Que no se repita
La corrida dur¨® cerca de dos horas y media sin que sucediera nada de particular ni, por tanto, hubiese raz¨®n que lo justificara. Dicho desde otra perspectiva: que la terna peg¨® la paliza y acab¨® hartando al p¨²blico hasta echarlo de la plaza. Si fue chanza, que Dios se lo perdone. Pero que no se repita. Que no se les ocurra volver a perpetrar semejante atentado contra la santa paciencia de la afici¨®n.
En esto de los toros deber¨ªa haber un tribunal de aficionados para juzgar a los transgresores del sentido com¨²n, sobre todo a los pesados que dan la paliza, e imponerles sentencias ejemplares. Por ejemplo, destierro, sin posibilidad de indulto salvo que demuestren arrepentimiento.
[QQ] Dicen de los toros que se trata del espect¨¢culo m¨¢s democr¨¢tico del mundo, porque impera el veredicto del p¨²blico, pero no es verdad. Al p¨²blico no le hacen ni caso. Al p¨²blico lo tienen enga?ado con un suced¨¢neo de toro y de toreo, y lo utilizan para que pida las orejas a lo loco, con lo cual queda legitimado el fraude.
Los padres de la tauromaquia al inventar el espect¨¢culo de la lidia crearon tambi¨¦n la figura del ¨¢rbitro justiciero que habr¨ªa de garantizar el equilibrio de todos los elementos que confluyen en la fiesta, p¨²blico incluido, y lo llamaron presidente. Pero se les fue de las manos. El presidente y su misi¨®n moderadora funcionaron durante centurias, hasta que unos cuantos desvergonzados tomaron el mando del espect¨¢culo, se les uni¨® la parte corrupta de la Administraci¨®n y la Pol¨ªtica, y eliminaron las sanciones justas y las garant¨ªas de autenticidad, por el sencillo procedimiento de poner en el palco al m¨¢s tonto del pueblo. Y as¨ª qued¨® la fiesta de los toros convertida en lo que hoy es, seguramente para los restos.
Llev¨¢bamos hora y media de corrida y s¨®lo se hab¨ªan lidiado tres toros sin que, efectivamente, ocurriera nada de particular. Hubo uno devuelto al corral, mas no dur¨® nada la operaci¨®n pues en cuanto abrieron la puerta de chiqueros se meti¨® dentro al galope.
Hasta entonces se hab¨ªa visto una faena valentona y vibrante de Pep¨ªn Liria al toro ¨¢spero y peligroso que abri¨® plaza, rematada con un estoconazo, y se le premi¨® con la vuelta al ruedo. Pedrito de Portugal y Vicente Bejarano, en cambio, pasaron desapercibidos.
Pedrito se ech¨® pronto la muleta a la izquierda e intent¨® naturales, sin el necesario brillo porque el toro se puso prob¨®n y perdi¨® recorrido. La faena de Bejarano comport¨® mayor m¨¦rito ya que el toro desarrollaba genio y el torero acentu¨® el mando en los naturales y los derechazos que ensay¨® con pundonorosa insistencia.
De nuevo estuvo laborioso Pep¨ªn Liria en el cuarto de la tarde, al que peg¨® derechazos sin mesura, divididos en cuatro tandas. Los derechazos val¨ªan poco y en cambio se superaba en los remates, que fueron uno con el pase de pecho de cabeza a rabo, otro de trincherilla y dos haciendo el cambio de mano para echarse el toro por delante con la izquierda. Luego intent¨® el natural (a buenas horas mangas verdes) y al toro ya no le daba la gana de embestir.
A¨²n tendr¨ªa mejores momentos Pep¨ªn Liria, quiz¨¢ los m¨¢s emotivos y toreros de la tarde, como su impecable colocaci¨®n y sus oportunas intervenciones en la lidia -fruto del buen conocimiento de los terrenos y las condiciones de los toros-, como un quite que le hizo a un pe¨®n en el quinto al salir comprometido de un par de banderillas, otro a Vicente Bejarano, acosado al recibir de capa al sexto, que sali¨® tirando derrotes por doquier.
Le pitaron a Pedrito de Portugal por su insistente, mon¨®notono y desangelado trastear al toro aquel de media casta que hizo quinto. Al sexto le tocaron dos veces el tercio de varas.
No hay error en lo que se acaba de decir: efectivamente, hubo dos tercios de varas. Uno fugaz, porque el presidente, que debi¨® quedarse dormido, o estar¨ªa tan harto de corrida como el resto del personal all¨ª presente, cambi¨® el tercio sin que el toro hubiese acudido al caballo. Las cuadrillas, claro, no hicieron ni caso, el picador aprovech¨® para meterle al toro hierro alevoso y carioca perversa hasta dejarlo medio muerto, y entonces el presidente fue y volvi¨® a cambiar el tercio.
Tocado de ala el toro -o sea, a punto de gori-gori-, Vicente Bejarano le porfi¨® pases sin brillo mientras el poco p¨²blico que quedaba en la plaza se preguntaba qu¨¦ habr¨ªa podido hacer para merecer semejante castigo y corr¨ªa hacia los vomitorios huyendo de la quema.
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