Chile, Argentina y las Comisiones de la Verdad
Han pasado 24 a?os desde aquella tarde-noche en que llegu¨¦ por primera vez a Santiago de Chile. En el remozado hotel Carrera ocupo la misma posici¨®n, frente al Palacio de la Moneda. Recuerdo aquellos instantes y el camino recorrido.
Mi caprichosa memoria me devuelve a la imagen de la plaza en aquella noche neblinosa de septiembre de 1977, cuatro a?os despu¨¦s del golpe militar que derrib¨® al presidente Allende. El toque de queda ha vaciado la ciudad. Ni un alma transita por la plaza. No hay veh¨ªculos, no hay peatones, no hay ruidos. Un silencio espeso cubre el espacio. S¨®lo un sem¨¢foro funciona como bur¨®crata mec¨¢nico inconsciente de su inutilidad, dram¨¢ticamente rid¨ªculo.
No pod¨ªa alejarme de la ventana, de esa visi¨®n de la ciudad vac¨ªa. Al fondo de la plaza, el Palacio de la Moneda, a¨²n con las se?ales de la tragedia del 11 de septiembre, fija mi atenci¨®n. La espera de alg¨²n movimiento, de no s¨¦ qu¨¦ se?al, se alargaba in¨²til hacia la madrugada.
De pronto, un veh¨ªculo blindado asom¨® por una esquina del Palacio, lentamente, en una vigilancia rutinaria de la ciudad asustada. Lleg¨® al sem¨¢foro, con su carga de uniformes y armas como ¨²nicos habitantes del espacio urbano, y el caprichoso bur¨®crata mec¨¢nico enrojeci¨® como deseando justificar su misi¨®n. La tanqueta se detuvo, rugiendo al ralent¨ª. Esper¨® el verde y volvi¨® a emprender la cansina marcha por la ciudad vac¨ªa, desolada.
Esta noche del 8 de abril contemplo la misma plaza, y tal vez el mismo sem¨¢foro, en la esquina del Palacio de la Moneda, restablecido de las heridas. Aquella esquina por la que apareci¨® el blindado est¨¢ llena de tr¨¢fico de los que vuelven del fin de semana, de peatones que regresan o van a no s¨¦ qu¨¦ destino, con la indolencia del domingo por la noche, dando sentido al sem¨¢foro en movimiento.
La plaza es de nuevo el espacio p¨²blico ocupado por ciudadanos que tal vez la hayan olvidado, o jam¨¢s la hayan visto bajo toque de queda. S¨®lo a un extra?o como yo, visitante durante el Gobierno de Pinochet para rescatar a unos presos a los que no hab¨ªa visto nunca, y de nuevo hu¨¦sped en este hotel, invitado por el primer presidente de la transici¨®n democr¨¢tica, bajo el Gobierno de Ricardo Lagos, puede golpear de esta manera el contraste entre estas dos im¨¢genes, para sentir, antes de razonar, el camino recorrido por Chile.
Del escalofriante vac¨ªo de aquella noche de Santiago bajo el toque de queda, con el grotesco sem¨¢foro y el blindado militar, al espacio lleno de gentes que se mueven, que dan sentido a la plaza como lugar de encuentro, a la ciudad como espacio p¨²blico compartido por ciudadanos libres.
Est¨¢n llegando al hotel los argentinos, los salvadore?os, los guatemaltecos, los surafricanos, los polacos..., invitados, como yo, para evaluar los efectos de las Comisiones de la Verdad sobre la reconciliaci¨®n y la justicia. Comisiones puestas en marcha en estos pa¨ªses con la din¨¢mica misma de la transici¨®n a la democracia.
La suerte de la experiencia es diversa, aunque se considera muy exitosa en Chile. Pero, en esta noche previa a los debates, me asalta la duda de si deb¨ªa estar aqu¨ª. ?Qu¨¦ puedo decir yo sobre las Comisiones de la Verdad, o, lo que es lo mismo, sobre la decisi¨®n de rescatar la memoria hist¨®rica de la tragedia de las dictaduras para encontrar una v¨ªa m¨¢s s¨®lida de reconciliaci¨®n sin olvido?
Nosotros decidimos no hablar del pasado. Si lo tuviera que repetir, con la perspectiva de estos 25 a?os desde la desaparici¨®n del dictador, lo volver¨ªa a hacer. Lo que equivale a decir que me parece satisfactorio, en t¨¦rminos hist¨®ricos, el saldo de nuestro modelo de transici¨®n para la convivencia en libertad de los espa?oles.
