocutor, que se atreve a envanecerse de sus achaques antiguos... ?vestido de paisano! Como si el elegante pijama abrochado a la espalda mediante unas no menos elegantes cintas anudadas no significara nada. Como si una vulgar apendicitis tuviera algo que ver con lo de nuestro enfermo, quien, indignado por la osad¨ªa del operado antiguo, se levanta m¨¢s trabajosamente de lo necesario y, tras manifestar la necesidad de estirar las piernas, sale al pasillo para estar entre sus semejantes, que por lo menos llevan, como ¨¦l, sus bolsas, sus sondajes, sus vendas, sus puntos, sus batas a cuadros y sus endebles piernas al aire. Ah¨ª s¨ª se puede tratar de igual a igual de abscesos y f¨ªstulas, de ap¨®sitos y cicatrices, de grados de veteran¨ªa y, en voz baja, del m¨¦dico, ese sumo sacerdote a quien las visitas se empe?an en considerar como un ser humano corriente y le perturban durante sus apariciones habl¨¢ndole de nimiedades y pidi¨¦ndole detalles in¨²tiles.
Esto, por supuesto, no lo hacemos ni lo haremos jam¨¢s sus pacientes, quienes al formar parte imprescindible de la vida hospitalaria, no nos ocupamos de semejantes minucias y se las dejamos a las visitas. A las cuales, por otra parte, agradecemos su solicitud y, sobre todo, que nos sirvan de p¨²blico.
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