El mundo: un jard¨ªn lleno de abrojos
Estamos ciertamente rodeados de problemas y de males, no podemos olvidarlo y enga?arnos creyendo que no hay nada en el mundo que requiera un profundo cambio: es verdad. Pero tambi¨¦n es cierto que no podemos volvernos una especie de pla?ideras, como las que se alquilaban para acompa?ar en los entierros.
No podemos estar satisfechos. Pero quiere esto decir tambi¨¦n que nunca hemos de desconocer ni despreciar los valores positivos de nuestro mundo. ?Por qu¨¦ los hemos de desconocer, dej¨¢ndonos llevar por una sensaci¨®n de morboso sadismo? Yo creo que nada ganamos, para los que padecen mayores males que nosotros, el no saber descubrir que nosotros gozamos de suficiente abundancia y, eso s¨ª, que los otros deber¨ªan gozar tambi¨¦n. Esto es verdad, y debemos hacer algo decisivo para que los dem¨¢s los disfruten igualmente, sin permanecer nosotros en una reacci¨®n poco sana.
Lo primero que debemos recordar es que, en nuestra tradici¨®n jud¨ªa, el Talmud nos recuerda que 'cada uno deber¨¢ dar cuenta en el M¨¢s All¨¢ de todos los placeres permitidos de los que se haya abstenido'. Jes¨²s, el jud¨ªo-jud¨ªo, no fue un triste asceta, ni dej¨® de valorar, ni de disfrutar lo que estaba a su alrededor. Cristo sinti¨® todos los afectos humanos y se goz¨® con ellos, como recuerda San Agust¨ªn: '?Qui¨¦n -se pregunta- pudo vivir sin aficiones?', porque 'sin pasi¨®n, ?se puede vivir bien?'.
Somos seres de carne y hueso, no espantap¨¢jaros de todo placer.Entonces, ?no deberemos volver a descubrir el jard¨ªn en el cual tambi¨¦n vivimos?: el que describi¨® la Biblia en el G¨¦nesis; que no tenemos que dominar ni abusar de ¨¦l sino que puso al hombre all¨ª 'para que lo guardara y lo cultivara', seg¨²n el relato m¨¢s primitivo. Y ver, tras la cara fea de este mundo, la otra cara; porque el mundo de la creaci¨®n es 'muy bueno'. Y fomentar en ¨¦l su disfrute para todos sin exclusi¨®n.
Este mundo padece muchos males; pero, ?no deber¨ªamos preguntarnos?: ?no son m¨¢s los bienes que los males si miramos todo a la larga? ?No es cierto que 'muchas personas se pierden las peque?as alegr¨ªas esperando la gran felicidad', como dec¨ªa la novelista Pearl Buck, que supo descubrirlas en la olvidada China de su tiempo?
Dostoievski confesaba: 'No comprendo c¨®mo se puede pasar ante un ¨¢rbol sin sentirse feliz; hablar con otro ser humano, y no ser feliz consider¨¢ndolo; ?cu¨¢ntas cosas bellas ocurren a cada paso!'. Sin olvidar que 'el modo m¨¢s agradable de hacernos agradable la vida es hac¨¦rsela agradable a los dem¨¢s', como dec¨ªa el poeta Graf.
Y todo porque 'la poes¨ªa es necesaria al hombre', seg¨²n un escritor nada sospechoso como es el cr¨ªtico Voltaire. No podemos abrumarnos s¨®lo con lo malo que resalta a nuestros ojos, tambi¨¦n hay algo mejor que no nos fijamos en ello, o no hacemos nada para conseguirlo con el fin de que todos lo disfruten. Nuestra ejemplar pensadora Mar¨ªa Zambrano, en plena guerra civil espa?ola, viviendo los bombardeos y penurias del Madrid cercado por los rebeldes, descubre la necesidad de la 'raz¨®n po¨¦tica'. Una raz¨®n que no sea la fr¨ªa raz¨®n general, que olvida lo concreto y positivo de cada momento de la vida y de cada persona, que deber¨ªamos ampliar para disfrute de los dem¨¢s y para que esos momentos buenos fuesen as¨ª completos.