Tal vez, argentinos, chilenos o surafricanos tienen m¨¢s viva, por m¨¢s pr¨®xima, la memoria de los horrores. No es esto lo que me crea la duda sobre mi presencia, porque me parece bien, incluso muy bien, la decisi¨®n de recuperar la verdad para construir sobre ella la reconciliaci¨®n y la justicia. Pero, si digo que me parece fundamental para esos objetivos, cualquiera me replicar¨¢ que por qu¨¦ no lo hicimos en Espa?a. Y a¨²n esto no me paraliza, porque lo he asumido como lo mejor posible para Espa?a, de la misma forma que veo con respeto lo que han hecho pa¨ªses hermanos en la desgracia de soportar la brutalidad de la dictadura.
Es precisamente ese respeto el que me turba, atenazado por la verg¨¹enza de haber visto a algunos espa?oles dando lecciones de democracia a estos pa¨ªses. Dem¨®cratas sobrevenidos o conversos, que se transforman en fundamentalistas, dispuestos a dictar lo que debe hacerse en la casa de otros, como nuevos azotes justicieros a los que no importa, en verdad, las dificultades de la construcci¨®n democr¨¢tica. Exigen a otros lo que no hubieran osado insinuar siquiera en Espa?a.
Esto es lo que me turba, me crea dudas sobre qu¨¦ puedo decirles a mis anfitriones en una materia como las comisiones creadas, en el l¨ªmite de sus m¨¢rgenes de maniobra, para averiguar lo que sucedi¨®, para indagar sobre los desaparecidos, para avanzar en la recuperaci¨®n de las libertades y en una reconciliaci¨®n basada en la verdad.
La plaza viva y el Palacio de la Moneda restaurado, el sem¨¢foro de nuevo ¨²til y los viandantes tranquilos, me dicen que lo han hecho bien, incluso yendo hasta donde nosotros no fuimos en busca de la verdad hist¨®rica. Ellos, como nosotros, han debido operar con el mismo aparato de seguridad y con el mismo poder judicial de la dictadura. Los votos oxigenan al legislativo y al ejecutivo, mientras el resto va cambiando con la biolog¨ªa.
Creo firmemente que los espa?oles lo hicimos bien, en nuestras circunstancias, pero de ninguna manera mejor que los chilenos o los argentinos en las suyas. Cada uno recorri¨® una senda, igual y diferente, para superar la tragedia, para avanzar en la convivencia democr¨¢tica.
Lo que nos iguala como dem¨®cratas es la b¨²squeda de un nosotros que se rompi¨® violen-tamente un d¨ªa, que nos dividi¨® entre vencedores y vencidos, buenos y malos. Ese nosotros que nace del reconocimiento de la diferencia y fundamenta el pluralismo.
Por eso, la medida del ¨¦xito de unos u otros, en el proceso de construcci¨®n de una democracia s¨®lida, es m¨¢s compleja, m¨¢s sutil que la grosera aproximaci¨®n de esos conversos, de esos fundamentalistas que sacan pecho de lata para dar lecciones a los dem¨¢s sin haber aprendido ninguna.
Nosotros, los espa?oles, de acuerdo con los l¨ªmites que cre¨ªamos tener, quisimos superar el pasado sin remover los viejos rescoldos, bajo los cuales segu¨ªa habiendo fuego. Enfrentamos as¨ª los grandes desaf¨ªos que hab¨ªan lastrado nuestra convivencia durante siglo y medio.
La llamada 'cuesti¨®n social' generaba exclusi¨®n y posesi¨®n intolerables. O el conflicto clericalismo y anticlericalismo como imposici¨®n o rechazo de una creencia religiosa. O la 'cuesti¨®n militar', que nos hab¨ªa llenado de pronunciamientos, asonadas y golpes contra el orden constituido durante 170 a?os.
Y tambi¨¦n encaramos el desaf¨ªo de nuestra identidad de identidades. La que se llamaba 'cuesti¨®n territorial'. La Espa?a diversa e incluyente de la pluralidad cultural frente a la unitaria y excluyente.
As¨ª hemos tratado de configurar ese 'nosotros' fundamental para la convivencia democr¨¢tica. Pero, cuando en medio de las reflexiones a las que fui convocado en Santiago de Chile la pregunta m¨¢s persistente que me dirigen es sobre la situaci¨®n en el Pa¨ªs Vasco, me asalta el temor de que estemos ante un retroceso m¨¢s all¨¢ de la acci¨®n criminal de ETA, aunque provocado por el terror de la banda.
Pienso en la fractura civil de la sociedad vasca y en la 'cuesti¨®n territorial' como el ¨²nico fantasma del pasado que no hemos podido superar para reconocernos en ese 'nosotros' como fundamento de la convivencia en paz y libertad.
Felipe Gonz¨¢lez es ex presidente del Gobierno espa?ol.
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