Seg¨²n una encuesta podemos ganar, empatar o perder
Los votantes, perplejos ante euskobar¨®metros, puls¨®metros y soci¨®metros
Vivimos invadidos por encuestas y sondeos, por ¨ªndices y mediciones, sometidos a un baile porcentual que nos sume en el insondable agujero negro de la perplejidad. Euskobar¨®metros, Puls¨®metros, Soci¨®metros y hasta Cojon¨ªmetros, (recientemente una encuesta se?alaba que para el 37% de los varones vascos el tama?o del pene era muy importante), tratan de reflejar nuestros deseos y aspiraciones, desde las m¨¢s ¨ªntimas, a las m¨¢s prosaicas, sociales o pol¨ªticas.
Gracias a las encuestas sabemos que el 40% de los vascos ronca y que el 52% no soporta los ronquidos, que el 58% de las vascas s¨®lo ha intimado con un hombre, que al 28% su marido le parece feo, que el 23% contin¨²a amando a su esposo apasionadamente despu¨¦s de 20 a?os de convivencia -aunque bastantes m¨¢s se contentan s¨®lo con amarlo 'tiernamente'-, y que un 28% de nuestras f¨¦minas no tendr¨ªa inconveniente en casarse con un cura. Conocemos adem¨¢s que el 45% de los vascos duerme desnudos, que a un 15% le encanta pasearse en casa en pelota picada y que un 10% dir¨ªa tan contentos a una playa nudista.
Al parecer se pregunta a lo loco y sin pudor -?le importar¨ªa que su hijo fuera homosexual?, ?es usted racista?, ?perdonar¨ªa una infidelidad?, ?aplicar¨ªa la eutanasia en caso de necesidad a un pariente pr¨®ximo?, ?llegar¨ªa a una locura por amor?, ?se har¨ªa la ciruj¨ªa est¨¦tica?- y se contesta con desverg¨¹enza y sin miedo. Pero, ay, ahora los del Euskobar¨®metro, los del Puls¨®metro y otros agent¨®metros que manejan tablas, porcentajes, pesas y medidas andan husmeando con urgencia electoral en lo del voto, sin tener en cuenta que muchos vascos preferir¨ªan facilitar antes el tama?o exacto de su miembro viril, por insignificante que pudiera parecer, a someterse con sinceridad a semejante requerimiento.
Este pueblo de natural t¨ªmido, aunque tambi¨¦n noble y trabajador, como subraya a menudo su a¨²n lehendakari, expresa desde hace tiempo en p¨²blico y sin complejos sus opiniones m¨¢s personales, por pintorescas, absurdas o disparatadas que puedan resultar. Se ha perdido el miedo al rid¨ªculo y con el uso del cond¨®n tambi¨¦n el p¨¢nico a la Legi¨®n C¨®ndor. Pero si un extra?o llama a la puerta de un vasco y le demanda su intenci¨®n de voto, se ruboriza como una damisela o siente un suave escalofr¨ªo o simplemente miente como un bellaco, porque s¨®lo los que no temen al lobo y a Caperucita, juntos o por separado, manifiestan ufanos su m¨¢s que segura opci¨®n.
Hace poco, Elvira Lindo me recordaba su ¨²ltima visita a San Sebasti¨¢n. Se qued¨® estupefacta al comprobar c¨®mo la gente bajaba la voz hasta el susurro ininteligible cuando se mencionaba a la cosa. Lo cont¨® mientras tom¨¢bamos un t¨¦ verde alejados de la cosa, mientras habl¨¢bamos de la cosa. Para explicar el s¨ªndrome que nos atenaza hubo que sacar a colaci¨®n los peque?os signos de la nueva psicolog¨ªa identitaria. Aqu¨ª nadie tiene inconveniente en nutrir las estad¨ªsticas con privacidades propias de un confesor de anta?o, en a?adir a los baremos su granito de infidelidad o de deseos insatisfechos, de agnosticismo o de machismo, de esteticismo o narcisismo. Lo que antes resultaba privado hoy es notorio y venial; sin embargo, lo que debiera ser p¨²blicamente compartido se antoja tan inconfesable como un pecado mortal.
Adem¨¢s, cuando alguien basa su decisi¨®n en una encuesta apela a las supuestas emociones de la mayor¨ªa y sobre todo a su deseo de tener raz¨®n, pero aunque sepamos los ¨ªndices onanistas de los adolescentes vascos nunca estaremos suficientemente seguros de las verdaderas intenciones electorales de gran parte de sus atormentados progenitores. Las encuestas, proliferan en tiempos de confusi¨®n y sirven, sobre todo, para que proyectemos en los datos nuestra voluntad de estar en lo cierto, de ah¨ª que cuando nos hallamos ofuscados solemos tratar de que nuestros parientes y amigos nos saquen de dudas, y en sus consejos y respuestas proyectamos nuestras ganas de o¨ªr lo que m¨¢s nos gustar¨ªa que nos contaran, en definitiva, de no equivocarnos y tener raz¨®n.
Adem¨¢s de los errores propios del muestreo, las dificultades pr¨¢cticas de una encuesta de opini¨®n en medio de la cosa pueden dar paso a otras innumerables fuentes de error. No hay bar¨®metro fiable y si las encuestas nos gustan no es por su capacidad de predecir el futuro, sino porque alivian a muchos de la responsabilidad de hacer expl¨ªcito el pensamiento individual.
A los peri¨®dicos tambi¨¦n les chiflan las encuestas y se pasan el a?o bendiciendo obviedades con titulares de perogrullo: 'una encuesta revela que el buen humor facilita la relaci¨®n en el trabajo'. Confunden la banalidad con la noticia. Es discutible pensar que uno al hacerse viejo se vuelva m¨¢s sensato (tenemos ejemplos a mano), pero nadie pondr¨ªa en duda determinados estados de opini¨®n : 'al 66% de los vascos les gustar¨ªa vivir 100 a?os con buena salud'.
Hace poco unos encuestadores fueron a preguntar al x¨¦lebre del pueblo por el resultado de las elecciones: 'Podemos ganar, empatar o perder' se?al¨®, pero se resisti¨® estoicamente a decir qui¨¦nes. Y eso es todo lo que podemos se?alar en este crucial momento.
A lo mejor ganamos. Qui¨¦n sabe. De lo contrario empataremos o perderemos. Seguro.
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