?No era el poeta, amigo de la Revoluci¨®n Francesa, Schiller el que, descorazonado por las crueldades de esa explosi¨®n social, descubri¨® que el error en que hab¨ªan incurrido los franceses era olvidar que s¨®lo 'por la belleza es como se alcanza la libertad'? Por eso, ?no tiene raz¨®n aquel m¨ªstico suf¨ª cuando confesaba -un hombre tan religioso- que 'llevar el gozo a un solo coraz¨®n es mejor que construir mil templos'? Espa?a menos mal que ya empieza a no ser la que fue, aquello que cantaba entristecido Blas de Otero en su poes¨ªa:
'?Santiago y cierra Espa?a!, derrostran con las u?as / y con los dientes rezan a un Dios de infierno en ristre, / encielan a sus muertos, entierran las pezu?as / en la m¨¢s ardua historia que la Historia registre'.
Y, por si esto fuera poco, 'Al¨¢ngeles y arc¨¢ngeles se juntan contra el hombre'. Pero Espa?a es una espaciosa madre, y hay que pedir de ella lo que se quiere negar injustamente a los inmigrantes, recordando nuestros pasados tiempos de mal recuerdo, como es ahora el suyo. Sin embargo, pedimos confiados: 'Madre y maestra m¨ªa... J¨²ntanos madre. Haz habitable tu ¨¢mbito'. Termina de este modo Blas de Otero, como debemos hacer nosotros. Ya que 'vivir para otros no s¨®lo es ley del deber, sino tambi¨¦n ley de la felicidad', como ense?¨® un fil¨®sofo que tanto hemos criticado los creyentes: Augusto Comte.
?Por qu¨¦, me pregunto yo que fui educado en el cristianismo, no se me ha recordado la faz positiva del mismo y, por ello, la actitud que un cristiano debe adoptar, y que Nietzsche resumi¨® as¨ª, critic¨¢ndonos con raz¨®n: 'Yo creer¨ªa en vuestro cristianismo, si viera en vosotros la alegr¨ªa del que est¨¢ redimido'. Si esto lo hubi¨¦ramos sabido y practicado, otro gallo nos cantara. Porque en el Pastor de Hermas, el primer catecismo del cristiano, escrito en el siglo II cuando la doctrina de Jes¨²s todav¨ªa rezumaba su abierto estilo de vida, ense?aba: 'Arranca de ti toda tristeza'. ?Por qu¨¦? Porque 'quien est¨¢ alegre es el que hace el bien'.
La novela que me sugiri¨® todo esto, cuando la le¨ªa, es aquella de la escritora argentina Ver¨®nica Fern¨¢ndez-Muro Vuelta al jard¨ªn. Que me alent¨® en la eterna b¨²squeda hacia lo que est¨¢ en el fondo de todo, el Fundamento del que hablaba el ¨²ltimo Tierno Galv¨¢n, como hac¨ªa Antonio Machado que nunca acababa de encontrarlo. Lo llamaba Dios porque era lo que hubiera querido que fuera ese Dios que nos ense?aron falsamente. Viv¨ªa sus sue?os como Calder¨®n pinta a un buen sabio espa?ol en La vida es sue?o. Era, se confesaba a s¨ª mismo Machado, 'pobre hombre de sue?os, siempre buscando a Dios entre la niebla'.
Son muchos los compatriotas que no quieren llamarle Dios a esa experiencia que se les escapa de las manos. Y quiz¨¢ tienen raz¨®n, porque el Dios que nos han contado en los libros de religi¨®n es un Dios que no convence: era 'el Dios adusto de la tierra parda', el tremendista de algunos de nuestros pintores o escultores. El Jes¨²s sanguinolento de la Edad Media; y no el Jes¨²s real, el glorioso de las im¨¢genes orientales lleno de fuerza, vida y resurrecci¨®n.
?Vuelta entonces al jard¨ªn? Ojal¨¢ sepamos realizarlo y compartirlo sin exclusivismos.
Enrique Miret Magdalena es te¨®logo seglar.
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