Hacer la calle
Antiguamente, los j¨®venes mor¨ªan en el fragor de los campos de batalla y sal¨ªan catapultados para la gloria. Mor¨ªan, con generosa intrepidez, de un tajo, de una pedrada o de un disparo. Mor¨ªan por sus dioses, sus patrias y sus tiranos, que eran no s¨®lo una bella alegor¨ªa, sino titulares de la propiedad privada de bienes, tierras y f¨¢bricas. Aquellos j¨®venes eran osados, ilusos y pobres. Hoy, los j¨®venes mueren atravesados por una jeringuilla, intoxicados con alimentos malignos o con los sesos en vuelo rasante sobre el asfalto. Pero sus restos adornan de p¨²rpura y laurel el mercado; y el mercado los consagra en el cuch¨¦, a todo color, de sus cat¨¢logos. Tal vez no tengan la prestancia de la muerte heroica, pero tienen la utilidad de la estad¨ªstica. Cuantos se han dejado la vida en estos d¨ªas feriados, rinden servicios p¨®stumos a la ciencia y al progreso. Sus cenizas han alcanzado la naturaleza del meteoro: se han sacrificado a un clima espl¨¦ndido y al imperativo del sol. Muy probablemente, de aqu¨ª en adelante, el hombre del tiempo ya no recurrir¨¢ a las isobaras, para hacer sus predicciones, sino a los tanatorios y al dossier de las esquelas mortuorias; y las agencias de turismo emitir¨¢n reclamos persuasivos: Tantas v¨ªctimas y s¨®lo era abril. Fig¨²rense, qu¨¦ verano nos espera.
El mercado exige m¨¢s carne humana, como las crueles divinidades de otras ¨¦pocas. Pero morir de hambre, de enfermedad o de fr¨ªo, es una ordinariez propia de mendigos y marginados. Hoy se muere de velocidad y de abundancia, que es una forma digna de morir matando tu desolada imagen. El mercado arrastra criaturas embaucadas y productos embaucadores: ocio, marcas, playas de moda, coches; y no concede tregua. Carlos Marx, que se pas¨® la vida entre el Mosela y la reflexi¨®n, ya enunci¨® el fetichismo de la mercanc¨ªa. Pero no lleg¨® a imaginarse que la mercanc¨ªa se iba a dedicar al ejercicio de la prostituci¨®n de lujo y a hacer la calle m¨¢s comercial, iluminada y redonda de un mundo, que no es de ninguna fam¨¦lica legi¨®n, sino del reino de los escaparates, las ofertas y los panolis.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.